Vitoria. Desolación, naufragios, sueños sin red, camareros afligidos, la ingravidez del amor... Son algunos de los ingredientes que asoman entre las nueve Canciones en ruinas (Warner, 2010) de Vasallo, todas originales salvo Vuelve un poco de lo que perdí, una versión de los Smiths.
¿Por qué están en ruinas
Por un lado, fueron escritas en un periodo turbulento y difícil de mi vida, y los textos son como historias en ruinas. Por otro, y en lo referido a la música, siempre quise dejar los temas prácticamente en su esqueleto, en el andamio; sin ropajes, vestidos ni arreglos.
¿Siempre tuvo claro que serían tan minimalistas?
Sí, quise orientarlas hacia esa desnudez y ese esquematismo sonoro desde el principio, y eso que surgieron hace tiempo. Son todas mis canciones de los últimos dos o tres años, no he descartado ninguna porque si hay temas que no me convencen, los desecho en el proceso de escritura o ni siquiera los termino.
El tono es muy oscuro, está dominado por la tristeza y la melancolía.
Sí, efectivamente. Las canciones tienen que reflejar tu vida o tu realidad, tu entorno y tu estado de ánimo. Y este disco está escrito en un periodo oscuro y difícil; por eso tiene ese tono. Y creo que además debe ser así. Las canciones tienen que reflejar el estado en el que fueron escritas.
Así que no hay impostura ni fingimiento: ha vivido tiempos difíciles.
En este caso es autobiográfico y sincero. He tenido una época difícil y el disco es producto de esas circunstancias. Las canciones son un reflejo de lo que vives.
¿La instrumentación mínima -voz, guitarra, piano, violín y algo de acordeón- pretende realzar los textos?
Es un disco de textos y voz, de textos cantado-recitados. La ausencia de arreglos hace que te concentres en la voz y en las letras: al final ése es el esqueleto de una canción. Por eso digo que están en ruinas, porque aparecen en su mínima expresión. Una canción, para mí, es un texto con una melodía. La puedes tocar con una guitarra o una orquesta, pero la canción es un texto y una melodía. Eso se ve muy bien, más que en el pop, en la canción popular, que la gente suele cantar sin instrumentos.
A capella.
Sí, eso es. Lo que ocurre es que el pop viste mucho la canción, la produce y la arregla. Pero no deja de ser un texto y una melodía para cantar, no hay mucho más.
En ese sentido, Canciones en ruinas
Entre Rafa Berrio y yo hay muchas coincidencias, entre otras cosas porque somos muy amigos y nos contaminamos mutuamente en muchos aspectos. Me siento muy cercano a su forma de escribir canciones. Es verdad que la producción es diferente, en 1971 él ha optado por muchos arreglos y su disco es más barroco... Pero me siento muy identificado con sus textos. No digo que podría firmarlos yo, porque él escribe muy bien y diferente a mí, pero me siento cercano a su poética y a su forma de ver la realidad. En eso somos primos hermanos...
¿Qué opina de la evidente comparación con Leonard Cohen?
Las comparaciones con los grandes son siempre complicadas y Leonard Cohen es uno de los más grandes. Qué voy a decir... Me imagino que ha podido influirme, y espero que se pueda notar.
Su disco recuerda al canadiense, no solo por la voz quebrada, sino por esos valses tristes tan característicos...
Sus tres primeros discos eran totalmente desnudos, con voz, guitarra y unos pocos arreglos. Me siento cercano, sí, pero compararse con Leonard Cohen es demasiado.
¿Y a qué otros autores ha tenido en mente?
No a demasiados. Quizá me ha influido más la canción popular y géneros que igual pueden sorprender. Recientemente he descubierto la canción menorquina, que es una maravilla, mezcla de canción popular y canción italiana de aires mediterráneos, con alguna influencia del fado. Es una canción marinera, con un cierto tono melancólico, muy bello y poético, que quizá me ha influido más que cualquier cantante conocido.
¿Cuál es su conexión menorquina?
Mi familia tiene una casa allí y suelo pasar temporadas en Menorca. Soy un enamorado de esa isla.
¿Y qué le aportó grabar allí y hacerlo en un teatro?
Era un disco instrumentalmente tan sencillo que podríamos haberlo grabado en cualquier espacio vacío con una sonoridad aceptable. Nos cedieron un diminuto teatro en el pueblo de Fornells y a Suso Saiz (el productor) y a mí nos encantó. Es muy coqueto y acogedor. Fuimos en pleno invierno, tuvimos tramontana, mucho frío y casi nieve.
Ciertamente, no parece un disco para escucharlo en manga corta.
No es muy Beach Boys, no. (Risas) Es un disco otoñal e invernal, tanto por su sonido como por las letras. De hecho, aunque en las mezclas se haya tapado, en la grabación se colaba el sonido de la tramontana, la lluvia, los pájaros...
Nunca había cantado con la voz tan rota. ¿Por qué?
Más que rota, la voz en el disco contiene tonos muy graves. Quizá en registros más altos podría cantar más y estar más cómodo, pero últimamente prefiero bajar el tono para cantar menos. Eso genera una cierta tensión que me gusta y hace que la canción sea menos cantada y más recitada. Además, la voz está recogida con unos micrófonos antiguos y muy potentes que captan cualquier rugosidad, y al ponerla en un plano alto se realza y queda muy evidente. Pero no hay nada más. Solo he cantado de manera más grave, en el límite de lo grave que yo consigo cantar.
La evolución de su carrera es sorprendente. Escuchando al Diego Vasallo actual cuesta reconocer al de Duncan Dhu o Cabaret Pop.
Lo primero que hice al margen de Duncan Dhu fue Cabaret Pop, proyecto en el que utilizaba ritmos sintéticos, máquinas y programaciones, pero que no estaba al margen de la fórmula del pop. En cambio, en mis últimos trabajos queda poco o nada de aquella fórmula del pop-rock. Conozco perfectamente los esquemas de la canción pop -los estribillos, las intros-, pero ya no los utilizo. Premeditadamente he abandonado esos recursos y quizá por eso suena tan diferente.
¿Qué relación tiene usted con su pasado musical?
No muy buena, la verdad. Me cuesta escucharme en grabaciones de hace tiempo. En parte no me reconozco, y por otra parte, soy un maniaco de la búsqueda de la perfección, de una perfección imperfecta, de algo que no existe. Eso siempre te deja insatisfecho, y cuando oigo discos que tienen más tiempo aún me dejan más insatisfecho porque cambiaría el 90% de lo que hay grabado. Pero es algo muy habitual en la trayectoria de cualquiera, es difícil escucharte en tus obras lejanas en el tiempo.
¿Queda algo del Diego Vasallo de entonces en el actual?
Algo quedará porque, al fin y al cabo, soy yo mismo con una evolución. La persona y su sensibilidad están ahí, no pueden cambiar tan radicalmente. Igual puedes tener más oficio y saber mejor cómo conseguir ciertas cosas, pero algo debe de quedar.
Lleva unos siete años sin subirse a un escenario. ¿Cómo defenderá el disco en directo?
Por ahora no hay fechas concretas pero a principios de enero haremos actuaciones puntuales solo con voz y guitarra. Si todo va bien, la idea sería añadir dos músicos más para los siguientes conciertos, que me gustaría que fueran en lugares al margen del circuito habitual, en galerías de arte o centros culturales.