Vitoria - Érase un hombre a un violín pegado, un concertino barbudo, desmelenado. Érase una sinfónica libre de fracs y de pentagramas, apoteosis de los sentidos. Érase un violinista de Hamelín desterrado, seductor y contagioso. Érase una emoción rítmica dentro de unos pantalones rotos, verso libre del panorama sinfónico, un virtuoso. Con ustedes, Ara Malikian.
Más 350 conciertos al año, diez espectáculos distintos... ¿Hay vida más allá del violín?
-Y eso sin contar los ensayos. Tengo que practicar todos los días, al menos una hora, porque se pierde la forma muy rápido, se pierden las sensaciones de los dedos. Pero el violín es mi vida.
¿Es un instrumento exigente?
-Exige posturas poco naturales. Por eso hay que cuidar el cuerpo. Yo intento hacer algo de ejercicio físico.
¿Y qué tiene el violín que no tenga otro instrumento?
-Con el violín se puede hacer todo, es muy versátil y está presente en casi todas las culturas.
¿Y ha llegado a tocar un Stradivarius?
-Sí, he tocado el de Sarasate. Suena bien, te lleva a otra dimensión y me hizo sentir cerca del maestro, pero comparando la calidad y su precio... No es para tanto (risas).
¿De dónde saca tanta energía?
-De las ganas de hacer lo que me gusta. Tengo tantas cosas diferentes en marcha... Nunca hago lo mismo dos veces, siempre estoy cambiando de lugares, de gente, alterno colaboraciones... No hay forma de aburrirse. Trabajo con muchas ganas. Cada vez que tocas tienes que hacerlo como si fuera la primera vez, o al menos debes intentarlo.
Usted proviene del mundo clásico, pero critica la solemnidad y lo mecánico de sus actuaciones.
-Admiro a los viejos violinistas, pero me fastidia la gente que dice que lo clásico es lo más culto y no ve lo que hay afuera, porque lo que hay afuera te ayuda también a interpretar mejor a los clásicos. Hay bastante desprecio hacia todo lo que no sea clásico, y eso es contraproducente.
Pero considera imprescindible haber pasado por una academia...
-Sí, claro. Pero no es cuestión de tener un título, es cuestión de dedicarle mucho tiempo a la música.
Usted no fue precisamente un alumno 'cómodo'.
-Me he enfrentado bastante a mis profesores, sí. Quería hacerlo a mi manera. Pero repito, lo más importante es dedicarle muchas horas a tu instrumento....
...en pos de la Libertad, una palabra que usted repite con frecuencia. ¿Libertad igual a intuición?
-Cuando te encierras solo en los libros o en los pentagramas, puedes perder esa libertad y dejas de tocar por instinto. Hay que equilibrar las dos cosas: aprendizaje e instinto.
Con esos ingredientes surge el arte.
-Yo he empezado a aprender después de haber estudiado en un conservatorio. Allí te enseñan a tocar ciertas obras para que puedas encontrar un trabajo. Pero eso para mí no es arte. Casi me identifico más con un músico amateur que con un profesional. El profesional hace música porque es su trabajo, y el amateur lo hace por pasión. Y la música hay que hacerla con amor.
Pero la música clásica se identifica también con la perfección, ¿no?
-Diría que por desgracia (risas). La perfección es algo maravilloso, desde luego, pero si uno se obsesiona con eso, la música pierde emoción, y la música es emoción.
Pero usted es muy celoso de su sonido...
-Sí, pero hay una máxima: la música tiene que estar al servicio de las emociones.
¿Y qué margen de improvisación tienen sus actuaciones?
-Siempre hay margen para eso, aunque normalmente es muy calculado. Es otra de las carencias que veo en el ámbito clásico: no se desarrolla la improvisación. Y en otra época la improvisación era importante en la música clásica. Hoy en día no está recomendada.
Paganini fue uno de esos improvisadores mágicos, ¿no?
-Lo digo siempre, pero Paganini es la primera estrella de rock de la Historia.
Y cuando tiene que tocar en una agrupación como la Sinfónica de Madrid, ¿le atan a un taburete?
-No (risas), no. He tocado durante muchos años en distintas orquestas, y si hace falta soy disciplinado. Pero hay que crecer. No me considero renovador, pero creo que hay que cambiar el concepto de cómo debe tocar una orquesta sinfónica, por el bien de los músicos, porque puede que perdamos al público. La música tiene que transmitir, y si no transmite es culpa de los músicos.
Llena los teatros, las salas de conciertos.... El público le adora.
-Disfrutas el doble si sabes que estás compartiendo tu música con alguien, aunque solo sea una persona.
Usted se atreve también con el humor, que está presente en el espectáculo que estrenó hace años con el grupo Yllana ('Pagagnini').
-La música y la risa son dos lenguajes universales, y no renuncio a ninguno de ellos.
Y entre gag y gag se topó con Kepa Junkera. El 'triki' del de Rekalde palpita, al igual que su violín.
-Kepa vive su música, y eso nos une. Nos juntaron en la Quincena Musical, en Arantzazu, y desde el primer momento congeniamos.
También comparten la fusión de géneros.
-Sí, da igual el género, al final lo haces todo a tu estilo, sea jazz, folk, rock o flamenco. Kepa tiene un estilo propio y eso le identifica. Lo he dicho antes, pero la música es mucho más que una partitura.
¿Repetirá con él?
-Tocaremos juntos en verano y para el año que viene tenemos proyectada una gira.
Además de la trikitixa, ¿qué otros instrumentos ha descubierto en Euskal Herria?
-La txalaparta me fascina.
También es seguidor de Pablo Sarasate. ¿Qué es lo que más le fascina del compositor?
-La suya es una música compuesta para violín. Es una música agradecida y divertida, inspirada en el folklore de su tierra. La figura de Sarasate siempre me ha gustado, aunque es un compositor bastante desconocido. El verdadero valor de su música aún no se ha descubierto.
Hoy regresa a la capital alavesa para tocar. Lo hará con su grupo, La Orquesta en el Tejado, y en compañía de Los Secretos. ¿Otro experimento?
-Sí, probamos la experiencia el año pasado y salió genial. Los Secretos son parte importante de la historia de la música española.
Y ahora se está interesando por la cultura zíngara. Usted, que también es un alma errante, ¿se siente identificado con ellos?
-Soy bastante nómada, sí. Tengo un espectáculo sobre la trayectoria de los zíngaros. Los violinistas estamos muy unidos con la tradición y la música zíngara. El violín es casi el instrumento más importante para los zíngaros, es el hilo conductor de su viaje desde India hasta aquí.