¿Es un cumpleaños para soplar con orgullo las velas?

Es una celebración austera debido a los tiempos que corren pero, evidentemente, estamos encantados de haber llegado a los diez años con un balance muy positivo aunque haya cosas mejorables.

Bueno, en su caso son once años...

Entré el 3 de agosto de 2001. Ese primer año pasó rápido, rápido, rápido, fue todo locura, una locura muy bonita porque todos teníamos mucha ilusión por hacerlo bien. Esas ganas no han desaparecido pero los momentos son distintos. Ahora tenemos sujetas las riendas del centro.

En aquellos momentos había muchas dudas porque era la primera vez, junto con el caso de la Catedral Santa María, que la Diputación constituía una fundación que, además, se iba a abrir al ámbito privado.

Cuando yo entré, la fundación ya estaba formada y no fue hasta que el equipo del museo estaba trabajando cuando se dio entrada a algo que creo ha sido clave para el desarrollo sostenible del museo, es decir, el patrocinio privado. En estos diez años han apoyado de una manera impresionante desde todos los puntos de vista, no sólo monetario -y eso que han aportado unos 15 millones de euros- sino también la participación y fidelidad que han tenido con nosotros. Junto con ellos y, por supuesto, con las instituciones hemos crecido de una manera sostenible hasta estos dos o tres últimos años que, con la crisis, pues decrecemos pero también de forma sostenible. En esta década ha habido un equilibrio financiero que no ha sido perfecto pero ha estado en la línea.

Pero entiende que haya gente a la que le moleste que el dinero privado entre en el campo de lo público.

No. Hombre, hay gente de todo tipo, pero creo que la mayoría entiende que las dos cosas se pueden complementar de manera perfecta. Éste es un museo público y eso lo hemos tenido siempre claro: guarda una colección pública, está en un terreno público y tiene un fin y unos objetivos que pasan por deberse al público. Que los fondos para conseguir eso tengan una mezcla con dinero privado, me parece que es lo ideal. Tampoco entendería el museo como 100% privado, ni creo que fuese bueno.

Cuando ve los presupuestos de otros museos del Estado, algunos muy cercanos, y mira el de Artium...

Viajando por España te das cuenta de que en el País Vasco tenemos un grado de calidad mayor y un apoyo más importante de las instituciones hacia, por ejemplo, Artium. Sentimos la crisis, pero por ahí está lloviendo mucho y muy fuerte. Eso se nota a la hora de hacer coproducciones y en los ánimos de los directores y subdirectores de varios espacios con los que hablamos de forma continua. En el País Vasco veo más solidez en el aspecto del apoyo tanto monetario como mental a la labor que estamos haciendo desde el centro. La aportación de la Diputación, sobre todo en su caso, el Gobierno Vasco, el Ayuntamiento de Vitoria y el Ministerio de Cultura nos hace seguir fuertes en este camino de buscar eficacia y eficiencia.

En estos años de crisis, el museo lo ha intentado de muchas formas: aplicando la tarifa 'Tú decides' sin límite de días, creando los abonos anuales... ¿Con cada una ha conseguido lo que buscaba?

Probamos la entrada con el Tú decides todo el año porque coincidía filosóficamente con lo que buscábamos en ese momento. Pero eso fue algo puntual y a la hora de volver al esquema anterior, pensamos en darle una vuelta al modelo, introducir novedades. El Tú decides dejó de exigir un céntimo más la voluntad y desde hace año y medio cada uno sabe si pone algo y cuánto. Es un matiz importante y, de hecho, se aporta ahora más. Sabemos que tenemos bastante gente fiel y para ellos, para que acudir las veces que quieran les salga más barato, hemos introducido mecanismos como los bonos, o que el fin de semana posterior a una inauguración o en días especiales como la reciente Semana Santa, exista el Tú decides si participas en nuestras iniciativas. De todas formas, hay como un 15% que prefiere pagar la entrada, ver el museo y no tomar parte en esas acciones. Estamos contentos.

¿Se acuerda del presupuesto que tenía en 2002?

Ummm... como tres millones y algo, pero no me acuerdo bien. La sensación sobre los presupuestos es que siempre hemos crecido de manera moderada, por lo menos desde entonces hasta 2009, que fue cuando tuvimos cinco millones y medio. Ahora, con la crisis, estamos en cuatro y medio, pero bueno, es una bajada que estamos llevando bien.

Como decía antes, su trabajo le lleva a estar en contacto con mucha gente de otros museos y centros culturales. ¿Qué imagen cree que tiene Artium fuera del País Vasco?

Me da la sensación de que, a veces, somos demasiados humildes y no sacamos todo el pecho que deberíamos sacar sobre el museo que tenemos. La imagen de Artium en el exterior es fantástica. Se nos ve como un museo serio, transparente, que gestiona bien y que hace un producto que es imitado. La gente quiere trabajar con nosotros.

Por cierto, alguien puede pensar que dentro de esta casa usted se dedica a los números y punto, que el arte contemporáneo le puede ser un tanto extraño.

(Risas) No, no. Afortunadamente no me dedico sólo a números. Sería muy triste. Me interesa mucho el arte contemporáneo y he aprendido mucho en estos diez años. Antes era un consumidor cultural normalito. Ahora soy un poco más especial en ese sentido porque esta década me ha abierto mucho la mente. El arte te ayuda a reflexionar y te abre a otros pensamientos que igual, en el día a día, pasan sin darte cuenta. El estar con artistas y comisarios... con unas cosas estás de acuerdo y con otras no, pero siempre te lleva a reflexionar.

¿Pero es Javier Iriarte, muchas veces, el malo de la película?

(Risas) Sí... Bueno, vamos a ver, el malo... alguien tiene que decir no o no llegamos, o hay que ajustar tal. Sí, esa función me toca. Pero si por eso me ven como el malo se lo tendrías que preguntar a otros. Lo que pasa es que estamos en un equipo que nos compenetramos bastante bien, en el que intentamos que haya una máxima que es la transparencia. Es algo que procuramos hacia el exterior y que, por lógica, practicamos en el interior. La evolución de cómo van las cuentas, cómo van las expectativas de consecución de objetivos... toda esa información y más es accesible para los que estamos en el interior del museo. Esa transparencia permite que todos sepamos de una manera más o menos profunda cuál es la realidad del museo día a día. En ese sentido, creo que no hago tanto de malo como se podría pensar, pero evidentemente se me consulta.

Cultura y números son dos conceptos, y más en tiempo de crisis, que no siempre son bien entendidos. Hoy, por ejemplo, es fácil encontrar opiniones muy contrarias a la inversión pública en la creación artística. ¿Como gestor, a veces es complicado explicar que la cultura puede ser rentable, incluso en lo económico?

No tenemos que buscar la rentabilidad económica en el museo. El centro es rentable económicamente en la medida en que los dineros presupuestados se gastan de manera correcta. Lo que tenemos que demostrar o explicar a la sociedad es la pancarta que tenemos ahí fuera en una de las fachadas, donde se puede leer: la necesidad del arte. Ese es el valor de la cultura en general, es el que tiene que conocer la sociedad. Eso es tan fundamental como la educación, la sanidad y otros servicios básicos que se garantizan al ciudadano. El derecho a la cultura es importante. Claro que, como todo el mundo, la cultura tiene que sufrir la crisis. Eso es evidente. Pero el derecho a ella es algo fundamental. Desde el punto de vista del ciudadano y del economista te diría que tenemos que defender la cultura en una ciudad como Vitoria donde estamos viendo que hay otros centros culturales que han ido desapareciendo. Nos sentimos con la inquietud de seguir y demostrar la necesidad del arte y de la cultura.

¿Estos últimos años, a causa de la crisis, han sido los peores?

No. Tampoco creo que haya habido años mejores y peores. A nivel personal siempre hay idas y venidas, momentos complicados como cuando se fueron Javier González de Durana y Laura Fernández Orgaz. Pero bueno, con Daniel Castillejo estoy muy a gusto, el equipo es fantástico y tenemos una buena relación. Vaivenes como museo tampoco ha habido. Institucionalmente, las cuatro administraciones presentes en el patronato se mantienen fieles, y tanto los plenos como los comités ejecutivos han tenido siempre una tónica cultural, no estando presente nunca la política.

¿Y el mejor momento?

Todo el principio fue fantástico. Pero no sabría decir un instante en concreto. El museo es como un barco que va en un mar que está en calma.

La primera vez que nos vimos en este museo fue en noviembre de 2001, en la presentación de la edición de ARCO del año siguiente. ¿Ha cambiado mucho desde entonces?

No, he evolucionado. Como el museo, me he hecho mis planes estratégicos y estoy contento aquí (risas).

En la dirección es el último superviviente del trío que empezó.

(Risas) Sí. Bueno, cosas que pasan. Afortunadamente, por así decirlo, la forma de trabajar ahora, donde las decisiones no son tan jerárquicas y se trabaja en procesos, me hace sentir uno más en el equipo, aunque con mis responsabilidades. Pero no soy superviviente.

¿Este jueves se volverá loco, abrirá la cartera y les pagará una ronda a sus compañeros?

No. Este jueves vamos a hacer una comida de trabajadores voluntaria y pagada a escote. El museo no paga de esas cosas nada.

"Sentimos la crisis, pero en otros museos está lloviendo mucho y muy fuerte; eso lo estamos notando"

"En estos tiempos no es que haga tanto de malo como se pudiera pensar, pero alguien tiene que decir no"