Dirección: Bill Condon. Guión: Josh Singer basado en los libros Inside WikiLeaks y WikiLeaks. Intérpretes: Daniel Brühl, Benedict Cumberbatch, Anthony Mackie y David Thewlis. Nacionalidad: EE.UU. 2013. Duración: 128 minutos
en los últimos minutos, cuando el juicio sumarísimo que pergeña este filme contra Julian Assange estima que ha (de)mostrado la culpabilidad del fundador de Wikileaks, se le deja hablar. Y lo que dice el actor que encarna a Assange se asemeja a las últimas palabras del reo antes de subir al cadalso. La acción es tan perversa que consigue justo lo contrario de lo que aparenta. Esas reflexiones postreras de Assange sobre la inaprensibilidad de la verdad, en lugar de abrir una brecha de duda sobre su inocencia lo que hacen es legitimar la gran mentira que encierra El quinto poder. De manera que no hay duda alguna. Este chivo expiatorio que hace año y medio vive recluido en una embajada, amenazado de muerte, perseguido por los servicios de inteligencia y acusado de violencia sexual y de alta traición, o sea, Julian Assange, es la pieza a abatir.
Bill Condon, director de Dioses y monstruos y guionista de Chicago, además de adaptador de las últimas entregas de Crepúsculo -(no es que vaya a mal, es que se abisma hacia lo peor)-, se aferra al material de partida y se dedica a crucificarle. En ese sentido, las quejas del fundador de Wikileaks parecen razonables: aquí sólo se sigue la voz de su lugarteniente, el hombre de la traición y, en consecuencia, recibimos en bandeja de plata la cabeza del hombre que puso contra las cuerdas el papel del ejército USA y toda su maquinaria política.
Y sin embargo, pese a crecer sobre un cristal monocolor que lo distorsiona todo, el trabajo de Condon escupe sobre el lienzo de la pantalla algunos datos notables. En los intersticios de este biopic adulterado por la falta de equilibrio, hay instantes que permiten vislumbrar que esta crónica oculta datos y, desde luego, no pasará a la historia por su capacidad para reflejar la verdad de los hechos, pero enfoca un cenagal que merece ser tenido en cuenta.
Condon, no desconoce el legado de gentes como Alan Pakula o Sidney Pollack, directores setenteros que se rozaron con el tablero de ajedrez de la política estadounidense, cineastas que, a su modo y con mayor o menor acierto, osaron acercarse a los alrededores del estercolero de la política exterior de la Casa Blanca. Pero su mirada como director carece de personalidad, nada hay en él que trate de adentrarse en lo que no se ha dicho en los dos libros que le sirven de sustento argumental.
Hoy, con más virulencia que ayer, el cine político, y El quinto poder lo es por más que carezca de atrevimiento y talento, cuando habla de lo que acontece en EE.UU. refuerza la certeza de que se ha impuesto en la sociedad occidental el cinismo total.
Condon repite varias veces dentro de este filme que Wikileaks supuso por un instante la remota posibilidad de poder airear las miserias, los excesos, los abusos, los errores y las maldades de los grandes poderes del mundo. Ese quinto poder que aparece en este relato cautivo y desarmado a través de la radiografía de su cabeza visible, Assange. Y lo que es peor, sin esperanza para detener los excesos, las barbaridades, las torturas, los asesinatos, los daños colaterales, las mentiras políticas, la intromisión en paises ajenos, el espionaje y todo tipo de manipulaciones que practica EE.UU. con total impunidad. Condon prefiere deslegitimar al que denuncia que investigar la denuncia. Así se nos dice que Assange tuvo una infancia dura, vivió en una secta, se tiñe el pelo y es megalómano. Aunque todo ello fuera cierto, que posiblemente lo sea, el peso de esas faltas resulta infinitesimal comparado con los horrores que airearon sus informes "robados". Pero en este tiempo de ceniza, el que la hace nunca la paga y a quien denuncia, se le parte la cara.