Donostia. El realizador francés se enfrenta a su serie de entrevistas en el salón de su suite. Con un taza de té en la mano y un plasma de televisión tan grande como apagado. Se interesa por algunas palabras en euskera, que aprovecha para enlazarlos con la personalidad del personaje de su película: un ministro de Exteriores que presenta en forma de farsa o caricatura.

¿Debemos interpretar su película como una metáfora de la política moderna de Francia?

No sé si hablaría del término moderno, pero sí de farsa. En la época de Luis XIV quizás podríamos hacer lo mismo. Me interesaban esas películas como las de Lubitsch, que presentan la farsa entre un fondo político.

Tenemos una televisión de plasma en este salón. Apenas vemos el discurso completo del ministro de su película. Es verdad que muchos discursos huecos se hacen precisamente para la televisión, ¿no cree?

Cierto es que hasta el último momento no se ve ningún discurso. El ministro dice a menudo que va a hablar para la televisión, pero no se ve. Me interesaba la preparación de los discursos. Es verdad que el ministro no tiene televisor en su despacho. Tiene cuadros, esculturas... Pero se habla constantemente de la televisión.

¿Debemos pensar en algún ministro concreto o en varios?

En uno, que tenía un comportamiento muy extravagante y lírico. Que tenía una visión inmensa y que consiguió tomar decisiones que realmente dejan en buena posición a Francia. En su follón delirante, tenía una visión de la política muy honorable.

El hombre no es ningún, secreto. Dominique de Villepin.

Tampoco le hemos querido imitar. El hombre que escribió el cómic en el que se basa la película, ejercía de asesor del presidente y tiene un elemento autobiográfico.

¿Le duele, especialmente, la visión de África como la gran olvidada de la diplomacia francesa? Ha intentado mostrar los conflictos existentes en ese continente...

La política francesa en África tiene muchas zonas de sombra. Ha habido comportamientos discutibles. Más bien, terribles. Pero no es el tema principal de la película. La película habla de un episodio concreto, en el que justamente la intervención francesa, conjuntamente con la ONU, evitó la guerra vivil. El comportamiento de toda la comunidad internacional ha sido horrible con Ruanda. Pero no solo Francia. También Estados Unidos. El mundo entero se portó muy mal con Ruanda.

¿Tuvo una estrecha colaboración con el Ministerio de Exteriores para las localizaciones?

Sí, pudimos rodar allí porque estaban encantados con el cómic en el que se basa la película. Les gustó mucho y les pareció muy exacto. Luego hubo muchas reuniones pero aceptaron que rodáramos allá, siempre y cuando no molestáramos su marcha del día a día. A menudo rodábamos de noche o los domingos.

¿Hasta qué punto le interesa la política o haciendo cine encuentra su forma de hacer política?

Me interesa mucho la política y desde hacía tiempo quería hacer algo relacionado con ese mundo en concreto. El problema es que en esta película se tocan muchos conflictos internacionales. Llevaba 15 años intentando encontrar una historia así. Un ángulo que me interesase. Hablaba de política de forma oblicua, a través de algunas instituciones: el profesorado, los policías, el comportamiento de algunos jóvenes. Pero no hablaba de hombres políticos. Y esta historia me hizo una gracia especial desde el principio.