Dirección y guión: Nicolas Winding Refn Intérpretes: Ryan Gosling, Kristin Scott Thomas y Tom Burke Música: Cliff Martinez. Nacionalidad: Francia, Tailandia, Suecia y EE.UU. 2013 Duración: 90 minutos
en el espacio imaginario en el que, por un instante, intercambian las miradas el cine clásico de John Ford con la posmodernidad surrealista de David Lynch, se edifica Sólo Dios perdona. Un filme inclasificable que se quiere contemporáneo pero que no duda en utilizar los fundamentos del cine de héroes capaces de imponer la justicia, aunque eso implique quebrantar la ley. De hecho, Nicolas Winding Refn repite a lo largo del filme el encuadre fordiano de Centauros del desierto (1956) y con él, parece convocar la figura de John Wayne. Solo que Marion Mitchell Morrison (John Wayne) murió hace 34 años y su lugar lo ocupa, no Ryan Gosling con un personaje cuyo hieratismo comienza a presagiar una parálisis permanente en el excelente actor, sino Vithaya Pansringarm, un oscuro profesional al que vimos en un papel fugaz en la segunda entrega de Resacón en Las Vegas. La que, como ésta, transcurre en Tailandia.
Esa bisagra que se establece entre los dos polos de referencia, Ford/Lynch conforma un triángulo cerrado por el cine asiático de los últimos años; un caudal de referencias que aquí se funden y confunden al echar mano de todo aquel buen cine oriental que en los últimos años ha significado algo. El resultado (a)parece bizarro, sórdido y extraviado; simbólico y solemne. Pero ese ha sido siempre el ideario de este cineasta danés ajeno al grupo de Zentropa, pero bien conocido en festivales de prestigio. A Nicolas Winding Refn le conocimos con una tensa película de oscuro presente y ninguna esperanza, Pusher (1996). Poco antes de seducir a medio mundo con Drive (2011), también le veíamos al frente de un filme de vikingos, niebla y misterio titulado Valhalla Rising (2009). La relativa sorpresa y el desmesurado éxito de Drive hizo de Ryan Gosling un actor de moda y de Winding, el director del momento a quien todos alababan.
Por eso, cuando Winding Refn en Sólo Dios perdona insiste en su ideario e incluso lo extrema hasta una estilización que se balancea en el ridículo, para quienes Drive fue una revelación, esta obra se entiende como una traición, un golpe bajo. Al contrario, quienes estaban familiarizados con el cineasta danés, saben que ni Drive era tan rompedora ni Solo Dios perdona supone una ruptura. Por el contrario. Aquí de nuevo, Winding Refn retorna a sus fantasmas; a una violencia vengadora que siembra el odio y genera la desgracia y la destrucción. En todo caso, su querencia oriental, al rodar en Tailandia, se desata un poco más.
Sin concesiones, Winding Refn ha hecho justo lo contrario de lo que las leyes de Hollywood imponen. En lugar de buscar más espectadores a los que (re)cautivar, el autor de Drive los libera para hablar de una madre bastarda y de sus dos hijos versión Caín y Abel del hampa. Scott Thomas conjura una femme letal que subvierte los estereotipos maternales. Fotografía, música e interpretación se mueven en una delgada línea que exige del público un distanciamiento difícil de recibir en tiempos de blandura mental. Y en medio de un material altamente alegórico, aparece un policía-juez-ejecutor; un justiciero asqueado por la brutalidad de tanto occidental pederasta y toxicómano. Un nuevo samurai al que no le importa restañar las heridas de los delitos a fuerza de sangre y violencia. Con ese policía que reinventa las reglas del bushido, el filme compone escenas de difícil encaje y ningún anclaje. Solo Dios perdona mezcla Twin Peaks con Harry el Sucio; echa mano de Tarantino y bucea en los libros de estilo de Johnny To, de Takashi Miike y de Wong Kar-wai. La suma de tanto referente se antoja irregular y descompensada. Pero posee la belleza suicida e inolvidable de las obras que se autodestruyen para evitar incurrir en la decadencia.