Vitoria. Desde el escenario de la Virgen Blanca, Gregg Allman puso hace casi un año el punto final al décimo aniversario del Azkena Rock Festival. Desde entonces, las miles de personas que acuden cada doce meses al macroencuentro gasteiztarra han estado esperando a que diesen las 18.00 horas de ayer para que las puertas de Mendizabala volvieran a abrirse para disfrutar de un maratón sonoro que, en esta ocasión, recorrerán 39 bandas a lo largo de 41 conciertos. Y el reloj nunca falla.
La undécima edición del evento ya está en marcha y hay cosas en él que nunca cambian. Por ejemplo, el hábito, nada más entrar en el espacio, de recorrer el recinto para ver qué está y qué no o qué tiene otra ubicación distinta, para cambiar moneda (ya se sabe que aquí el euro no sirve), y para empezar a reencontrarse con los azkeneros veteranos y compartir las primeras charlas (la crisis y la composición del cartel fueron los temas más recurrentes a lo largo de toda la tarde).
Aunque la afluencia de gente fue muy importante (la empinada e insufrible cuesta de acceso al camping era un no parar), es evidente que no se vivió lo del año pasado, cuando precisamente la jornada inaugural fue la de mayor asistencia con más de 20.000 personas por la presencia de Ozzy Osbourne. Y eso es algo que algunos agradecieron para evitar apreturas y demasiados agobios nada más empezar.
De todas formas, esa supuesta holgura con respecto al primer día de hace un año tampoco duró tanto. Para cuando Blue Öyster Cult hizo acto de presencia a media tarde, la cosa ya empezaba a tener la pinta de siempre, es decir, gente por todos los lados.
En ediciones precedentes, en la jornada de apertura, sólo se ha utilizado un escenario al haber menos bandas, algo que también ha cambiado esta vez. Así, desde que a las 18.30 horas hizo acto de presencia Si Craunston, el resto de artistas se fueron turnando entre el principal y el tercero (el segundo sí estuvo cerrado). Al londinense le faltó algo más de tiempo para demostrar todo el rhythm and blues y el soul que lleva dentro. No ha inventado la pólvora, pero en lo que hace, la clava, movimientos de cadera incluidos.
La coincidencia en algunos horarios (los llamados solapes) hicieron que casi sin poder ver a Dr Maha's Miracle Tonic (aunque lo escuchado resultó divertido) llegase el turno de unos Blue Öyster Cult que, todo hay que decirlo, vivieron épocas mejores aunque todavía guardan la esencia. Con todo, supo a poco su paso por la capital alavesa puesto que dieron un show consistente.
Llegó entonces un Israel Nash Gripka al que sería bueno ver en sala (seguro que se disfrutaría más de su folk rock de altísimos vuelos) y unos Twisted Sister dispuestos a armarla con clásicos como I wanna rock. Desde el segundo uno se ganaron al personal, que estaba por la labor, al grito de Vi-funking-oria (grande Dee Snider aunque fuera sin pintar).
El inicio de los Graveryard fue más que esperanzador pero, como pasó luego con Status Quo, Steel Panther, Pentagram, Porco Bravo y Dropkick Murphys, su concierto transcurrió cuando este periódico iba camino de convertirse en papel, así que tiempo habrá mañana de contarlo con tranquilidad.