Para que llegue la noche con su locura es imprescindible que antes brille la elegancia del día. Cada uno tiene sus características, sus diferencias, sus particularidades, sus ventajas, sus intereses,... pero la una no puede producirse sin el otro y viceversa. Incluso aunque a veces no quieran, están unidos para formar un todo lleno de vida. El final de la jornada del martes en Mendizorroza respondió casi a la perfección a esto con dos conciertos radicalmente distintos hasta en lo más mínimo, pero conectados en lo esencial porque para que Trombone Shorty pueda interpretar lo que toca y cómo lo hace debe existir Michael White. Los dos, a su modo y manera, dejaron encantados a los presentes en el polideportivo, algo que pudiera sonar extraño si no se estuvo en la primera doble sesión del Festival de Jazz.
El más claro ejemplo llegó con St. James Infirmary. El doctor y sus compañeros de escenario interpretaron el tema con saber hacer, pegados a la tradición, con el gusto por la técnica y destilando clasicismo. Troy y los suyos, por su parte, llenaron la canción de energía, fuerza, actualidad y clase. La misma composición en la misma noche tocada por músicos, casi todos procedentes de Nueva Orleáns y, sin embargo, qué distinto, qué diferente, qué dos mundos tan alejados, pero sólo en apariencia.
El pabellón respondió, en su aforo, a lo acostumbrado en los martes del certamen, es decir, algo más de media entrada. Ya se sabe: al día siguiente hay que trabajar, el cartel no tiene tanta fuerza mediática como otros días... Pues el que no estuvo se perdió una noche intensa llena de detalles a degustar con mimo y cuidado.
Le tocó abrir al doctor, muy bien acompañado por Gregory Stafford y Lucien Barbarin, aunque trompeta y trombón sonaron bajos de volumen durante todo el recital. White, con todo el peso de la tradición a sus espaldas, hizo gala de una técnica más que depurada a lo largo de un concierto en el que casi no hubo concesiones a composiciones originales, asentando las bases de su regreso a Vitoria en los clásicos del jazz.
El personal degustó cada segundo y se puso en pie para ovacionar al clarinetista, incluso aunque escuchó por enésima vez temas como Summertime. Tal vez esa es la única pega, que el repertorio estaba demasiado machacado. Bueno, eso y que White estiró demasiado los chistes sobre la venta en el pabellón de su último disco.
Hora y 40 minutos después (tras ofrecer un bis), el doctor salió del escenario y llegó el momento de Trombone Shorty y su banda. Eso fue como pasar de ver los asentados y sólidos cimientos del jazz a coger el ascensor y subir a la moderna y vivaz decimoquinta plaza. La razón de ser de los primeros es que exista la segunda. La segunda no podría sostenerse sin los primeros. Vamos, el día y la noche. Inseparables aunque opuestos.
Troy tuvo dos cosas esenciales a su favor. La primera, un grupo (Orleans Avenue) que debería guardar con mimo durante muchos años. La segunda, su primer disco, un consistente Backatown. Jazz, rock, funk, latin... qué más se puede pedir en un mismo concierto lleno de energía en el que hubo momentos para todos y todo.
Tanto al trombón como cantando, el joven músico fue creciendo hasta el momento en que, trompeta en mano, fue capaz de sostener la misma nota durante ni se sabe. Ahí, justo en ese instante, Mendizorroza casi se cae. Troy se puso a lo James Brown, se bajó al público, hizo que sus acompañantes cambiaran de instrumentos en el bis, tocó su esperada versión de On your way down,... Y con todo ello gritó a los oídos del Festival de Jazz de Gasteiz que tiene que volver sí o sí y más pronto que tarde. Qué buen día. Qué gran noche.