Si le parece, vamos a hablar de la crisis primero para olvidarnos rápido de ella. ¿Reímos, lloramos...?

Pues mira, estamos en un presupuesto similar al que pudimos tener en 2003 o en 2004. En el año 2010, cuando pasamos del viejo Arrazpi al nuevo, tuvimos un gasto extraordinario porque tuvimos que cambiar materiales que ya no servían, aunque era una inversión a futuro. Ahí estuvimos cerca de los 130.000 euros incluyéndolo todo, es decir, alquileres, contratación de técnicos... En el año 2011 fueron como 110.000 euros y ahí se tenía que haber quedado. Pero el año pasado no llegamos a los 90.000 euros, siendo el bajón muy bestia. Se ha podido asumir porque el cambio de espacio sí ha supuesto cierto ahorro, aunque no todo el que nosotros hubiéramos querido porque la inversión no llegó para utilizar una serie de herramientas escénicas que nos había cedido gratuitamente en 2010 el Teatro Social de Basauri y que todavía están ahí ya que nos faltan 12.000 euros para instalarlas. Son materiales que llevan tres años cogiendo polvo. Y luego otra parte del recorte se ha hecho en publicidad y en cositas que vas arañando. Por ejemplo, a las compañías les pedimos que del caché nos quiten el alojamiento para así no tener que aplicar al total el 21% de IVA. Claro que se lo pagamos, pero aparte y con un 11% menos de ese impuesto. Es una miseria lo que te ahorras pero...

Lo fácil sería rendirse o dejar de hacer el festival un año o...

Sí, pero planteamientos como hacerlo una vez cada dos años me da mucho miedo. La respuesta de la gente al festival es tremenda, insospechable cuando empezamos. Para nada contábamos con que el público iba a responder de esta manera durante estas 20 ediciones. Así que vas amoldándote. Está claro, por ejemplo, que priorizo la calidad de los espectáculos de interior sobre los de calle, que mantienen un nivel pero son menos que otras veces. ¿Eso es lo mejor que puedo hacer? Pues no lo sé.

¿Qué le aporta el Festival de Teatro de Humor a Araia y viceversa?

Es que este festival no tendría sentido en ningún otro sitio. Sería otro, organizado por otra persona y con connotaciones diferentes. En Araia se puede hacer este certamen porque el pueblo es lo que es y porque hay una tradición de actividad cultural de toda la vida. En el libro que acaba de publicar Pinttu (Jesús Mari Alegría), un día ojeando me encontré, en el reparto de una obra de teatro de 1920 o por ahí, el nombre de mi padre. Yo no tenía ni idea de que había hecho comedias (risas). Ya entonces había un grupo de teatro, el coro... mil cosas que generaron un caldo de cultivo que tiene mucho que ver con el carácter del pueblo, una localidad industrial en un contexto agrícola. Eso unido a una serie de circunstancias como el hecho de contar con un maestro en época de la República con unas ciertas ideas inquietas y otras cuestiones fueron propicias para ese caldo de cultivo. No sé, son muchas cosas las que hay porque la vida cultural de Araia siempre ha sido muy intensa.

Quien no haya acudido nunca a Araia en pleno festival no sabe qué ambiente se genera y se está perdiendo...

Es especial. La coincidencia, por ejemplo, con el Artzai Eguna también es muy importante. Todo el mundo participa de todo. Por eso me da mucha rabia lo de quitar las funciones de calle por mucho que al mediodía haga un sol del carajo. La gente va, se toma algo, mira el teatro... es un ambiente como de fiesta pero muy relajado. De hecho, los de los bares prefieren el festival que las fiestas del pueblo porque el personal está relajado, sin prisas. A la noche, por ejemplo, el público hace su cola, porque las entradas no son numeradas, sin agobios ni problemas. Es más, ha habido obras en las que nos han pasado cosas increíbles. Me acuerdo con El florido pensil, no sé si en el cuarto o quinto festival, que a las cuatro de la tarde había una mujer en la taquilla con su silla de camping y haciendo punto. Qué más se puede decir ante eso.

¿Y los grupos? ¿Qué dicen la primera vez que vienen, compañías incluso internacionales a las que seguro les ha costado encontrar Araia en un mapa?

Mira, una de las anécdotas que me viene fue con Los Ullen. La primera vez que vinieron desde Sevilla, aunque nos conocíamos y teníamos relación personal, tuvieron lo suyo con encontrar el pueblo, pero ya cuando vieron por fuera el viejo Arrazpi, el acojono que llevaban era importante. Cuando entraron, Maite Sandoval, una de las actrices, dijo: "aquí hay cariño". Pues eso es el festival. Esa es una de las claves. El polideportivo antiguo era nefasto para hacer muchas cosas, pero se trabajaba muchísimo para que sonara decente. El nuevo espacio es muy curioso también. Si te colocas en medio de la cancha y pegas una palmada, te puedes ir al bar, tomarte un café y volver, que todavía estará sonando. Sin embargo, en el momento que colocas una tela tienes menos reverberación que algunos auditorios.

Por cierto, ¿ya se entera de algo de lo que pasa sobre el escenario durante los días del festival?

No veo las funciones. No sé parar. Sólo me detengo con cosas muy especiales. Por ejemplo este año con Las Chirigóticas tengo que hacer el esfuerzo de volver a verlas porque me lo pasé tan bien cuando las vi con el trabajo que presentan aquí que quiero repetir.

¿Y cuántas veces le paran los espectadores cuando va de un lado al otro?

Muchísimas. Hombre, la gente sabe que estas currando, que tienes 18 frentes abiertos y que no para de sonar el teléfono, pero es que la gente del pueblo es la gente de toda la vida. El año pasado hicimos Avanti en el festival y hay una vecina que desde que me vio actuando, cada vez que se cruza conmigo por la calle se empieza a descojonar (risas). Quiero decir, hay ese rollo de pueblo. Es que es otro ritmo de vida la que hay allí.

Dentro de su espíritu, de su modo de hacer, de su filosofía, ¿qué es lo mejor de este certamen?

El festival ha evolucionado. Su nacimiento hay que verlo desde el punto de vista del voluntariado del pueblo. Es la participación de la gente la que nos saca adelante. Con el desarrollo de la cita, sin embargo, llegó un momento en el que yo no podía estar pendiente de si alguien se tenía que ir a regar el campo y no podía atender al camión de una compañía. Eso supuso contratar a gente y además en unas condiciones de seguridad y esas cosas. Es decir, tuve que llegar a ese instante en el que lo importante era el equilibrio entre lo que suponía la participación del pueblo y la necesidad de contar con unos compromisos de trabajo. No fue una búsqueda fácil, pero para mí, sin ninguna duda, la participación voluntaria de la gente de Araia en el festival es algo fundamental para el certamen. Lo mejor del festival es que hemos hecho 20 años a pesar de que nadie lo hubiera dicho cuando empezamos.

Aunque sea tan sano reírse, no sé si quedan motivos.

La verdad es que nos lo ponen difícil, pero al mismo tiempo nos dan más material que nunca. Hay espectáculos comprometidos y gente que se moja. Mira por ejemplo en la que se ha visto ahora metido el propio Pepe Viyuela con sus críticas a Montoro. De todas formas, tengo la percepción de que no estamos teniendo capacidad de reacción ante lo que sucede. No sé si es que nos ha pillado descolocados todo esto, no sé si es que tenemos miedo... y no me refiero sólo a la cultura, en ningún sector hay una respuesta a la altura de las circunstancias. ¿Cómo se puede tragar tanta mierda sin saltar? Y no digo que haya que echarse al monte, pero nos están dando material suficiente para dar caña y, sin embargo, no hay respuesta.

Ya veremos qué pasa, pero ¿tendremos otros 20 años de Festival de Teatro de Humor de Araia, no?

(Risas) Te cuento otras dos anécdotas. La primera vez que se hizo el festival fue en una carpa que se instaló en el frontón y que venía contratada por la Diputación. La empresa que la tenía que montar se presentó antes de lo que me habían dicho y los trabajadores se pusieron a ello. Para cuando llegué me encontré que habían metido en el suelo del frontón 24 picas de hormigón. Yo vi aquello y pensé: "se acabó, no ha empezado el festival y ya se ha terminado; y voy a salir corriendo del pueblo porque igual me cortan los huevos". Aquí estamos. La otra es que cuando terminamos el noveno festival, Koldo, que es una de mis manos derechas en el certamen, me dijo: "Txortas ya tengo lema para el próximo año, Y diez". Estaba tan quemado... (risas). Pues el otro día me insistió: "Txortas, qué Y veinte, ¿no?".