Suele suceder cuando alguien ve demasiadas veces algo. La espontaneidad se muda en tedio, la novedad se transforma en rutina. Como una película de terror vista una y otra vez y que ya ha perdido toda capacidad para sorprender al espectador. Pero aquí la sala de cine se traslada a la calle, y los actores y espectadores se entremezclan, traspasan la pantalla o cambian de papeles en esta tragedia vasca con metraje, sin duda, demasiado extenso. A lo largo de estos últimos cincuenta años, el conflicto que padece Euskal Herria se ha mostrado con toda su crudeza en nuestra sociedad, dejando tras de sí un amplio reguero de muertos, torturados, amenazados, presos, heridos... Nos acostumbramos a vivir con esa pesada carga a las espaldas. Nos hicimos inmunes al espanto, a la crudeza descarnada de la violencia con la que vivíamos a diario. Todo este tremendo dolor social, a pesar de ser todavía de permanente y trágica actualidad, ha traspasado las páginas de los periódicos, las portadas de telediarios y las emisoras de radio, para alcanzar el mundo de la cultura y el arte. Así, la música, el cine, y la literatura, han reflejado de muy diversas formas las numerosas consecuencias de este conflicto armado.
literatura
La sombra del pasado
Quizás sea el campo literario el que menos profusión ha dedicado a este tema, y cuando lo ha hecho, no aparece casi nunca como tema central, sino que es proyectado a través del ambiente, de la historia personal de los personajes, del recuerdo. Uno de los primeros en abordar el tema fue el escritor donostiarra Ramón Saizarbitoria, con su novela de corte cinemátográfico Ehun metro/Cien metros (1976) donde relata los últimos cien metros de la persecución policial de un militante de ETA por la parte vieja donostiarra. A través de este insólito argumento, el autor desgrana mediante diversas técnicas (interrogatorio policial, evocación de la niñez del militante muerto...) el ambiente en que se encontraba Euskadi. También Bernardo Atxaga, en su novela Gizona bere bakardadean/El hombre solo (1993), se vale de los recuerdos del protagonista para evocar su antigua historia como militante de una organización armada vasca, etapa que creía parte del pasado, pero que acabará salpicándole el presente, y robándole el futuro. En Esos cielos, del autor guipuzcoano, también se nos presenta un metafórico viaje hacia atrás en la memoria a través del trayecto en autobús que hace una militante que acaba de salir de la cárcel. Este tono trágico y desesperanzador aparece asimismo en Bizia lo/Letargo de Jokin Muñoz, un conjunto de pequeños relatos en los que cualquier atisbo de ternura y de ilusión es arrollado por una sórdida realidad que se muestra inclemente. También las consecuencias del conflicto se dejan entrever en las páginas de Etorkizuna/Porvenir de Iban Zaldua y en las de Amaren eskuak/Las manos de mi madre de la autora gasteiztarra Karmele Jaio. En verso también nos encontramos manifestaciones como Gartzelako poemak, conjunto de poemas carcelarios escritos por el autor y activista Joseba Sarrionandia, aún hoy en la clandestinidad.
Casi toda la literatura que toca el tema, no muy extensa, lo hace sin ningún tipo de tinte épico o heroico, sino más bien trágico, acompañado de una atmósfera un tanto triste y gris. La lejanía física, la distancia temporal aparecen como posibles salidas para un inevitable naufragio. No hay lugar para un olvido que se antoja necesario. El presente se muestra totalmente condicionado por un pasado que persigue sin descanso a unos personajes a menudo desubicados, en continua búsqueda de algo que se ha quedado por el camino.
CINE
Mil planos para una escena
La producción cinemtográfica ha sido más extensa que la literaria. Al igual que ocurre en la literatura, fueron los cineastas de aquí los que más destacaron, los que mejor realizaron una mirada introspectiva de la sociedad vasca, y los que realizaron, al fin y al cabo, unos largometrajes bastante aceptables dentro de una serie de películas sobre el conflicto que, en muchas ocasiones, no pasaban de una tendenciosa mediocridad.
La única excepción entre los foráneos, quizá sea la de Gillo Pontecorvo, que recreó en 1979 el atentado contra el que fuera presidente del Gobierno franquista, Carrero Blanco, en su película Operación Ogro.
Varias de las películas de esta temática recurren a la narración de acontecimientos históricos. Así, las películas de Imanol Uribe El proceso de Burgos (1979) y La fuga de Segovia (1981) reflejan dos importantes hitos acontecidos en la década de los setenta. El trascendental juicio sumarísimo en el que se pedía la pena capital para dieciséis militantes de ETA y la espectacular fuga que protagonizaron 29 presos políticos vascos de la cárcel de la ciudad castellana.
Otras películas, sin embargo, desvían sus objetivos hacia historias personales concretas de un protagonista para, a través de ahí, realizar una mirada en su entorno social, familiar, en sus relaciones personales, en el ambiente de su pueblo o ciudad… lo que aportará nítidos fogonazos sobre la situación que se vivía en Euskadi. Imanol Uribe ofrece La muerte de Mikel, historia de un joven farmacéutico de una pequeña localidad vasca que acaba muriendo en oscuras circunstancias. En la misma década nos encontramos también con películas como El Pico, de Eloy de la Iglesia, y Ander eta Yul de la navarra Ana Díez. Ambientadas las dos en el tema de la droga, la primera narra la historia de dos jóvenes, uno hijo de guardia civil y el otro de militante abertzale, inmersos en el mundo de la heroína del Gran Bilbao. Mientras, la segunda transita los distintos caminos recorridos por dos amigos de la infancia, uno traficante de drogas y el otro militante de ETA.
A partir de esta década, se siguen produciendo, aunque con bastante peor resultado, películas sobre el conflicto. Así, encontramos con películas como El Viaje de Arián, de Eduard Bosch; Días contados, de Imanol Uribe; o los mediocres aprendices de thriller político El Lobo y Gal, de Miguel Courtois. Quizás las únicas películas salvables de toda esta época sean Yoyes, de la también navarra Helena Taberna, y La Pelota Vasca, de Julio Medem. La primera presenta de forma rigurosa la trayectoria vital de Yoyes, antigua militante y dirigente de la organización armada, a quien ésta ordena finalmente matar por abandonar la lucha y acogerse supuestamente a las medidas de reinserción del Gobierno español; mientras que la segunda afronta en formato documental diversas cuestiones acerca del conflicto (normalización, presos, víctimas,…) mediante entrevistas a variadas y relevantes personalidades del ámbito cultural, social o político vasco.
El cineasta cántabro Mario Camus también realiza un acercamiento al tema de la violencia en el País Vasco en dos de sus obras. Con Sombras de una batalla, donde refleja un presente zarandeado por un pasado teñido de sangre y dolor, el director consiguió llevarse el Goya al mejor guión en el año 1993. No sucedió lo mismo con su segundo largometraje centrado en esta cuestión, La playa de los galgos (2002) donde, con menor fuerza narrativa y un guión quizá menos creíble, el autor realiza una reflexión en torno a las consecuencias de la violencia y su relación con el amor. De más reciente aparición son Clandestinos (2007), de Antonio Hens, y Todos estamos invitados (2008), de Manuel Gutiérrez Aragón. De bastante mala calidad ambas, la primera nos presenta una rocambolesca e inverosímil historia con epicentro en un reformatorio de menores y varios aspirantes a integrarse en ETA. La segunda, estrenada en su día en el Festival de Málaga a bombo y platillo y acogida con bastante indiferencia por la crítica, centra su atención en la figura de un amenazado por ETA (personaje interpretado por José Coronado) para, a través de otros personajes que giran en torno a él, mostrar su particular visión de Euskadi y el fenómeno violento plagada de convencionalismos, estereotipos y superficiales clichés que rayan casi en lo absurdo.
Con un corte más documentalista, Perseguidos, de Eterio Ortega, y Trece entre mil, de Iñaki Arteta, nos presentan la realidad de las víctimas y amenazados por ETA. También de formato documental, el Año de todos los demonios aborda la controvertida (e irresuelta) desaparición de Pertur, histórico dirigente de ETA p-m.
Con una mirada más interior, con el foco puesto en las divisiones creadas por la violencia en el seno de una familia, La casa de mi padre se reivindica como una de las últimas cintas que han abordado el tema.
Todo ello sin contar con la última producción de Elías Querejeta, Al final del túnel, y la aún no estrenada Dragoi ehiztaria (El cazador de dragones), que se convierte además en la película con más alto presupuesto rodada en euskera. Dirigida la primera por el ya mencionado Eterio Ortega (autor también de la cinta acerca del atentado contra Fernando Buesa Asesinato en febrero) y estrenada en la última edición del Zinemaldia, la película se construye con testimonios de víctimas y antiguos activista que se han alejado del camino de la violencia.
La segunda, coproducida por el prestigioso ICAIC cubano y dirigida por Patxi Barco, presenta un retorno al pasado de un antiguo militante de ETA p-m que cruzó el charco para luchar con la guerrilla salvadoreña.
tv y teatro
Socarronería y drama
La irrupción del programa televisivo Vaya Semanita supuso toda una revolución en el panorama audiovisual vasco. A través de sus sketches Los Sántxez o Los Batasunis, este espacio consiguió desdramatizar la realidad cotidiana, reírse de nuestros tópicos y provocar la sonrisa o carcajada en todos los sectores sociales o políticos del país.
Por otra parte, la compañía teatral alavesa Ortzai propone a través de su pieza Eta orain? (¿Y ahora?) una escenario delicado. Dos personas aisladas por una tormenta de nieve en un caserío. La una, víctima de terrorismo y la otra, madre de un activista.
música
Acordes de ánimo y denuncia
Si hay un ámbito cultural que ha destacado sobre cualquier otro en dirigir su mirada hacia la problemática del conflicto ha sido el musical. A diferencia del cine o la literatura, que han mantenido hasta ahora una cierta equidistancia con el conflicto, la música se ha colocado casi siempre en el epicentro del mismo y sus consecuencias. Con una posición claramente comprometida, alejada casi siempre de lo políticamente correcto, el género musical ha servido a un sinfín de grupos como altavoz de reivindicaciones casi siempre ligadas al ideario de la izquierda abertzale. Los cantautores vascofranceses Anje Duhalde en temas como Amnistiaren Dema o Espetxetik, o Pantxo eta Peio en Presoaren eskutitza e Itziaren semea, serán en buena medida de abrir el melón de la música reivindicativa. Es también a finales de los convulsos setenta y principios de los ochenta cuando comienza a tomar forma lo que posteriormente sería etiquetado (no sin cierto malestar por parte de sus integrantes) como rock radical vasco. Grupos como los arrasatearras RIP, los baracaldeses Eskorbuto, o los gasteiztarras Cicatriz bebieron de la corriente punk presente en otros países europeos. Cargados de una un actitud transgresora y provocadora, sin complejos, rompieron viejos moldes y anclados estereotipos, abriendo así camino a una nueva concepción de la música y la protesta social. De estas mismas fuentes bebieron los irundarras Kortatu. Este mítico grupo de la historia de la música vasca y que toma su nombre de una antiguo mugalari de ETA, nos dejó trágicos temas como Hotel Monbar (que rememora un atentado de los GAL), el más festivo Sarri, Sarri (que celebra la fuga de Sarrionandia de la cárcel de Martutene) o el incendiario A la calle. Algunos de sus integrantes formarían años después Negu Gorriak, donde en canciones como Maite Zaitut o Hator Hator seguían desgranando, de una manera quizá menos cruda, las consecuencias del conflicto vasco. En esa década de los noventa nos encontramos también con canciones convertidas en mito como la Jo ta ke de Su ta Gar , Gerra zikina o Bakearen guda de Etsaiak, o Un altro giorno d'amore de los italianos Banda Bassotti.
La lista es larga, y de una forma o de otra, un gran número de grupos (no sólo vascos) han tocado los efectos de estos años de violencia. Baste recordar sólo a Betagarri, Inadaptats, Hechos contra el Decoro, Dut, Lif, Barricada, Soziedad Alkoholica,...
También hay ocasiones donde el hartazgo por la situación vasca es palpable y se reivindica una realidad alejada de la la que se vivía entonces. Así, los gasteiztarras Hertzainak se mofaron gamberramente de los tópicos vascos y reivindicarán en Arraultz bat pinu batean una Euskadi libre y tropical, donde el árbol de Gernika se convierta en una hermosa palmera.
De momento éste sigue como siempre, pero ya empiezan a verse algunos cocoteros donde antes había pinos. Tal vez le quede poco a la palmera para empezar a crecer...