La fe es una opción. La bondad que genera, la única bendición posible. Fue una imagen la que desencadenó todo, hace quince años. Aunque todo estaba en su interior, esperando a germinar. "Lo fueron bajando como cristo crucificado", recuerda Norma Romero, y pone las manos, a su vez, en cruz. "Era la imagen que necesitaba ver para saber qué era lo que podía hacer por ellos".

La imagen llamó a la imagen. "Nos plantamos allí con la idea", explica Fernando López Castillo. Allí era La Patrona, Estado de Córdoba, México. Allí era el borde de una vía de dirección única: la esperanza. Y allí se convirtió en aquí, haciendo que el corto El tren de las moscas, la historia de catorce mujeres -y un destino incierto- se haya convertido en la inspiración de miles de espectadores.

Hasta doce premios avalan la capacidad de conexión que la vida de estas catorce establece con el público. Una conexión que cada día -fuera de plano- conjugan en un efímero instante, en un tren que nunca para, en un sueño que no descansa. Desde todos los rincones de Centroamérica, día tras día y desde hace años, un reguero de futuros espaldas mojadas se arracima en torno al ferrocarril para tomar el tren de los que nada tienen. Jornadas de penurias en las tripas de los vagones, sobre su lomo, masticando la soledad del exilio entre el hambre y la sed del que nada porta.

A veces, en un cambio de agujas cercano a La Patrona, el tren para para dejar paso a otro que se le encara. Fue en una de esas cuando bajaron al hombre. Cuando su imagen inspiró el fervor de Norma y lo transformó en convicción. Habían nacido las patronas, un grupo de mujeres que cargan el vacío de ese tren con esperanza masticable, con anhelo embotellado. Con bolsas que dan la posibilidad de otro tramo en la vida, ese trayecto que también se recorre por una sola vía.

"Lo que importa en un proyecto son los sentimientos", asegura López Castillo, que junto a Nieves Prieto Tassier se trasladó hasta este rincón de México para conocer de cerca esa historia llegada en ecos. Para oler los frijoles, el arroz y las verduras "que sobran en los mercados" y que estas vírgenes del camino -la imagen las convirtió en imágenes, como su patrona Guadalupe- reparten entre los viajeros. "Se llenan la boca diciendo cosas malas de ellos", asegura una de las catorce. Pero a ellas no les importan sus posibles pecados. Saben que no huyen, sino que son expulsados por la vida, y muchos mueren antes de alcanzar El Paso. O nada más cruzarlo. Electrificados. Cazados.

Muchas emociones para quince minutos. Para un segundo diario en que los ojos no se ven, porque están pendientes sólo de la mano a la que pasar la bolsa de comida, las botellas de agua, atadas a lo nunchaku. Un cuarto de hora que ha conseguido despertar la "solidaridad activa", el apoyo de la Universidad de México, unido al que la productora Alokatu ofrece con parte de los réditos del corto. "¡Cuánta gente ha llamado para decir ¿cómo podemos ayudar?!"... Por muchos vagones que se unan a las patronas, nunca serán suficientes. Guadalupe seguirá viendo trenes pasar. La fe no los puede parar, pero, de vez en cuando, despierta convicciones que nada tienen que ver con la religión. Y todo con el espíritu. Humano.