vitoria. Cuanto más esencial se torna un discurso artístico, más resonancia acarrea en el espectador. Es el sempiterno menos es más, no hemos descubierto nada nuevo. Otro lugar común: el tamaño sí importa. En este caso la escala. Por todo eso -y por algunas otras cosas- la presencia en Artium de la obra No, global tour, de Santiago Sierra, adquiere un poder de atracción casi magnético. Al menos de entrada. Desde el NO de la entrada.

En el blanco se recoge el espectro de todos los colores. En el negro, la luz se ausenta. También los noes de Sierra, como su fotografía, se visten de esta dualidad. Uno negro a las puertas del museo. Uno blanco, -en mármol de Carrara y parte ya de la colección del museo-, en la sala Este Baja, que acoge la muestra. También las sensaciones que despiertan se mueven en este equilibrio. ¿Es el NO un reflejo amargo de la realidad o el catártico monosílabo del impulso revolucionario? ¿Es un colapso de las creencias o el eco nihilista de la misma nada?

En verano de 2009, el artista madrileño comenzó un viaje con grandes alforjas. Con un gran NO -cuatro metros de anchura, tres de altura- cargado en la plataforma de un camión empezó a recorrer mundo, desde Europa hasta Estados Unidos, desde Canadá hasta Japón, atracando en centros de poder, en zonas residenciales, en degradados conclaves industriales... Su negativo se iba poco a poco revelando. ¿O quizás rebelando?

El proyecto toma ahora forma de exposición a través de esculturas, de una gran sombra -anamorfosis- que cubre la sala, de fotografías del viaje, de una performance de vaselina, de un documental estrenado ya en la Berlinale. Los noes se multiplican, tan breves como incesantes. ¿Noes diferentes o el mismo NO? En el documental, una road movie de corte minimalista, la esencia local, el acento de cada una de esas negaciones, se percibe en sutiles detalles. Expresionista en Alemania, neorrealista en Italia...

Tras año y medio de viaje -Sierra quiere continuarlo-, el proyecto recala ahora en Artium hasta el 1 de mayo con su NO incesante colándose en la respiración del visitante. Porque, llevado al extremo, quizás no es necesario acercarse al museo para ver ese NO. Sólo hace falta cerrar los ojos, estampar su tipografía en el lienzo mental, y dejarse llevar para percibir su orgánico aliento. Su presencia física sólo es la corporeización de algo perpetuamente latente, de ese "ambiente cargado de negatividad" en el que, opina Sierra, nos movemos.

Una sola palabra dispara muchas. Y pronto se le piden al artista respuestas concretas. Llaves que conduzcan más allá de la puerta. Sierra afirma... su negación. "El buen arte hace que la gente hable del tema, no del artista". Y reincide en esta última palabra, porque no desea ser definido más allá de sus propios límites profesionales. "Me considero profundamente antisistema, pero la obra no lo es", apunta, consciente de que algunas de las piezas -las fotografías, por ejemplo- "no van a acabar en un hospital", sino en el hogar de un coleccionista, o en instituciones. "No juego a decir que soy Manu Chao; no soy un revolucionario, soy un artista".

Un artista que, sin embargo, ha vivido el fogonazo mediático en los últimos tiempos por motivos ajenos -o, al menos, anexos- a su obra, tras su rechazo -otra negación- a recibir el Premio Nacional de las Artes Plásticas. Dice que no se ve "dando la mano a las autoridades, porque no me nace", aunque, claro, todo tiene un precio que pagar. O que no ser pagado. "Lo siento mucho, porque son 30.000 pavos", reconoce, a la par, cargado de ironía. Sale a colación la manipulación que entrama el sistema social, el tiempo que vivimos. Y Sierra sentencia rápido, con las ideas claras y transparentes. No monosilábico, pero cerca. "Todos somos manipulados, lo importante es salirte con la tuya".

"No hay nada más rotundo que el NO de Santiago Sierra", asegura el director del museo, Daniel Castillejo, desdoblando en una misma frase "la palabra más presente en todos los ámbitos de la existencia". El comentario hace pensar. El NO debe marcarse. El SÍ, en cambio, suele ser omnisciente. Parece que Sierra consigue que se hable del tema, que se reflexione. En la presentación, al menos, hay muchos noes. En broma, en serio, en cadena. "A Santiago no le gusta que le llamen agitador, pero agita".

La conservadora Blanca de la Torre destaca "el carácter escultórico de todo el proyecto", y es cierto que el visitante parece caminar un inquietante y vacío paisaje monotemático, plagado sin embargo de acepciones. "Va más allá de un gesto iconoclasta, se ha convertido sin quererlo en todo un clásico", opina la diputada de Cultura, Malentxo Arruabarrena.

Santiago Sierra aún tiene una última sorpresa reservada. Cuando los fotógrafos requieren su presencia, pide por favor ser retratado de espaldas, cediendo, de alguna manera, al influjo plástico que destila su propio conjunto. Convirtiendo el gesto en prolongación de su NO. Los fotógrafos aceptan la petición, pero piden diversificar los marcos del encuadre. Sugieren que Sierra camine hasta el final de la sala y retorne desde allí mientras le acribillan los disparos. A Sierra no le gustan las fotos. Lo traduce su rostro. Camina hasta el final de la sala y, cuando se ha convertido casi en un punto, la hoja de una puerta se abre. Ya no volverá. Es la última negación de la mañana. O no.