Donostia. Eduardo Chillida falleció tal día como hoy hace una década. Artista universal, su obra no necesita presentación. Su vida, salpicada de premios y reconocimientos, transcurrió la mayor parte del tiempo en su territorio natal. Un paseo por Donostia certifica la importancia del escultor, casi un símbolo de la ciudad. Pero no sólo en nuestro entorno, porque sus piezas se pueden rastrear por todo el planeta.
La muerte de Chillida supuso la pérdida de un artista reconocido por todos y con un innegable valor artístico, cultural y humano. Y si en vida ya estuvo considerado como un valor seguro en el arte, desde hace diez años, esta concepción todavía ha aumentado más. “Desde su fallecimiento ha habido una mayor valoración económica”, afirma el crítico de arte y comisario Edorta Kortadi. “Se dice que año a año sube un 0,7% el precio de la obra de un artista de este reconocimiento”, indica. Uno de sus ocho hijos, Ignacio Chillida, confirma este crecimiento del valor de su obra, aunque no sea un hecho novedoso:Eduardo Chillida “estaba subiendo constantemente en el mercado, pero no solo ahora: eso no es nada nuevo”.
A algunos artistas la muerte les encumbra a un Olimpo que no han gozado en vida; a otros, sin embargo, la eterna guadaña les completa el ciclo de su obra y permite comprenderla como un todo. Este es el caso de Chillida, quien “desde que falleció ha dejado una obra cerrada, acabada”, según Kortadi. Este hecho permite estudiarla de una forma distinta a hace unas décadas y tener una visión global sobre ella. Por eso, Chillida ha ganado en comprensión y valor. “Suele pasar que cuando muere un artista hay un tiempo en el que se revaloriza y luego suele calmarse”, indica Ignacio, quien remarca que “las subastas en las que ha habido obras de Chillida han superado el precio establecido, sobre todo ciertas esculturas”.
La obra del escultor donostiarra -“uno de los valores más seguros” en el arte, asegura su hijo- “es una de las más importantes de la segunda mitad del siglo XX dentro de la escultura informalista o abstracta”, admite el crítico de arte Edorta Kortadi. “Esta valoración ya está en los manuales de historia del arte y las enciclopedias, en todas partes”, resume.
En opinión del crítico e historiador Xabier Sáenz de Gorbea, es “impredecible” cuál puede ser el futuro de Chillida en el mercado artístico porque “una cosa es el valor intrínseco de una obra y otra el valor de cambio que le otorgan aquellos que disfrutan de altas posiciones económicas”.En un sentido similar, Kortadi advierte de que “la valoración económica no es sinónimo de reconocimiento histórico o cultural, porque algo puede valer mucho en el mercado y no ser artístico”. No obstante, en el caso del artista guipuzcoano “se dan todos los reconocimientos en uno”.
En su caso, la fama y la notoriedad le sobrevinieron en vida. Desde el premio que recibió en la Bienal de Venecia en 1958 y que le abrió las puertas a Europa, hasta el último reconocimiento poco antes de morir, la Medalla de las Artes por el conjunto de su obra de la Academia de Arquitectura de París, tiene una carrera prolífica y fecunda. Como recuerda Sáenz de Gorbea, “cuando murió ya estaba en el primer nivel dentro de la idea de arte poético y personal que se forja en el periodo de posguerra”. Después, su figura artística se ha mantenido incólume y creo que va a seguir así”, añade.
Pero la obra no fue el único aspecto en el que destacó Chillida, comenta su hijo. “La gente se mantiene por su valía y no solo por la obra que haya hecho:por su comportamiento. Mucha gente ve la escultura de Chillida por la ciudad y le tiene un gran cariño, pero en este país su presencia está muy por encima de su obra. Está en su comportamiento ético, su ayuda, su hacer país, lo cual no es estrictamente su parte artística: es también la obra humana”.
Este reconocimiento se puede manifestar en forma de premios, de memoria y, en un escultor, por el número de piezas que tiene en museos, galerías y colecciones. “Está en museos muy importantes de todo el mundo”, explica Kortadi. “Uno va a Alemania, que es una de las galaxias que mejor le ha reconocido, y hay obras suyas”, prosigue, “va a museos franceses y está reconocido; en los museos españoles y vascos también está bien representado. Hay obras de Chillida en San Telmo, en Vitoria, en Bilbao y en la zona de Iparralde”.
Y diez años después de su muerte, no parece que la estela que dejó se vaya a diluir en los mares del olvido. “Bajarle del pedestal es muy difícil”, admite el crítico de arte. “El reconocimiento de mi padre no solo se mantiene, sino que se acrecienta en todo el mundo, eso no cabe ninguna duda”, enfatiza Ignacio. Su estilo inconfundible, además, ha penetrado en el imaginario colectivo, y cuando se ven esas grandes esculturas luchando contra el horizonte y sus elogios de la naturaleza nadie duda de que está frente a unChillida.
Es más, aunque “no creía en absoluto en la enseñanza del arte ni en discípulos”, explica su hijo, “siempre ha tenido una influencia muy importante”. El creador pensaba que el arte tenía que salir de dentro de cada uno, impregnaba el alma de cada persona, por eso estaba en contra de enseñarlo, porque era esencial. Sin embargo, en el campo estilístico, como todos los grandes maestros, “dejó huella”, según Kortadi, que recuerda que las formas de Chillida se pueden encontrar en escultores como Mendiburu y Vicente Larrea.
Sáenz de Gorbea cree que “en el pasado, más que ahora, ha habido deudas con artistas menores”.“Pero actualmente su influjo no se encuentra en los lenguajes, los procedimientos o materiales que utiliza, sino en la actitud de compromiso que establece con la investigación de procesos y la búsqueda continua de nuevas plasmaciones”, opina.
Ante un mito de estas características lo difícil parece saber cómo acercarse a él. Kortadi avisa de que lo primero de todo es “conocerlo”. “Lo que no se conoce no se ama”, reflexiona. “Por otra parte hay quitarse las gafas y enfrentarse con su obra. Por qué me gusta, por qué no, cuáles son las estructuras...”.