Vitoria. "Empezamos a comprar obras de arte en el año 84, simplemente por llenar las paredes de cosas bellas", recuerda Alberto Ipiña. Un cuarto de siglo después, él y su esposa Begoña Bidaurrazaga acumulan cerca de cuatrocientas piezas del más variado arte contemporáneo vasco, y cincuenta de ellas forman desde ahora parte de la colección de Artium, mediante un depósito de la pareja.
"Desde niño soy coleccionista", rememora Ipiña, que cita vinilos de Janis Joplin, de Jimmy Hendrix, y de grupos que por entonces apenas se escuchaban en los tocadiscos autóctonos. La música se extrapoló al arte gracias a la pasión de la pareja y a la amistad con muchos de los creadores de los ochenta. Pinturas, esculturas y fotografías engrosan una afición convertida en colección, en reflejo directo y desprejuiciado del panorama creativo vasco.
El contacto directo con los artistas y la condición de noveles en el momento de adquirir sus piezas caracteriza muchas de las piezas, todavía no embestidas de la pátina de la fama o la relevancia.
Por ello, en el conjunto de Ipiña y Bidaurrazaga se cuelan obras iniciáticas de Darío Urzay, que hoy costarían diez veces más. Pero no es la pulsión inversora la que ha movido esta colección -aunque "puedes comprar mejor cuando no son muy conocidos"-, sino el gusto por la expresión. "La inversión sería con Picassos o Pollocks; además, el arte no tiene liquidez, prueba de ello es la gran cantidad de galerías que están cerrando", apunta Ipiña.
Mediante este depósito, la colección de Artium se enriquece con trabajos tempranos o de lenguajes poco habituales de artistas ya presentes en los fondos del museo -Cristina Iglesias, Néstor Basterretxea, José Ramón Amondarain- y de hasta nueve firmas aún no representadas en el museo, como las de Mikel Eskauriaza o Eugenio Ortiz. Zumeta, Sistiaga, Ruiz Balerdi, Grijalba o Badiola son otros apellidos que nutren el depósito.
También en Gasteiz, visita habitual de Ipiña y Bidaurrazaga, se ha nutrido el fondo de este tándem del coleccionismo. Recuerda Alberto Ipiña múltiples acercamientos a la labor de la pretérita sala Amárica y cómo le apenó su cierre. Incluso recuerda a un joven artista, finalista en algunos certámenes vascos. Se llamaba Daniel Castillejo, y ayer agradecía un depósito que sigue completando el centro que dirige.