madrid. El talento inquieto de Isaki Lacuesta ha levantado con dos proyectos independientes un curioso puente entre el mito del cine Ava Gardner, con quien dialoga metafóricamente en La noche que no acaba, y el escultor mallorquín Miquel Barceló, a quien acompañó tres meses en Mali para rodar Los pasos dobles.

Lacuesta acostumbra a rastrear vidas con su cine y a extraer las conclusiones menos obvias y más poéticas. Siguió la pista del pintor, boxeador y sobrino de Oscar Wilde en Cravan vs. Cravan, plasmó con emoción la reminiscencia popular de Camarón en La leyenda del tiempo y ahora compagina dos líneas de investigación.

La primera nace de un encargo que le hizo el canal TCM para realizar un documental sobre Ava Gardner. La noche que no acaba se presentará en la sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián y cuenta con las voces de Ariadna Gil y Charo López; los testimonios de Lucía Bosé, con la que compartió amistad y amantes; y el director de fotografía Jack Cardiff. El filme es ante todo "un diálogo entre la Ava Gardner de Pandora y el holandés errante y la Ava Gardner de Harén, explicó el cineasta. "Me interesa mucho cómo los cuerpos cambian, cómo los cuerpos envejecen", reconoce, y la protagonista de La noche de la iguana inauguró lo que Lacuesta considera un fenómeno: "Son las primeras generaciones que hemos visto envejecer en una pantalla", reflexionó.

Al mismo tiempo, analiza los vasos comunicantes entre la imagen pública y la vida privada de una estrella. Evita la crónica rosa contando su intimidad a través de su cine y se pregunta: "¿En qué medida el cine influyó en la forma de verse a sí misma?"

Esta conversación con lo pretérito ha sido combinada por Lacuesta con la observación de la creación en directo en su proyecto con Miquel Barceló, que le habló de otro genio menos conocido: el escritor y pintor francés François Augiéras, y le embarcó en la búsqueda de un búnker maliense de la Segunda Guerra Mundial cuyas paredes pintó en los años 50 y posteriormente tapió para que, ocultas bajo la arena, fueran descubiertas algún día.

En esta ficción, Lacuesta se deja fascinar por la "potencia vital" del artista francés. "Tenía un cierto afán nómada de huir de occidente. Nunca vivió en el mismo sitio", resumió.

Y así, la búsqueda del "tesoro" del búnker se convierte en un tesoro en sí mismo, tomando la idea de la duplicidad de las almas de la cultura africana y utilizando a Barceló como "alter ego" de Augiéras.