madrid - En los años cuarenta, cuando gran parte de la población pasaba hambre y no podía permitirse unos zapatos, asomaban las revistas femeninas, "una ventana de oxígeno para una España triste que vivía en la penuria", alrededor de las cuales Ángela Vallvey ha construido su novela Mientras los demás bailan.
"He procurado no teñir de negro el libro, ya que bastante oscuridad había, y esa la conoce todo el mundo", afirma a Efe la escritora (San Lorenzo de Calatrava, Ciudad Real, 1964), quien ha puesto el punto de mira en la condición femenina. La narración se vertebra a partir de la vida de dos mujeres, Adelia e Isabel, para dar fe de "cómo transcurre la vida de una de clase alta y otra de clase popular; es el arriba y el abajo, la señora y la criada", explica la escritora. Para realizar un análisis de la mujer de entonces, ha empleado como hilo conductor las revistas femeninas y su contexto, que "que en la época era incipiente", como también lo era una clase media que "ya estaba ahí antes de la Guerra (Civil), pero que ahora podía respirar mejor y gastarse cuatro pesetas en comprar una revista". Unas revistas que alimentaban el fuego de las ambiciones femeninas, entonces limitadas por el encorsetamiento social y cosidas entre las puntadas con las que se confeccionaba el ajuar, un "símbolo de los sueños" de las jóvenes de clase popular que está muy presente en la ficción. Las revistas tomaban una forma semejante a la de "un libro de estilo que mostraba las líneas maestras de la doctrina nacional católica".
"Siempre se marca la tendencia, no solo en el vestir, también en el comportamiento", señala Vallvey, que en Mientras los demás bailan (Destino) ha reflejado los consejos y pautas que se daban en estas publicaciones y que, a menudo, estaban firmadas por nombres femeninos bajo los cuales se ocultaban hombres, quienes realmente "dirigían" esa moral. La escritora resalta la relevancia de la sección de "contactos", donde los lectores de la revista podían buscar amigos con los que cartearse; un aspecto que quiso establecer como uno de los pilares fundamentales de la narración, ya que, según sus palabras, las cartas aportan "un fresco del alma humana". "La correspondencia escrita es una joya de las relaciones personales, en el sentido de que da una pincelada muy viva de la mentalidad de la época", destaca Vallvey, que defiende efusivamente esta idea a pesar de que las cartas entonces "estaban llenas de fórmulas y giros ya establecidos". Desde su punto de vista, el poder de la palabra trazada a mano era que "transmitía el corazón de quien las escribía".
el anhelo del progreso La mejora del servicio de correos, además, era una prueba de que "España quería progresar y mejorar materialmente"; una evolución que se palpaba también en el cuerpo de las revistas, en las que poco a poco tomaba una mayor relevancia la publicidad como una fuente de ingresos sólida.
Asimismo, la sociedad quedaba retratada por la moda, testigo de la progresión del país "a pesar de su ensimismamiento y su aislamiento forzado por la comunidad internacional". "España no dejaba de ser permeable a lo que venía de fuera", apunta Vallvey, quien hace referencia a que en esta década comenzaban a surgir los grandes modistos, que "empezaban a vender sus creaciones por todo el mundo". Eso sí, la moda, vista también como "barómetro social", no se vivía de la misma forma por toda la población. Los desfiles privados de las clases altas y sus compras chocaban con "los humildes vestuarios de las mujeres sin recursos". "La alta costura contrastaba con las mujeres que se vestían prácticamente con harapos, y la ropa les duraba año tras año hasta que se les caía a trozos". Y si esto ocurría, "se aprovechaba ese trozo" para confeccionar una nueva prenda.