Dirección y guión: François Ozon. Intérpretes: Fabrice Luchini, Kristin Scott Thomas, Emmanuelle Seigner, Denis Ménochet, Ernst Umhauer, Bastien Ughetto y Yolande Moreau. Nacionalidad: Francia. 2012. Duración: 105 minutos.

El nombre de Ozon provoca actitudes enfrentadas. En su cine ha habido casi de todo: Bajo la arena (2000), 8 mujeres (2002), Swim-ming Pool (2003), El refugio (2010),... Ciertamente su trayectoria mueve a la confusión. Como realizador, Ozon pertenece a la casta de los profesionales imprevisibles. No tanto porque cambie de géneros y tonos, eso es consustancial con todo aquel director que desea eludir un encasillamiento, sino porque su firma se diluye en los meandros de lo que narra. Sin menospreciar su trayectoria fílmica, En la casa aparece como su obra más perfecta, su trabajo mejor encajado. Y esto es así porque en esta incursión que durante muchos minutos mantiene al espectador en el umbral de la incertidumbre, convergen tres elementos sustanciales para hacer una buena película: un guión sólido, unos actores excelentes y una adecuación entre la palabra y su verbalización, tan diestra como eficaz; tan atractiva como imprevisible.

Hay tensión y emoción, ironía y melancolía, cuatro jinetes para convocar una pasión: la de la creación (literaria). De las múltiples lecturas que permite extraer En la casa, hay una fascinante; aquella que subvierte la figura del padre biológico transmutándolo en la figura del padre simbólico, el maestro como transmisor de la vocación artística y el alumno como promesa de su eternidad metafórica. Construida sobre la rotunda carpintería de la pieza teatral de Juan Mayorga, El chico de la última fila, autor entre otros libretos de La paz perpetua y Cartas de amor a Stalin, Ozon convierte en cine lo que nació para ser llevado a la escena teatral. No era fácil la empresa pero Ozon lo resuelve como si lo fuera. En buena medida porque el motor que agita la transformación interior que van a sufrir sus personajes se basa en la observación, en el acto de mirar hacia afuera. La piedra angular, subrayada por su titulo, la reafirma al aludir indirectamente a quien está fuera de esa casa. Y eso, ver fuera de uno mismo, es lo que el cine lleva haciendo desde el origen de los tiempos; mirar hacia el exterior para palpar las mecánicas internas.

Concluyamos diciendo que En la casa, describe el proceso de metamorfosis de un veterano profesor de literatura empeñado en que en sus alumnos brote alguna sensibilidad por la escritura. Camino de los sesenta, acomodado y aburrido, su bagaje cultural le aleja de sus alumnos a fuerza de años y años de barnizarse con lecturas frente a unos pupilos cada vez más desinformados, más insensibles e indefensos.

La perversión que mueve la trama interior consiste en un encuentro entre ese profesor de mirada crepuscular y un alumno arrogante de quien nunca se sabe si detrás crece un psicópata o un escritor; dualidad que en la vida real, en algunos casos, coincide en la misma persona. El tema es que Ozon se desliza feliz por la autopista diseñada por Mayorga. El francés encuentra en el madrileño un texto que hace propio, un duelo que vive en propia piel y un trasfondo que le permite volar. En todo caso, Ozon imprime a los personajes un tratamiento diferente, se toma la libertad de (re)crear la historia y enuncia una complicidad final que imprime un cambio drástico a lo que, en el texto teatral, finalizaba con una bofetada.

Feliz ganadora de la Concha de Oro en la última edición de Zinemaldia, En la casa nos regala la presencia de un joven actor de presencia perturbadora. Ozon, siempre predispuesto a insuflar vida y densidad a sus personajes, recibe de Ernst Umhauer, un excepcional regalo. Con él como demiurgo, a veces tierno, a veces, siniestro, su filme entona una exaltación al mundo literario que parece condenar al hombre actual a elegir entre la utopía creadora en soledad o anclarse a la monotonía en compañía.