un célebre filósofo europeo escribió aquello de que la religión era el opio del pueblo, que quedaba anestesiado por enseñanzas morales de clérigos dominantes que impedían el desarrollo de la libertad y la emancipación de las masas dominadas por el bonete y la sotana. Posteriormente, en el franquismo se decía que el fútbol y el deporte en general eran actividades propiciadas por el régimen para tener al personal medio dormido, medio noqueado, medio estupidizado. Es usual escuchar la frase de que la tele es una versión moderna del opio popular que se instala durante más de cuatro horas cada día frente al tótem de la modernidad, la pantalla del televisor, fuente de información para saber lo que pasa en la actualidad, fuente de entretenimiento, humor y diversión sin gastar un euro ni hacer cola ante taquillas de cine o teatro, fuente de música y sonidos creativos de programas que aderezan la vida estúpida y repetitiva de la mayoría de los seres que pueblan el azul planeta y que han hecho de la tele elemento nutricio de vida y esperanza. Los últimos datos de consumo ante el televisor muestran un crecimiento de los minutos que dedicamos a que nos masajeen el coco a base de teleseries, películas o concursos de cocineritos varios o bailongos desatados. Cada vez es mayor el tiempo que empleamos en digerir bazofia mayor o menor que nos lanzan con agresivas promos para ocupar nuestro tiempo en vivir de forma pasiva con los avatares de una costurera en los años treinta, de un chavalico riojano que no sabe lo que quiere ser de mayor o las inteligentes críticas de un Wyoming sobrepasado por su papel social. La tele encandila, subyuga, somete de manera implacable a millones de individuos que azotados por agotadora jornada laboral sientan sus posaderas durante 240 minutos al día de nirvana, opio y rock and roll.