Dirección y guión: Olivier Assayas Intérpretes: Clément Métayer, Lola Créton y Félix Armand Fotografía: Eric Gautier Montaje: Luc Barnier Nacionalidad: Francia. 2012 Duración: 120 minutos

Bastaría con mirar la imagen que acompaña a esta reseña, un fotograma, un veinticuatroavo de segundo extraído de las dos horas de duración de Después de mayo, para percibir la verdadera atmósfera del último filme de Olivier Assayas. En esta imagen ninguno de los seis personajes que aquí aparecen intercambian sus miradas. Son esfinges, cuerpos ausentes en una coreografía sedentaria que convierte a sus protagonistas en una galería de figuras de cera; son reliquias; nostalgia de un recuerdo que se sabe deformado porque en él hay fragmentos de una autobiografía que no quiere ser distorsionada por la emoción y el recuerdo.

Esa autobiografía pertenece a Olivier Assayas (París, 1955), uno de los cineastas franceses más sugerentes y poliédricos de la escena actual. Un Assayas que ha repetido el esquema de sus hermanos mayores. Como Godard y como Truffaut veló armas en la crítica, bajo la bandera de Cahiers du Cinema. Justamente cuando sus referentes habían impuesto los estilemas de la Nouvelle Vague en todo el mundo y cuando el divorcio entre ellos se veía venir, un joven Olivier Assayas estudiaba pintura y se iniciaba en un mundo que acababa de dejar atrás los días de vino y rosas del 68.

Sabedor de que en este guión Olivier Assayas se deslizaba por un espacio íntimo, ha optado por una dirección glacial, una distancia prudente que mira hacia atrás pero sin ira ni prejuicios para recrear una situación muy querida por el cine francés: el tiempo de la emergencia de la madurez. Esa línea de sombra que dice adiós a la adolescencia a golpe de insolencia y error, a costa de impostar una profundidad que sorprende e incluso irrita por su excesiva candidez, por su sobrada autosuficiencia.

Lo que Oliver Assayas muestra ofrece jirones de un diario privado, un (re)cuento que ilustra una época: la Europa del comienzo de los años 70; mezcla explosiva de psicodelia y drogas, de compromiso político y sexo, de arte y terrorismo. Un laberinto epifánico desde cuyo interior nunca cabía suponer cuál sería el verdadero apeadero de cada uno de sus inquilinos. El autor de reconstrucciones biográficas tan precisas como Carlos (2010), el cineasta de reflexiones familiares tan sagaces y conmovedoras como Las horas del verano (2008), director de experimentos formales tan destroyer como Demonlover (2002) y narrador de melodramas extremos como Los destinos sentimentales (2000) y Finales de Agosto, principios de Septiembre (1998), mira su propio pasado sin permitirse ni un solo desliz. Puntada a puntada, paso a paso, Assayas recorre Francia, Italia y Gran Bretaña, muestra el rostro perplejo de quienes en los años 70 acababan de cumplir poco más de 16 años y trata de describir qué pasó en aquel tiempo como medio de exorcizar qué está pasando ahora.

Hay muchas elecciones, muchos quiebros argumentales y muchas caras en este poliédrico autorretrato. Assayas asume su filme sin la arrogancia sardónica de Godard. Parece inclinarse por el romanticismo de Truffaut pero también eso acaba diluyéndose en una sensación evanescente. Todo en Después de mayo suena con sordina, todo se mueve desacelerado, fantasmal. Y en ese todo, nos es dado apreciar una agridulce certeza; aquel fue un tiempo de pérdida y desorientación y ahora, 30 años después, todo lo evoca. Assayas habla de un periplo, un viaje en el que el desamor y la muerte, el naufragio y la redención dependían de un gesto leve, de una decisión inconsciente, de un encuentro o un desencuentro. Es su manera de concluir que la vida parece un tiovivo de autómatas cuyo destino se escurre como una musa caprichosa.