Para los que nacimos en los 70 leer 'La habitación oscura' no es sencillo ni cómodo, aunque seguro que tampoco era su intención ponerle las cosas fáciles al lector.
No he pretendido que sea cómodo ni para los de mi generación ni para los de otras generaciones. Uno de mis propósitos en este y en otros libros es incomodar al lector; no tanto hacérselo pasar mal porque sí, sino porque creo que los lectores tendemos a acomodarnos, a situar lo que leemos en una serie de códigos y acabamos normalizando todo. Y lo que yo busco es sacar al lector de su lugar habitual para hacerle mirar de otra manera, para enfrentarle a lo que está ocurriendo, a la realidad y a sí mismo con extrañeza. Es en esa extrañeza cuando surgen las preguntas interesantes.
¿Es una novela generacional?
Cuando miro a mi generación no lo hago con interés sociológico, sino por un interés biográfico. Quiero entender qué me ha pasado, cómo es posible que unas expectativas de vida y un futuro como el que tenía proyectado se han venido abajo. Y para comprender mi propia crisis he querido también abrir el campo de visión y me he encontrado con los que son de mi edad, con los que comparto una serie de vivencias y una educación sentimental y política. No hemos conocido otra cosa que no fuera la democracia, hemos sido la primera generación nativa de la sociedad de consumo y todo esto hace que, en este derrumbe generalizado al que asistimos, esta generación sea sobre la que están cayendo más escombros. Pero la novela es para todas las generaciones.
¿Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades?
No. Durante unos años vivimos de acuerdo a nuestras posibilidades. Hubo gente que enloqueció, pero la mayoría se limitó a dar por buenas las circunstancias de entonces. Aparte de eso, creo que sí es necesario hacer un ejercicio de autocrítica o de responsabilidad. Y no es fácil, porque se puede caer en la culpabilización, aceptando que, en efecto, vivimos por encima de sus posibilidades, o en la desmoralización, lamentándose por lo que hicimos o no. Yo no pretendo pedir responsabilidades ni para culparnos ni para lamentarnos, no quiero mirar atrás para echarnos a llorar, sino para que nos hagamos cargo de nuestras vidas y nos apropiemos de nuestro futuro, que no nos ha pertenecido hasta ahora.
En ese sentido, pese a la oscuridad del libro, ¿opta más por pensar en el futuro que en caer en el pesimismo?
Me dicen que el libro es desolador, y lo es, aunque en realidad lo que es duro es el momento actual. Nuestra realidad es dura, desoladora y violenta, en ese sentido, el libro es coherente con el tiempo que vivimos. Sé que en la novela cuesta encontrar el optimismo, pero está ahí. Al final es una invitación a salir de esas habitaciones oscuras en sentido metafórico, al exterior, a la luz.
¿De dónde sale la idea de ese espacio que da título a la novela?
Surge como imagen, una intuición. Tenía otra novela en mente y en un momento dado me encontré con esta imagen, así, de pronto, como se la encuentra el lector en la primera página del libro. Y pensé que esa habitación oscura tenía un componente simbólico grande y que podía ser útil para mirar de otra manera el tiempo actual. Estuve dando vueltas por esa habitación para decidir cómo usarla; perdiéndome en esa oscuridad y tropezándome también para dar con el estilo, con la voz; tuve que salir y entrar muchas veces de ella para saber cómo escribirla.
Dice que, de algún modo, el libro invita a salir de ese espacio para ver la realidad y tomar decisiones, pero también funciona como un refugio de este mundo hostil.
Lo que me gusta del potencial metafórico de la habitación oscura es que es ambivalente y ambigua. La oscuridad tiene una parte positiva y otra negativa, una parte magnética y atractiva y otra inquietante, amenazante. La propia habitación oscura es así. Por un lado, viene a decir que necesitamos un refugio, un lugar para salir del mundo por un momento, para dejar de ver y de ser visto; eso que no encontramos en el contexto habitual diario, donde parece que es imposible desaparecer y ser invisible. Pero a la vez es una trampa, un escondite, no te protege y para los protagonistas de la novela acaba siendo problemática.
Esa inquietud por la hipervisibilidad está presente en sus últimos trabajos.
Sí, está en mis últimos libros o en mis artículos. Parece que es imposible ser invisible y, a la vez, parece que estemos obligados a ver permanentemente todo; estamos en vilo todo el tiempo pensando en qué es lo siguiente que va a ocurrir. Lo que no pensamos tanto en que al mismo tiempo estamos siendo vistos, controlados, vigilados, espiados, observados... Aunque también nos exponemos, nos exhibimos, a veces vendemos muy barata nuestra privacidad. Esto es algo que me obsesiona y fatiga desde hace tiempo y por eso está en el libro.
También hay una reflexión en estas páginas sobre si la movilización ciudadana sirve para algo.
Me interesaba plantear ese debate en la novela porque veo que es un tema que está en el ambiente. La gente se pregunta si estamos haciéndolo bien, si estamos dando una respuesta suficiente, a la altura de la agresión que estamos sufriendo. En mi entorno veo a personas cansadas, decepcionadas, que no ven resultados después del 15-M, de las mareas, las huelgas, las manifestaciones... Y se preguntan si habría que llevar a cabo otro tipo de acciones. Además, como les pasa a algunos personajes de la novela, va a gente que se va a cansar, va a dar un puñetazo en la mesa y que va a querer llevar a la práctica esa frase que se repite en la novela y que llevo tiempo oyendo y que es que "el miedo tiene que cambiar de bando". Hay quienes piensan que mientras no se reparta más el miedo y el dolor que esta crisis está causando, mientras los que hoy no están afectados no se sientan tan vulnerables como nosotros, pues no va a cambiar nada. Pienso que vamos hacia eso, a que cada vez más gente que se harte, se impaciente y no quiera seguir por las vías habituales de protesta. Eso está en la novela, pero sin cerrar, quería que fuera el lector el que valorara y juzgara a los personajes. De todos modos, yo creo que más que conseguir que los que no tienen miedo lo tengan, es mejor lograr dejar de tenerlo nosotros.
¿Hay que cambiar de mentalidad?
Sí, porque de hecho vamos por un camino que en el momento en que ciertos elementos económicos de verdad fueran mejor volveríamos a andar el mismo camino que nos ha traido hasta aquí. Aunque hablamos continuamente de que hacen falta cambios radicales, transformaciones, revoluciones, en realidad no hemos hecho la principal, que es la de la mentalidad, la de las expectativas. Seguimos aspirando a lo mismo que hace unos años y seguramente nuestro mayor anhelo hoy pasa por volver a la casilla de salida, a 2007 o antes. Y que nuestro horizonte o nuestro futuro esté en el pasado es, sin duda, uno de nuestros principales problemas. No hemos sido capaces de romper con todo eso, necesitamos empezar a comprender las cosas de otra manera, que esta crisis no es algo que empieza y termina, sino que debe ser una transformación más profunda y que tenemos que buscar otras formas de estar en el mundo y de relacionarnos.
Como dice, nacimos en democracia y no tuvimos que pelear contra la represión como nuestros padres o abuelos, ¿es este nuestro momento de lucha?
Es que nosotros asumimos que en democracia no hace falta construir formas de resistencia o de defensa, y lo que ha ocurrido es que cuando hemos necesitado esas defensas no las habíamos desarrollado. Nuestra generación no teníamos experiencias directas de lucha colectiva y por eso nos cuesta actuar hoy. Aunque cada vez estemos haciendo más cosas juntos, nos queda por crear esa colectividad.