No es el del cortometraje un mundo sencillo, pero a Paul Urkijo le ha dado tiempo a hacer en 28 años un sinfín de cosas. ¿A un licenciado en Bellas Artes cómo le da por dedicar sus energías a un camino que, desde el principio, ya sabe que va ser tan complicado?

Desde pequeño siempre me ha gustado montarme mis historias y siempre he tenido ese punto de liarla. Como me gustaba dibujar me metí a Bellas Artes, sobre todo con la intención de dedicarme a la ilustración, el diseño artístico y ese tipo de cosas. No tenía previsto relacionarme con el cine, aunque haya sido una de mis grandes fuentes de inspiración. No me planteaba que pudiera hacer una película. Era algo que no entendía. Pero en la facultad teníamos alguna asignatura de audiovisuales, pude tener una cámara por primera vez y me puse a hacer cortitos. De hecho, tengo alguna cosa secuestrada por ahí que no sé si alguna vez sacaré. Son unas risas.

Y a partir de ahí...

Bueno, poco a poco fui haciendo cosas y realicé Clavos, que está en Internet. Lo hice para un festival de ETB sobre cortos de un minuto. Lo gané e invertí los 1.500 euros del premio en hacer El pez plomo. Fue mi primera producción con gente, diferentes localizaciones... había que generar una ambientación de género fantástico. Gané un par de premios y fue, un poco, un punto de no retorno. Me fui a Madrid durante seis meses a trabajar con Alex de la Iglesia, estuve ideando un corto que al final no salió, y otro que moví por varias productoras hasta que me lo cogió la de Christian Gálvez. Así apareció Jugando con la muerte, que es la producción más grande que he tenido. Sigue funcionando muy bien por festivales y eso me ha dado la posibilidad de hacer contactos, de que me propongan proyectos... Al final, el cine es para mí una ventana para vivir aventuras y como siempre me ha gustado contar historias, aquí estoy.

'Jugando con la muerte' y 'Los monstruos no existen' no paran de atesorar premios. ¿Es una reafirmación?

Lo mejor de los premios, sobre todo en mi caso ya que la mayoría de los galardones que he conseguido son del público, es que te hablan de que la gente reacciona bien a tus historias. Es lo que, al final, necesitas saber. Si al público no le interesa lo que haces, lo tienes claro. Eso es lo que me anima a seguir, los premios y la reacción de los espectadores. Cuando sales de un festival y la gente se te acerca para contarte, ves que generas reacciones y sensaciones, eso es fundamental.

Lo triste es que sólo se puedan ver en festivales, no en las salas comerciales.

Además es que hablas con la gente y te das cuenta de que los espectadores quieren ver cortos. De hecho, hay gente que pasa mucho tiempo viéndolos en la red. Como se hacen con poco dinero porque la disponibilidad económica es la que es, no puedes apostar por a una gran distribución en salas tal y como están montadas las cosas ahora. ¿Se podría hacer? Sí, pero en estos momentos no es viable. Además está Internet, que es donde ahora se mueven muchas cosas.

¿Pero es una buena pantalla?

¿Internet? Hombre, en la pantalla del ordenador se pierden cosas con respecto a una sala, eso es evidente. Pero, es una ventana al mundo que te permite informarte sobre el autor, ver otros cortos, contrastar... es una experiencia mucho más interactiva. Me parece una herramienta muy potente, lo que pasa es que todavía no la controlamos bien, nos da un poco de miedo.

Al mismo tiempo que uno va haciendo cortos, también hay que comer y eso, en su caso, supone adoptar otros muchos papeles dentro del audiovisual.

Por lo general, cuando trabajo a nivel técnico en los cortometrajes de otros es más una cuestión de amigos. Al final, nos echamos cables los unos a los otros. Luego hago también tema de vídeos industriales y publicidad, que es lo que me da de comer. Y mientras desarrollo mis proyectos.

¿Son muchas las ideas que se agolpan o hay que cerrar etapas para abrir otras nuevas?

Siempre estás con diez ideas en la cabeza pero lo ideal es ir una por una. Yo ahora mismo tengo en la cabeza un proyecto nuevo y otros dos rondando, pero debo centrarme en el más inmediato hasta el final e incluso ideas más específicas que no pueda aprovechar ahora, las guardaré para más adelante.

¿Cómo se cuenta algo en uno, cinco, diez minutos?

Es una cuestión de ritmo. Depende de la información que quieras contar. En un tiempo más dilatado puedes desarrollar más los personajes, mientras que si tienes menos minutos, lo tienes que sintetizar todo, aunque eso puede hacer que lo que propones sea más potente. Cada formato tiene su atractivo. Es como un haiku japonés, que es una cosa muy sencillita que te dice mucho.

¿Qué influye más, el tiempo o los recursos económicos?

El tiempo viene condicionado por los recursos económicos.

¿Y qué supone más pelea, el trabajo con actores como Txema Blasco o el aparataje técnico?

He tenido la suerte, en los dos niveles, de tener buena relación con los currelas. Mientras la gente sea profesional y lo quiera dar todo por la historia, no hay problema. Eso depende del artistilla que cada uno lleva dentro.

Pero hay que ser sargento, asambleario, colaborador...

De todo un poco. Hay que ser camaleónico para adaptarse. Eso es algo que todavía estoy aprendiendo y creo que lo más difícil de ser director es eso, saber cómo comportarte con cada persona para que el proyecto siga adelante. Pero creo que soy bastante natural. Para mí lo que prima es la historia, es lo que tengo en la cabeza.

¿Cuánto le lleva cada trabajo, como 'Jugando con la muerte' o 'Los monstruos no existen', sus dos últimos cortos?

La primera etapa de creación depende de la musa. Si está contenta, te pones a escribir y en una tarde puedes tener solucionado el planteamiento de la historia. A partir de ahí, el trabajo es más mecánico. De todas formas, incluso cuando estás rodando, la historia va transformándose. Todo va mutando. Luego llega el tema de la distribución y eso ya es cuestión de los festivales.

¿Entrar, como es su caso, en programas de promoción como Kimuak, del Gobierno Vasco, ayudan?

Mucho. Kimuak es una plataforma impresionante para poder proyectar tus cortos a nivel mundial. Ya tiene un reconocimiento y los festivales entienden que si has sido seleccionado, tu trabajo tiene una calidad. Eso sí, no es tan fácil entrar en Kimuak, como no es tan fácil hacer un buen producto.

Cuando el corto inicia su camino ante el público toca acompañarlo en muchas ocasiones. ¿Hasta las narices de ver los suyos?

Pues sí. Ya cuando estás editando el corto, lo ves cien veces y no lo quieres ver nunca. Pero tienes que ir a defenderlo delante de la gente.

Por cierto, ¿dónde guarda tantos premios acumulados?

En casa.

¿Y cuando los mira, qué piensa, porque no sé si también son un peso de responsabilidad?

Todavía no. Si entrase en un proyecto más grande, que implica a muchas personas, entonces sí notaría esa responsabilidad. Ahora esos premios me generan alegría y me dan fuerzas para seguir. Pero bueno, no creas, se me olvida mucho el tema de los galardones.

¿El poder hacer un largometraje es un sueño o una exigencia?

Ambas cosas. Un corto es para aprender pero también un formato para contar historias. Para mí el objetivo es hacer un largo, sin dejar de hacer cortos. Además, poder hacer un largo implica también un sustento económico para vivir de lo que te gusta. Es un sueño.

¿Pero está cerca?

Cada vez lo veo más cerca pero tampoco me lo quiero terminar de creer. Las cosas están muy difíciles y es mejor ir con los pies bien pegados al suelo, sin parar de trabajar.

Hay quien pueda pensar que mejor haberse quedado en Madrid donde da la impresión de que las cosas, dentro del sector audiovisual, son más sencillas que en Álava.

Aquí me rodeo de gente que conozco, con los que he realizado todos mis cortos. Tengo un equipo hecho con el que trabajo muy a gusto. Cuando vas a Madrid te encuentras una jungla totalmente diferente. No es necesario irte, aunque el dinero esté allí. Aquí tenemos un gran potencial y se vive mucho mejor.

¿En un sector ya difícil de por sí, cómo se vive con el añadido de la crisis económica?

Como en cualquier otro trabajo. La cuestión es tirar. El motor que mueve todo esto es la ilusión. Si la ilusión no desaparece, con cuatro duros se hace lo que sea. Además, a nivel tecnológico, las cámaras y otros materiales son ahora más accesibles. Hay menos dinero pero estamos aprendiendo a gestionar rodajes que antes hubieran sido imposibles con menos dinero y menos equipo.

¿De lo que aprendió en su paso por Bellas Artes, por ejemplo en dibujo, lo sigue desarrollando?

Sí, el dibujo lo uso de manera constante en mis proyectos. Es que lo dibujo todo: diseños de personajes, el storyboard, los carteles... Siempre es más fácil expresarte tanto ante un productor como ante el equipo de rodaje, por ejemplo, a través de esas imágenes que has creado.

¿Que le califiquen como joven promesa...?

Suena tan... Hombre, por un lado sí que te gusta porque es sinónimo de que la gente confía en lo que puedes realizar porque ha visto que haces cosas buenas. Pero tampoco me lo tomo muy en serio. Lo que me emociona realmente es poder contar historias y sumergir al espectador en mis proyectos.

'Jugando con la muerte', 'Los monstruos no existen'. ¿Macabro?

Es mi forma de ver el mundo. Es que desde pequeño me han gustado los monstruos.