Dirección: Steve McQueen. Guión: John Ridley. Intérpretes: Chiwetel Ejiofor, Michael Fassbender, Benedict Cumberbatch, Paul Dano, Paul Giamatti, Lupita Nyong'o, Sarah Paulson y Brad Pitt Nacionalidad: USA y Reino Unido. 2013. Duración: 135 minutos
Concebida para acariciar el Oscar, 12 años de esclavitud se pasea como la película de la concordia, ese título capaz de aunar en el mismo aplauso todas las miradas. Empecemos por orden. Para derrumbar las murallas más críticas, esta producción ofrece a un cineasta temible. Un hombre que surgió del siempre árido territorio del arte contemporáneo y lo hizo abofeteando la adormilada escena cinematográfica. Poco a poco, Steve McQueen va arrinconando la maldición de que todos aquellos de más de 45 años, al leer o escuchar su nombre piensen en el actor protagonista de Papillon. Los de menos de 30, en su mayoría, nada saben del actor que murió en 1982, con 50 años, en Ciudad de Juárez. El actor fue un hombre muy singular: nacido sin padre, carne de reformatorio y que fue vagabundo y marine antes de encumbrarse con La gran evasión.
Al director de 12 años de esclavitud su padre le puso su nombre tras ver Bullit con la convicción de que aquella elección marcaría a su hijo de algún modo. Así fue. De raza negra, el McQueen británico adoptó el afilado corte de sierra que acompañó la vida del actor. No en su vida privada, sino a través de los personajes de sus películas. Steve McQueen, tras labrarse una buena reputación en el terreno de la videocreación y las artes plásticas, soltó un mazazo en Cannes titulado The Hunger. Era su incursión en las cloacas del imperio británico y su sucia guerra en Irlanda. Con ferocidad inusitada, McQueen se adentró más allá -o tan allá-, depende de medidas, de lo que lo hicieran gentes como Ken Loach y Jim Sheridan.
Su segunda entrega, cambió la huelga de hambre de los presos del IRA y la represión carcelaria por la obsesión por el sexo y la angustia de la culpa. En ambas obras, Michael Fassbender fue su principal baza. En este su tercer largometraje, Fassbender ocupa un lugar preponderante, pero él no es el protagonista. Esa responsabilidad recae en Chiwetel Ejiofor y ahí reside uno de sus grandes problemas.
Decíamos que para convencer a todas las audiencias 12 años de esclavitud unía los extremos. Si el director representaba el cine de autor, el de la mirada incómoda; la producción y el acabado se sitúa en las antípodas; se debe al cine de mucho lujo y alta corrección benéfica. En algún lugar impreciso entre el no hacer del Lincoln de Spielberg y el deshacer del Django de Tarantino navega errante este biopic escrito un año antes que La cabaña del tío Tom, aunque había permanecido olvidado hasta ahora.
Se dirá que 12 años de esclavitud habla del racismo, de la zona más despiadada de la indignidad del ser humano. Inspirada en una autobiografía cuyo autor desapareció sin dejar rastro, la película narra el periplo no de un esclavo que alcanzó la libertad sino de un hombre libre que conoció la esclavitud. De hecho, en su devenir hay algo de la pesadilla que recorría el descenso al infierno del protagonista del Old Boy, de Park Chan-wook: el secuestro, el cautiverio y la disolución. Resuelta a golpe de contraste, crueldad extrema a flor de piel y edulcoramiento de cartón piedra en su análisis político, el guión de 12 años de esclavitud se sabe superior a los logros de su puesta en escena. A McQueen le juega una mala pasada la dirección artística y su hambre de Oscar. Su panegírico contra el racismo no va más lejos que El mayordomo y además, la presencia de Brad Pitt en el papel de blanco benefactor impone una inquietante paradoja. De ser cierta la acusación de ?i?ek sobre la impostura de un Brad Pitt que apoya regímenes que trafican con vidas humanas como Dubai, 12 años de esclavitud podría convertirse en la película más hipócrita de la década.