Vitoria. Esta vez ha sido dejarse en el camino un día de certamen, pero en los últimos años el Festival de Jazz de Vitoria ha ido realizando otros ajustes duros en su entramado para poder cuadrar números y sobrevivir a la crisis, apuestas, en algunos casos, que esperan en el cajón a tiempos mejores aunque el futuro más inmediato, por muchos o pocos signos de recuperación general que algunos intenten ver, no se presenta nada halagüeño.

Bajo la idea de no tocar las partes fundamentales del encuentro, las dobles sesiones de Mendizorroza y el Jazz del Siglo XXI del Principal, los ajustes realizados se han llevado por delante iniciativas como el Picnic de Nueva Orleáns y el Seminario de Jazz, propuestas que hacían singular a la cita gasteiztarra frente a otros festivales estivales cercanos y lejanos. E igual ha sucedido con ideas como el Jazz Terrace del Jardín de Falerina. Todo ello con el objetivo de no tener que alterar, o no demasiado, el tronco de un festival que, más allá de patrocinadores públicos y privados, no deja de estar organizado por una asociación cultural sin ánimo de lucro en la que los beneficios no se comparten pero las pérdidas sí.

No es el primer momento duro que vive el certamen. De hecho ha habido algún otro peor, pero la competencia es hoy más dura y salir de esta crisis en la mejor posición posible es la clave de cara al mañana. Claro que hay cuestiones que no están en manos de la organización del evento, como es el hecho de contar, como sede principal, con un polideportivo que se cae a pedazos mientras el Ayuntamiento ya ni sabe dónde tiene escondido el proyecto de reforma de esta instalación, por no hablar de aquella milonga vendida en su día sobre la nueva plaza de toros o del chiste de los sucesivos proyectos de auditorio, que dejó de tener gracia a base de gastar millones de euros en la nada. A esto hay que sumar, aunque el festival no lo quiera reconocer, que ha habido ya algún que otro intento en los últimos años para que el Jazz del Siglo XXI se deje de celebrar.

De todas formas, no todo es achacable a terceros o a la crisis. Más allá de los recortes inevitables y de los esfuerzos por contener los precios de los abonos y entradas, el festival no está sabiendo aprovechar la situación actual para hacer un replanteamiento de su fórmula, para analizar de manera tranquila y sosegada qué puede cambiar para abrir nuevas sendas que le hagan encontrarse con nuevos públicos. Al contrario, ha decidido sujetarse con fuerza a aquello que sabe que domina desde hace décadas esperando que pase el temporal junto a sus más fieles, que los tiene y más de los que algunos piensan. Y está bien saber valorar los puntos fuertes de uno pero quedarse sólo ahí es peligroso. De hecho, lo lleva siendo desde hace tiempo, antes incluso de la crisis. Renovarse no tiene que significar traicionarse.

Lo cierto es que más allá de las decisiones que vayan tomando los patrocinadores privados de cara a 2014, las instituciones están empezando ahora a elaborar los primeros números de las cuentas del próximo año. Y si el certamen no lo sabe de primera mano, debería tener en cuenta desde ya que un nuevo tijeretazo general a las áreas de Cultura está preparándose.