Hay unas cuantas razones para que sea en Vitoria. La principal, quizás, podría contarla una escultura que asoma su cabeza en lo alto de la plaza de las Burullerías. Su quietud cuenta una pequeña historia, la que vincula al escritor superventas Ken Follett con la capital alavesa, la que acercó al galés hasta Gasteiz para presentar la segunda parte de una historia que hoy vuelve a contarse... desde la pantalla pequeña.
Una grande, sin embargo, acogerá el estreno. Los pilares de la tierra, esa novela que millones de personas han imaginado en su cabeza, se ha construido durante los últimos años en formato televisivo, aunque, más que catódica, como la mayoría de adaptaciones para las 625 líneas, esta historia huele a cine por los cuatro costados.
La televisión, sin embargo, es el medio elegido, un reclamo que no tardaron en olfatear los responsables del FesTVal. Las fechas coincidían. La coyuntura histórica era la adecuada. Y ayer todas esas calles convergían en la dedicada a San Prudencio para tender la alfombra roja al estreno europeo de la historia, una saga que Cuatro acerca a las pantallas estatales, a buen seguro ávidas de ver cómo se ha registrado en imágenes su narración.
Tras años de debate sobre si la obra de Follet se podía o no trasladar a la pantalla, Cuatro estrena este mes la que, dicen, es la mayor superproducción televisiva de todos los tiempos. Una miniserie que sigue la vida de Tom Builder (Rufus Sewell), un constructor de escasos recursos económicos que sueña con levantar una catedral en la turbulenta Inglaterra del siglo XII.
La serie, en la que ha participado el autor, consta de ocho capítulos de unos 45 minutos y está producida por los hermanos Scott, Ridley y Tony. La realización corre a cargo de Sergio Mimica-Gezzan, director de series como Héroes, Saving Grace o Prision Break, y ha contado con un presupuesto de 40 millones de dólares. Donald Sutherland es quizás el mayor reclamo del reparto, pero ayer fue Ian McShane el que se pasó por Gasteiz para ejercer de maestro de ceremonias.
Publicada en 1989, la novela de Follett ha vendido, hasta ahora, más de catorce millones de ejemplares en todo el mundo y ha sido traducida a treinta idiomas. Como el propio Follet la describe, Los pilares de la tierra es "una historia humana de amor y odio, de ambición y codicia, de lujuria, maldad y venganza, pero tiene lugar en un mundo marcadamente distinto del actual; las pasiones de las gentes son las mismas, aunque no sus condiciones".
Amor, traición, intriga, misterio, violencia, aventura... Estos son los ingredientes básicos de este relato épico que comienza con la muerte del heredero al trono de Inglaterra al hundirse el barco en el que viajaba. La lucha por la sucesión es inminente y alrededor y aprovechándose de ella, nobles y religiosos harán cualquier cosa que les beneficie. Sólo hay un único fin para todos: el poder.
En este ambiente lleno de envidias, estrategias y falsas acusaciones, Builder sueña con construir una catedral distinta, llena de luz y cargada de nuevos elementos. La finalización de esta catedral significaría un primer paso para la transición entre el mundo antiguo y el moderno, un nuevo camino hacia un futuro lleno de esperanza y, quizás, con menos violencia y más prosperidad del que se ha conocido hasta entonces.
Una aventura épica cargada de emoción, al fin y al cabo, que ayer sirvió de perfecto epílogo -a pesar de estrenar su primer capítulo- para el segundo FesTVal, que ha vuelto a inundar de ondas todos los rincones de Vitoria.
Waleran, el archidiácono de Shiring fue la última estrella en atravesar la alfombra de este año, abriendo camino a uno de los principales objetivos del encuentro catódico alavés, el de abrirse a las producciones internacionales sin dejar de prestar una máxima atención al trabajo que cada año realizan las cadenas estatales, sobre todo en el campo de las series.
Si Waleran está absolutamente convencido de que es el deseo de Dios que él se convierta en un hombre poderoso de la Iglesia, también este FesTVal parece convencer poco a poco a todo el universo empresarial de la comunicación de que Gasteiz es un buen escaparate donde situar ante el público las producciones en los albores del otoño.