Vitoria. Tercera noche en un Mendizorroza con algo más de media entrada la que el jueves se vivió en el marco del Festival de Jazz de Vitoria con Jacky Terrasson y Melody Gardot como protagonistas. La jornada se presentaba interesante y cumplió con las expectativas, incluso superándolas aunque la doble sesión no terminó de ser redonda por algunos detalles de lo que sucedió sobre el escenario pero también porque una pequeña parte del público, sobre todo de la zona de abonos numerados, no pudo o no quiso dejarse atrapar.
Empezó, con algún minuto de retraso, Terrasson que acudía a la cita con varios invitados que han tomado parte en su último disco, Gouache. Y el pianista fue cimentando una actuación que conectó rápido con el personal gracias, sobre todo, a una sucesión de temas (desde el Beat It de Michael Jackson hasta Bésame mucho de Consuelo Velázquez) que él llevó a su terreno.
La senda discurrió así de manera placentera e interesante, aderezada por el bueno hacer de Michel Portal y Stephane Belmondo, que ofrecieron instantes de brillantez. La guinda la puso la joven voz de Cecile McLorin-Salvant, que aunque intervino menos de lo deseado, reivindicó para sí un concierto propio en este festival. De hecho, cabe preguntarse cuál es la razón de que no lo haya tenido ya. Sin embargo, Terrasson cometió dos errores en el final de su concierto. Por un lado, alargó en demasía un recital al que le sobraron los últimos diez minutos. Por otro, se equivocó al elegir el bis. La despedida requería algo más en sintonía con el resto de la actuación y podía haber seleccionado varios cortes de Gouache para ello.
Llegó entonces el momento del descanso y de cambiar el escenario para recibir a Melody Gardot. La cantante, pianista, guitarrista y compositora de Nueva Jersey se estrenaba en Vitoria y sacó a la palestra el manual para ganarse a un festival, aplicándolo de manera muy inteligente de principio a fin. Para empezar poniéndose en plan diva con los medios de comunicación. Vamos, lo habitual en estos casos. De hecho, las ha habido peores en Mendizorroza. Y mucho.
Anécdotas al margen, la intérprete tomó como referencia su último y recomendable disco, The Absence, y fue confeccionando una perfecta sucesión de temas (muy oportuno el homenaje a Cesária Évora), demostrando capacidad al piano y a la guitarra, pero, sobre todo, brillantez en una voz cálida, cercana, vitalista, insinuante... A eso le sumó un más que envidiable castellano, una simpatía en ocasiones pícara, algún que otro juego coral con el respetable, y una banda digna de una grande.
Dicho todo lo cual, es evidente que hubo una parte del público que no estaba por la labor, sobre todo en la zona de abonos numerados. No todo tiene que gustar a todos, faltaría más, pero dio la sensación en algunos casos de que los hay que se creen los guardianes de la puerta de la ortodoxia del jazz y cuando éste, como fue el caso, decide viajar por el mundo para mezclarse, que no desaparecer, con otros géneros, es el momento de ponerse firmes y fríos en vez de tomar el camino a casa. Lo que no puede ser es que una artista se tenga que poner de rodillas ante un espectador para que se levante por unos segundos de la silla.