Madrid. "Los españoles entramos los primeros en Mauthausen y salimos los últimos", dijo ayer Ramiro Santisteban, cuyo encierro de cinco años en el campo de exterminio nazi, en el que fueron asesinadas casi 120.000 personas, ha recogido la periodista Paloma Sanz en el libro Amanece en París.

Ramiro tiene 89 años, pero aparece ante la prensa lúcido y con el sentido del humor en plena forma, empeñado en "vivir en paz y en armonía el poco tiempo que nos queda en esta tierra". Sin embargo, aún le duele que al concluir la II Guerra Mundial, todos los presos del régimen nazi fueran reclamados por sus respectivos países, excepto los españoles. A ellos nadie fue a buscarlos. "No teníamos patria. He vivido muchos años con pasaporte de apátrida y mi único delito fue defender un gobierno legítimo elegido en las urnas por el pueblo español", explicó este superviviente, que tiempo después asumiría la nacionalidad francesa por su matrimonio con la francesa Niní.

De los 10.000 españoles que estuvieron recluidos en Mauthausen, sólo vivieron para contarlo unos 1.200. Para muchos de estos "rojos españoles", como les llamaban los alemanes, se hizo realidad la frase cruel y aciaga que cada día les repetía un oficial de las SS: "habéis entrado por esa puerta y saldréis por esa chimenea". Una chimenea, la de los hornos crematorios, que Santisteban "siempre" vio con humo, mientras cada día marchaba a trabajar a una cantera de la que "nunca sabías si ibas a volver". Por eso, y por todos los horrores de los que fue testigo durante un lustro, Ramiro insiste en que su historia "debe conocerse" para que no vuelva a ocurrir.

Para que no se repitan escenas como la de los 25 judíos a los que un cabo alemán mató ahogándolos en un charco uno tras otro, o los castigos nocturnos con un látigo fabricado con tubos y acabado en una bola de acero "que si te daba en la cabeza era más fácil ir al crematorio que al hospital". Aún con todo, Ramiro Santisteban reconoce que los presos españoles eran, quién sabe por qué, los que recibían un trato menos malo. "Un día nos quitaron los uniformes de prisioneros y nos dieron unos de la guardia de honor del rey de Yugoslavia, pero para distinguirnos nos pintaron en la pernera una raya roja", relató, a la vez que recordó cómo llevar este peculiar atuendo era de agradecer durante el frío invierno alemán. También rememoró cómo los españoles se escondieron en un cobertizo de carbón -el mismo que alimentaba los hornos crematorios- la noche antes de que el Ejército estadounidense llegara a Mauthausen para escribir una enorme pancarta de bienvenida -realizada por el dibujante y pintor Francisco Teix, e inmortalizada en una famosa foto-. Pero Amanece en París no es sólo un relato de los espantos de la guerra, sino también un apunte de esperanza, pues plasma la llegada de Ramiro a París, donde conoció a Niní, "una jovencita con cara de Virgen de Murillo" que trabajaba en el Ministerio de Justicia y con la que se casó y ha compartido su vida hasta hoy.