Vitoria. El tópico les etiqueta como creadores de un nuevo lenguaje. Y probablemente sea cierto. Pero, antes que eso, la compañía Los Corderos ha creado una nueva forma de hacer. Una forma de hacer que huye de códigos conceptuales pretendidamente contemporáneos y apuesta por los impulsos. Una forma de hacer que, como otras artes, opta por el musculado diario para alcanzar una buena forma escénica. Una forma de hacer que les acerca de nuevo a Gasteiz con su último trabajo, El cielo de los tristes, hoy a las 20.30 en el Jesús Ibáñez de Matauco de Hegoalde, dentro del ciclo Jim Aktual.
Los Corderos ya no puede entender su trabajo sin ese entrenamiento diario, una práctica que "está más cerca de disciplinas como la danza o la música", pero que también resulta indispensable para David Climent y Pablo Molinero, completado el equipo por las orgánicas labores de gestión y difusión de Pilar López, un triángulo que, afirma Climent, "nos permite centrarnos en la parte creativa y tener una cómplice en la producción". Esta labor de crecimiento continuo que iniciaron hace años al unirse, tratando de "profundizar en esas pequeñas perlas" halladas a través de cursos, talleres y workshops, les permite construir perpetuamente, "no tener que esperar a que nadie levante el teléfono y te llame, no estar siempre empezando de cero, y pulir aquello que no se da bien". Miran mucho la tradición, buscan la esencia, y les aplican ambas rigor, conscientes de que lo de hacer algo contemporáneo "es simplemente por vivir en este siglo".
En El cielo de los tristes, como en el resto de sus piezas, se mueven "en un registro poco naturalista", plasmando los recovecos de su investigación constante. "La palabra se ha adueñado de las artes escénicas", explica Climent, que junto a Molinero manipula "absolutamente todo, porque todo es parte del discurso", fundiendo cuerpo, sonido, espacio y objetos en una suerte de artesanía creativa. "No es conceptual, es muy humano; hacemos un teatro muy dirigido al instinto", reconoce.
Tragicómico, absurdo, adicto al territorio de las contradicciones, su sello, que ya acercaron a Vitoria en 2009 con Tocamos a dos balas por cabeza, crece en las emociones del propio público. Porque saben que un mismo libro esconde mil historias, tantas como lectores, y que también un montaje propone tantas perspectivas como espectadores. "Lo racional todo lo dirige; cuando no entendemos algo nos volvemos locos, y ése es un lugar en el que deberíamos educarnos".
Como un músico domina cada vez con más perfección las bases de su instrumento, de un estilo o de la mezcla de muchos, también Los Corderos busca alcanzar un pleno estado de forma escénico. Como afirma en su Manifiesto del cordero bastardo, busca un teatro "en el que no valen las medias tintas ni la tibieza, ni siquiera por parte del público". Gasteiz tiene hoy la oportunidad de comprobarlo.