¿Cuántas veces ha oído, o leído, últimamente que lo mejor para su salud y equilibrio es comer cinco veces al día? Seguro que muchas; según parece, hacer cinco comidas diarias es buenísimo para casi todo, incluso, aunque cueste muchísimo creérselo, para adelgazar.

La verdad es que lo de tomar algo más o menos sólido cinco veces al día no es una cosa insólita. Muchos ciudadanos toman su desayuno en casa o en un bar cercano al trabajo, al que regresan a media mañana para hacer lo que unos llaman almorzar, otros tomar las once, los vascos amaiketako...

Viene luego la comida del mediodía (a esta también hay quien le llama almuerzo), en casa o fuera. Lo de merendar es menos general, salvo para los más jóvenes y los menos jóvenes.

Por fin, la cena... y supongamos que la cosa se queda ahí.

Por otra parte, también son muchos quienes gustan de tomarse un aperitivo antes de comer, o de cenar. Y la idea de aperitivo (una caña, un vinito...) lleva aparejada la de la tapa. ¿Que eso no cuenta? Bueno: depende de la tapa.

Porque tampoco crean que lo de las cinco comidas diarias hay que tomarlo al pie de la letra, salvo que consideremos que cuenta como una comida una pieza de fruta (pequeña) o un yogur, que es lo recomendado a media mañana, y lo mismo, o dos galletitas integrales, para merendar. Y, por supuesto, moderación en la comida del mediodía y en la cena. Vamos, que más que recomendarle comer cinco veces al día le aconsejan el único sistema infalible de adelgazar: pasar un poco de hambre. Ah, además le dirán que haga ejercicio.

Sucede que esto de las cinco comidas no tiene nada de nuevo. Vean ustedes el texto que someto a su consideración: Desque te conocí, nunca te vi ayunar. / Almuerzas de mañana, non pierdes la yantar; / sin mesura meriendas, mejor quieres cenar; / si tienes qué, ya quieres a la noche zahorar. Ahorrar vale por recenar, porque la zahora es la comida que se toma en el Ramadán antes de amanecer.

Bien, así regañaba, en el siglo XIV, Juan Ruiz, arcipreste de Hita, al bueno de Don Carnal: cinco comidas al día. Y el arcipreste no menciona para nada los yogures, ni el fiambre de pechuga de pavo.

Demos un salto de medio milenio, y plantémonos en el siglo XIX. Don Benito Pérez Galdós cuenta, en sus Episodios Nacionales, algunos que son gastronómicamente muy interesantes. Así, en De Oñate a La Granja, nos revela que en una casa acomodada de La Guardia riojana se hacían, en efecto, cinco comidas diarias.

Don Benito las describe con detalle. Resumamos: la cosa empezaba a las siete de la mañana con chocolate con bollos. A las nueve, sopas de ajo con chorizo, "infalible tentempié a aquella hora". A mediodía (a mediodía exactamente, es decir, a las doce), la comida: sopa dorada de pan, cocido con carne de cebón, con "aditamentos cerdosos" y verduras acompañadas de oreja y morcilla.

Eso preparaba para los llamados principios (se llamaba principio" a todo lo que se servía entre la sopa o el cocido y los postres, porque, como explicaba Ángel Muro, eran "el verdadero principio de la comida"); bien, entonces era el momento de los pollos asados. Tras ellos (o un pescado cuando tocaba), diversos postres. Ah, y la copita de anís.

A las cuatro de la tarde, "ya desfallecidos y a guisa de sostén", tomaban otra vez chocolate con bollitos, para aguantar hasta las ocho, hora de la cena: sopas de ajo (con chorizo), huevo pasado por agua, chuleticas de cordero, quizá una trucha, verduras y, de postre, compota, imprescindible... como una nueva copita de anís "que tan bien ayuda a la digestión".

De modo y manera que tanto Don Carnal, antes de su enfrentamiento con Doña Cuaresma, como los ciudadanos del XIX que podían (y recuerden que Larra, en El castellano viejo, elogiaba a quienes se conformaban con comer "un modesto cocido y un principio final") seguían, sin sospecharlo, las recomendaciones dietéticas que se harían a sus descendientes en el siglo XXI.

"picar" Bien es verdad, digamos en descargo de los galenos, que aquellos ciudadanos tenían una esperanza de vida mucho menor que la que tenemos ahora. Pero comer, los que podían, ya lo creo que comían. También, hay que reconocerlo, hacían más ejercicio.

Pero, de todos modos, nuestra sociedad está acostumbrada a las clásicas tres comidas, o sea, desayuno, comida y cena, y lo demás es "comer entre horas", algo a lo que llamamos, más modestamente, "picar algo". Y siempre se nos había dicho que lo de picar entre horas era de lo más malísimo del mundo; evidentemente, esa costumbre no se refería a tomarse un yogur desnatado o un albaricoque, sino por lo menos un pincho de tortilla, que es una cosa bastante más contundente.

En fin, ustedes háganles caso a los especialistas en nutrición. Háganles caso, pero poco, que diría Julio Camba. Nadie mejor que uno mismo sabe lo que le sienta bien o menos bien. Y nadie ignora, aunque a veces lo parezca, que la única comida que no engorda es... la que se queda en el plato.