Madrid. El realizador Manuel Martín Cuenca estrena el próximo viernes La mitad de Óscar, una apuesta desnuda de todo artificio con la que el cineasta demuestra que es posible contar lo que se quiere sin decir casi nada: "Trabajar con pocos materiales y nobles es un camino muy interesante también para el cine", afirma.
"Es como se cuentan las historias en la poesía, en la vida. Quiero huir del artificio continuo y desnudar la narración: he trabajado así como elección casi filosófica", asegura el director. La película, cuarta del director almeriense, cuenta la historia de dos hermanos, María (Verónica Echegui) y Óscar (Rodrigo Sáenz de Heredia, que llevan separados un par de años y vuelven a encontrarse en el lecho de muerte de su abuelo, su único pariente. A base de silencios y de elipsis, Martín Cuenca obliga al espectador a introducirse en el alma de los personajes a un ritmo calmo, con la soledad, el secreto y la necesidad de amar y ser amados como hilos conductores. Un largometraje que no hace una concesión al sentimentalismo, tan desnuda, explica el director, que no necesita banda sonora: el sonido del viento en el Cabo de Gata es suficiente. El director, que reconoce su afinidad con directores como Pere Portabella o Lisandro Alonso, reclama su derecho a ir contracorriente: "Uno no debe hacer lo que se supone que hay que hacer, o que la mayoría dice que hay que hacer, aunque produzca una evidente resistencia".
El autor de La flaqueza del bolchevique, que se confiesa "muy contento" de La mitad de Óscar, está seguro de tendrá su público, "uno movido por la sensibilidad". Y cuestiona quién debe preguntarse por qué una película como Torrente 4 ha conseguido recaudar más de ocho millones de euros en tres días: "lo más hermoso es que haya pluralidad", asegura, y agrega que lo que de verdad le asusta son "los que saben qué quiere el público". "No pienso hacer una película ni hincarme de rodillas a lo que pida el público porque no voy a mentir", zanja.