Madrid. El director Juanjo Mena (Gasteiz, 1965), extitular de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, es un seeker, siempre en busca de la perfección, su "perdición", pero cuando encuentra una orquesta como la Chicago Symphony, con la que volverá a tocar hoy en esa ciudad, la "conjunción" se produce y envuelven al público en el mismo trance que disfrutan ellos.
Mena, director titular de la BBC Philharmonic, en Manchester (Reino Unido), con la que se presenta anualmente en los Proms de Londres, ha vuelto a Chicago para tocar en el Symphony Center en tres sesiones, de las que la de mañana será la última. "Está siendo un placer. Hace dos años hice una sustitución de última hora. Fue una enorme sorpresa para mí estar con una orquesta de tanto prestigio. Consiguieron que me descolocara porque, además, fue con una de sus piezas, la Patética, de Tchaicovsky. Fue muy especial sentir su apoyo y su entrega para hacer música juntos", explica en una entrevista. Que le hayan llamado de nuevo, en esta ocasión para dirigir la Pastoral de Beethoven, es la "reválida" de un trabajo bien hecho y la prueba de ello y de su "conexión" es que, dice, "casi no tiene que intervenir. Es gente encantada de que les hables de frases, de balances, del espíritu de la música".
"Es como el amor. No se puede explicar. Hay una línea que si la traspasas todo se vuelve especial, pero también puedes quedarte corto aunque hayas puesto lo máximo de ti y no consigues hacer música de gran nivel. Pero si los elementos confluyen se produce una concatenación de sonoridades que te llevan a un final increíble", detalla.
un instante A veces, explica, preparas los ensayos "con todos tus sentidos y más, pero luego es un desastre. Lo más maravilloso y difícil de la profesión es entender que la música se produce en un instante que tú no controlas". El espectador sabe que asiste a un momento singular en un concierto cuando "no puede perderse un segundo de lo que está pasando, está conectado continuamente, sin que le distraiga nada en absoluto. Querer explicar esa sensación con palabras es siempre quedarse corto", resume.
Mena aprendió "la orquesta y la instrumentación" con el maestro Camelo Bernaola (1929-2002), con Enrique García Asensio (1937) "la técnica y cómo transmitirla" y con Sergiu Celebidiache (1912-1996) "que nada está escrito, que hay que buscar siempre, aprender, con el único objetivo de emocionar".
La continua búsqueda de la perfección es su "sello", su "marca de la casa", lo que por una parte es la "virtud" que le distingue y por otra es su "perdición" porque nunca se da por satisfecho. "Es una imperfección porque hay veces que hay que saber decir 'lo has conseguido', valorar lo logrado. Hay una generación de 15 ó 20 años menor que yo que parece haber llegado ya y yo pienso que aún me quedan 15 ó 20 años para seguir indagando en un camino precioso".
En 2008 decidió dejar la titularidad de la Orquesta de Bilbao y "buscar otra forma de hacer las cosas" por el mundo, aunque su hogar está en un caserío cerca de Urkiola, y está "contentísimo" con la decisión que tomó, por eso no ha querido contemplar la posibilidad de hacerse cargo de la Orquesta Nacional de España (ONE), también en búsqueda, pero de su futuro director. "He trabajado con ellos y fue muy buen trabajo, con muy buena química, pero ya dedico 16 semanas al año a la BBC y si me hiciera cargo de la ONE serían otras 16, con lo que ya no podría hacer nada más en ningún lugar del mundo", justifica Mena, que tras su paso por Chicago viajará a Los Ángeles para dirigir a la Philarmonic Orchestra - 30 y 31 de mayo- . En medio, viajará a Euskadi para pasar cuatro días en su caserío con sus hijos, de 11 y 7 años, que apuntan maneras de músico "aunque nunca se sabe".
Hace lo que quiere hacer, pero, precisa, no en un sentido "prepotente": "Necesito estar trabajando con esta exigencia y esa es la única forma de seguir progresando". Lo que ha aprendido en un camino de más de 30 años dirigiendo, revela, es que, "al final, de lo que se trata es de intercambiar energías para conseguir cosas juntos. Recibir, modular y devolver esa energía, algo que empecé a vislumbrar cuando tenía 16 años y dirigía un coro de niñas de 12", recuerda riéndose.