MADRID. Se trata de "Ghost stories" (Parlophone/Warner Music), el sexto disco de los británicos, que se publica prácticamente en todo el mundo el próximo lunes, con un título fantasmagórico que alude más bien a la huella energética que dejan los grandes romances.
Sobra perspicacia para hilar este cambio de tono y temática operado en la banda épica por antonomasia con la anunciada separación del vocalista de la banda, Chris Martin, y su no menos conocida esposa, la actriz Gwyneth Paltrow, tras diez años de matrimonio.
Probablemente para evitar preguntas, los miembros de Coldplay, más o menos accesibles a pesar de su inmensa popularidad, no celebran esta vez ruedas de prensa ni conceden entrevistas, con la salvedad de la que el propio Martin ofreció recientemente a la cadena británica BBC1.
"No quiero ir por la vida asustado por el amor, el fallo o el rechazo", declaró el intérprete de "The scientist" al ser preguntado por las causas y consecuencias de la ruptura, antes de añadir que, en ese sentido, "'Ghost stories' trata de abrirse completamente para poder amar y de cómo eso será dañino en unos momentos, pero también fantástico en otros".
En ese estado vital entre la lucidez y la somnolencia que sucede a una ruptura, el cuarteto logró aproximarse más que nunca a sus viejas aspiraciones de realizar un disco acústico, proyecto que debía haberse concretado con el previo "Mylo Xyloto" (2012), pero que terminó derivando hacia lo contrario, su álbum más exaltado y colorido.
Esta vez sí, Coldplay traza un disco intimista al 85 por ciento, lo que descolocará a muchos de sus seguidores, sobre todo a los que se engancharon en los últimos años, por ejemplo con "Viva la vida" (2011), y que agradecerán aquellos que ansíen dar más protagonismo a las piezas sosegadas que solían cerrar sus discos.
Son esos cortes los que abren "Ghost stories", como "Always in my head", que comienza con un soniquete muy similar al engañoso arranque de "Hurts like heaven", pero sin desbocarse, aguantando las riendas en pos de una cadencia mucho más reposada y etérea.
Le sigue el primer sencillo oficial, "Magic", que es, como su nombre indica, la canción más mística y hechizante del álbum, un contrapunto con el resto de su producción que discurre por una senda aterciopelada, casi soul (influencia del productor Paul Epworth, artífice de "21" de Adele), para dejarse mecer en la oscuridad.
Que se trata del disco más distinto del grupo se hace patente en "Ink", melodía amable que colea hacia abajo, hacia los graves, en lugar de hacia los tonos álgidos, o en "True love", cuando el disco atraviesa la cuarta canción reposada y se revela como una inmensa nana con la que proveer paz y cuidados paliativos a noches en vela.
Sumidos en la fase REM, "Midnight" -la primera canción que el grupo dio a conocer- se presenta como la más mística, un canto de otro mundo que se abre hueco bajo el influjo de Bon Iver.
"Another's arms" reflexiona sobre la desubicación en la que sume el desamor, mientras que "Oceans", probablemente una de las primeras en ser compuesta por su parecido con la vieja hornada, funciona como remolona y optimista respuesta, con Martin dispuesto a dejarse arrastrar por las corrientes del amor.
Entregan entonces "A sky full of stars", el 15 por ciento glorioso de "Ghost stories", que suena a un remedo de "Every teardrop is a waterfall" potencialmente más discotequero y recuerda que un valor añadido de este álbum puede estar en las remezclas, como la maravilla que Giorgio Moroder realizó con "Midnight".
La moraleja la pone "O", contada con un piano magistral que andaba desaparecido de esta ecuación musical, algo bastante extraño también para Coldplay, y una pista oculta de regalo para los oyentes más pacientes que aguanten sin pulsar las teclas de parada o avance.
"Una bandada de pájaros planeando sobre tu cabeza, una bandada de pájaros, eso es para ti el amor", cantan en "O", antes de concluir: "Así que vuela, surca (el cielo), quizás un día yo vuele junto a ti".