NO hay programa de radio o cadena de televisión que se precie que no programe en su oferta mediática un espacio para la tertulia y los inefables tertulianos, flor y nata de la caballería andante y opinante de este país de traca que no sabe a dónde ir, después de mil navegaciones y naufragios. Los tertulianos, aparecidos en los medios al renacer democrático tras cuarenta años de paz, Policía y dictadura, parecían faros necesarios para ir conformando la nueva opinión pública de la nueva sociedad de las libertades. Y asomaron en micrófonos y cámaras, más ellos, que ellas como figuras emergentes de un circo monumental que ya no hay quien pare, desbocado, faltón e iletrado el modelo de tertulias ha fracasado por exceso de amor y pasión. Ya no se trata de ofrecer análisis a los televidentes u oyentes, se trata básicamente de alzarse con voz tronante sobre las demás opiniones, dejando claro que el otro es estúpido, ignorante o mala persona y que uno es hijo de Dios y heredero del cielo opinativo que cada día se retroalimenta de majaderos, payasos y julais de todo orden y desconcierto. La función pedagógica y maestra de las opiniones cualificadas ha sido desplaza por el espectáculo y el idiotismo de numerosos personajes que no sabemos quién ha decidido pagar buenos doblones por sus majaderas opiniones. Tertulianos que hacen doblete y triplete y que están en todas partes y en cada una de las partes, factura con generosa ansia y a estos no les ha pillado la crisis y han vendido su ética profesional por un plato de bien aderezadas lentejas y las tertulias son patios de Monipodio donde todo se vende y altera según las exigencias del guión. Una pena de deriva de profesionales trayectorias, antaño apreciadas y hoy, vendidas al espectáculo y la sinrazón del ruido astracanesco y ridículo cachondeo de tertulianos descabezados.