Barcelona. La cantante neoyorquina Lady Gaga revolucionó ayer a 17.800 entregados fans en el Palau Sant Jordi de Barcelona en un espectáculo a modo de teatro musical en el que ha abundado la provocación y la entrega que la han encumbrado, más arriba si cabe, a icono del siglo XXI.

Música, baile, teatralidad y fuerza. En Barcelona ha dado motivos para corroborar su hegemonía dentro del mundo del pop desde que empezara a sonar a finales de 2008 con The Fame, un ejemplo de electropop con esencia que le brindó los premios y la fama mundial que ya anhelaba en su álbum debut.

Unos audiovisuales proyectados en una gran pantalla que cubría el escenario mientras sonaba I"m a free bitch (Soy una zorra libre), han dado inicio al concierto al ritmo de Dance in the Dark, en un primer acto inspirado en el barrio chino de una ciudad. I"m gonna kick your ass Barcelona (Os voy a patear el culo, Barcelona), mientras sonaban los primeros acordes de Just Dance y rodeado de unos veinte bailarines y músicos le han bastado a la diva para meterse a todo el público en el bolsillo durante las dos horas restantes.

El público, algunos tras días en la intemperie para agenciarse un buen sitio y llegados de todas partes desafiando huelgas de controladores, han respondido efusivamente al espectáculo.

Provocativa en todo momento, ha animado a saltar, gritar, rebelarse y quemar el dinero a los "pequeños monstruos" de Barcelona, sedujo a un roquero al que llamaba Jesucristo y ha hecho gala de su extravagante sentido de la moda, cambiándose hasta diez veces de ropa y con un vestuario glam que recordaba al Bowie de los comienzos y a Queen, ambos referentes de la artista.

El de monja-enfermera, con unas tiritas cubriéndole los pezones o un sujetador chispeante, se han llevado la palma recordando a la Madonna más polémica. Con Lovegame ha llegado la tentación italiana, Gaga ha chuleado de tener un "gran pene italiano" (por si acaso alguien dudaba de su hermafoditismo) y con Boys boys boys ha incitado a la liberación sexual.

Tras un archicoreado Telephone, cuyo videoclip con Beyoncé es uno de los más vistos en la historia del Youtube, Stefani Joanne Angelina Germannotta (nombre real de Lady Gaga) ha mostrado su lado más intimista con Speachless, en la que, emocionada, ha insinuado que no actúa "por dinero, sino por la fama y el show".

De la fiesta al drama, y tocando un piano literalmente en llamas, Speechless y You and I (de su próximo álbum Born this way) han subrayado la etiqueta de artista total que ostenta Gaga.

Con todo, Lady Gaga ha hecho gala de una portentosa voz, que la aleja de muchas artistas del mainstream comercial obligadas a usar voces pregrabadas en sus directos (véase Britney Spears). Vestida de novia y elevándose varios metros en una plataforma ha vuelto a traer el ritmo en el Sant Jordi con So happy I could die, zanjando el segundo acto. Monster, Teeth, en un escenario invadido por un tétrico árbol y han dado pie a la retahíla de éxitos que la han llevado a vender quince millones de copias.

Alejandro y Pokerface han transportado al público a una especie de catarsis colectiva (algo petarda, pero catártica al fin y al cabo) que no ha dejado de saltar hasta el último tema. Barcelona le tenía ganas a la nueva diva.

Ritmos techno y unas imágenes propias del surrealismo alemán de los años 20 han calentado el ambiente para el último acto, El baile de los monstruos. En Paparazzi ha sido devorada por un pez-monstruo, para reaparecer (y despedirse) con Bad Romance, cuya coreografía sólo puede competir en fama mundial con aquél Vogue de la Madonna que pretende desbancar como reina del pop.

Madrid, donde presentará este actúa el 12 de diciembre su Monster ball tour, ya se puede ir preparando.