acabo de ver la reposición de uno de los programas viajeros de José Antonio Labordeta, recientemente fallecido y las imágenes se me aparecían como tiempo detenido, arrullado por el decir popular de este personaje entrañable de la transición que supo llevar el nombre, personajes y tierras de Aragón en su macuto viajero con dignidad, pundonor y dominio mediático. Labordeta hizo famoso su nombre cuando entró en el campo de acción de la televisión gracias al programa de viajes que tituló Un país en la mochila, una delicia de espacio donde lo popular, espontáneo y fresco brotaba con inusitada frecuencia, haciendo de lo sencillo un valor mediático de primer orden. El cantautor aragonés sabía de la profunda filosofía de vida que encerraba el decir y hacer de los campesinos a los que amaba con profunda verdad y sacaba en antena con distanciamiento crítico y gruñón, no alejado de la ironía, poderosa arma comunicativa. Viajero impenitente con mochila cargada de libros, trozo de candeal pan y cecina turolense, sabía hacer de la cámara una compañera de viaje para recoger vivencias, rincones, usos y costumbres que hablaban de un pasado a punto de desaparecer. Creador del gran reportaje de viajes, a los que sabía aportar sentido del humor, visión empática de la sociedad rural, agrícola y pastoril a punto de acabar en la papelera digital, con una narrativa fluida y alejada de barroquismo estéril. A medias entre el estudioso antropo-etnógrafo y su pulso narrativo periodístico creó una escuela que se mantendrá más allá de su desaparición física, derrotado por un brutal cáncer. Manejador del verbo preciso, irónico y batallador, sus tertulias, comentarios y entrevistas en la radio han quedado como retazos de verdadera comunicación de un hombre que sintió el poder alado de la palabra, cuando le acompaña la verdad, claridad y bonhomía del personaje.