Vitoria. Cuando la trigésimo sexta edición del Festival Internacional de Teatro de Gasteiz baje de forma definitiva su telón, propondrá al público otra manera de acercarse a su interior a través de una serie de visitas guiadas que transportarán a quienes acepten la invitación a la historia de un edificio que en diciembre cumplirá 93 años pero, sobre todo, a un inmueble que hace justo dos décadas vivió su cambio de forma y fondo más importante, con todas las consecuencias positivas y negativas que tuvo aquel momento. Fueron meses difíciles para las tablas, para el certamen, para sus responsables y trabajadores, para las instituciones y, cómo no, para el público.

La situación del que hoy sigue siendo el teatro por excelencia de la capital alavesa (y a tenor de los dos últimos y fallidos proyectos de auditorio, seguirá interpretando ese papel durante muchos años más) era a mediados de los años 80 tan insostenible que aunque todavía era de propiedad privada, en el 87 se encargó un estudio de restauración que realizó Antón Yeregui. Fue él quien planteó una idea que sigue vigente en la actualidad, que el escenario necesitaba crecer, en su caso eliminando palcos y las plateas del proscenio. Aquello no se hizo, pero el informe dejó a las claras que el edificio diseñado por Cesáreo Iradier no aguantaba mucho más. La situación se convirtió en límite en el Festival de Teatro de 1990, cuando hubo que cerrar el anfiteatro segundo porque nadie era capaz de asegurar la integridad de quien pusiese un sólo pie allí.

Terminada aquella cita, estaba claro que el inmueble pedía a gritos un cambio en profundidad y que su propietario de entonces (VESA) no podía afrontarlo. El Gobierno Vasco (que hoy sigue siendo el propietario mayoritario del Principal) el Ayuntamiento de Gasteiz y la Diputación Foral de Álava compraron el edificio por 250 millones de pesetas (más o menos un millón y medio de euros), ponen en marcha un proceso de reforma cuya dirección técnica corresponde al arquitecto Carlos Sergnese, e inicia un proceso abierto para la selección de un director.

El 22 de marzo de hace dos décadas se aprobó la contratación de las obras a una UTE (unión temporal de empresas) que tenía siete meses y medio para hacer realidad todas las mejoras previstas, aunque, como casi siempre cuando de trabajos públicos se trata, hubo algún que otro retraso. A eso se unió que las divergencias políticas y los intereses personales azotados por las administraciones en liza enturbiaron el proceso de elección del responsable del teatro, una designación cuya polémica siguió incluso con la persona elegida (Iñaki Añúa) ya en su puesto, lo cual desembocó en su dimisión a los pocos meses y la adopción de una fórmula de gestión que hoy sigue vigente (Lakua concede al Consistorio vitoriano la potestad de llevar el espacio como mejor le parezca mediante un convenio que se renueva cada diez años y eso que el escenario no forma parte de la red Sarea entre otras cosas por la postura que la Diputación ha mantenido de forma histórica).

De esta forma, 1991 fue un año perdido para un Principal que, de manera oficial, no volvió a abrir sus puertas hasta el 15 de junio de 1992. Unos meses después, el Festival Internacional de Teatro también regresó a la calle San Prudencio después de haber vivido una decimosexta edición de pesadilla.

Escena en la cancha "¿Se puede llamar Festival de Teatro a uno en el que sólo tres de sus dieciséis montajes se desarrollan en un teatro al uso, teniendo en cuenta que esos trece montajes restantes no son trabajos de calle o de espacios alternativos, sino que necesitan de una infraestructura técnica puramente teatral?". La organización del certamen de aquel 1991 no lo pudo dejar más claro en el texto de presentación del programa que se repartía entre el público y los medios de comunicación: las condiciones de aquella edición eran de lo más precario.

Ante la falta de alternativas, la solución adoptada fue trasladar las actuaciones a la zona deportiva del nuevo Palacio de Congresos Europa, que había sido inaugurado un par de años antes. Allí, de aquella manera, se instaló el escenario, con todo lo que ello conlleva, las sillas que sumar al graderío existente, el material técnico... Y, después, se cruzó los dedos puesto que el lugar no podía ser más contrario a todo lo que sea la palabra hablada.

Consciente de que el contexto no era el más adecuado, el programa del certamen se construyó, sobre todo, a base de espectáculos de danza, cabaret, montajes sin mucho texto... Aún así, fue inevitable que en algunas obras las dominadoras fueran las letras y en las que así sucedió, el resultado rozó lo insufrible puesto que los espectadores y los intérpretes tuvieron que hacer el máximo esfuerzo para escuchar, unos, y hacerse entender, los otros.

A todo ello se unía que el aforo no era como el del Principal, es decir, que se perdía dinero con la venta de entradas, y eso que el compromiso de los más fieles al Festival de Teatro hizo que representaciones como la del Ballet Stagium de Brasil estuvieran casi al completo.

Tan malas eran las condiciones del espacio que más allá de alguno que otro concierto como el que por aquella época ofreció Amaya Uranga, nunca se haya planteado hacer nada más en la área deportiva del Europa que tenga que ver con las artes escénicas.

El certamen, eso sí, tuvo otra sede en aquel 1991. Un par de años antes se había estrenado el centro cívico Iparralde, unas instalaciones que contaban con el primer teatro de la red que con el paso de los años ha ido conformando la capital alavesa. Sus dimensiones, sin embargo, impedían que fuera una alternativa al Europa con respecto a los montajes para adultos. Aún así, la cita quería usarlo y unió ese deseo a una idea que venía rondando su programación desde hacía algunos años: abrir un ciclo específico para el público infantil.

Así nació, también hace dos décadas, una propuesta que desde entonces no ha faltado nunca a la cita consiguiendo ser, además, la que mayor afluencia media de asistencia consigue siempre. En aquella ocasión fueron tres los montajes que se pudieron ver en el edificio donde antes se ubicaba el matadero, dos procedentes del País Vasco (de la mano de Samaniego y Tanttaka) y otro llegado de Italia.

Esta sección del certamen se mantuvo otro año más en el Beñat Etxepare, aunque en el año 93 se tomó la decisión de trasladar las actuaciones al Principal, donde se desarrollan desde entonces.

Regreso a casa El 30 de septiembre de 1992, el Festival de Teatro volvió al Principal y, como queriendo vengarse de lo vivido en el Europa, conformó una programación repleta de texto por los cuatro costados. Hasta la ópera (que hubiera sido imposible en el palacio de congresos) se apuntó a la fiesta.

La vuelta a la calle San Prudencio originó además un reencuentro con un público que colgó el cartel de completo en un número muy elevado de montajes. Es más, la fuerte demanda originó noches pasadas en la calle para conseguir entradas, problemas en la taquilla, enfados y situaciones que, con el paso de los años y gracias a las nuevas tecnologías, se han ido atajando.

Todo aquello parece quedar hoy en el apartado del olvido. El año 91 fue, por así decirlo, un annus horribilis para un Principal cuya supervivencia, sin embargo, dependía y mucho de la intervención pública y de su reforma integral. La cuestión es: ¿cuándo llegará la próxima?