Entrando en el Valle de Oma, el alboroto de la ciudad va dejando paso, nota a nota, a los sonidos del campo: "Aquí no hay ruidos, lo que se oye es la naturaleza", dice, disfrutando del paisaje bucólico, un ya octogenario Agustín Ibarrola (Bilbao, 1930). "El único ruido que se oye es el de las vacas, que pegan un berrido que tiembla el mundo si no se les atiende bien", puntualiza con humor.

El pintor y escultor vasco dejó atrás aquel Bilbao "sucio, del color del hollín y los humos", en el que nació, el 18 de agosto de 1930. "Vivir en Urdaibai, en mi madurez creativa, me ha sido muy necesario", explica el artista. "Aquí he trabajado analizando mucho, con la serenidad que los tiempos de este país nos permiten". A pesar de ello, no puede -ni quiere- olvidar su origen bilbaino; el mundo de las grandes fábricas impregnó sus adentros de ruidos, vahos y vidas de trabajadores -como su padre-. "El Bilbao industrial lo tengo tan interiorizado como Urdaibai -se sincera-. Aquellas fábricas eran espectaculares, ¡con más de 12.000 hombres!". Ibarrola revive sus años benjamines con la pasión de quien enviaba recados a su aita, cruzando calderas, hornos y grúas descomunales; algo que ha marcado a una generación de artistas, según él: "Creo que el óxido y el acero es algo que forma parte de la sensibilidad de todos los que trabajamos la escultura en Euskadi. Hemos visto construir barcos desde las primeras chapas y planchas... hemos vivido ese mundo de geometrías".

A sus ochenta años, ha vivido épocas ajetreadas, durante y tras los años franquistas, en gran parte por sus ideas políticas: "Ha sido muy doloroso; a estas alturas de la vida lo pienso y digo: ¡la hostia, cómo me han jodido! (ríe). Pero con ochenta años te sientes liberado de muchas cosas, por encima del bien y del mal, pero aún preocupado de mejorar día a día, como artista y ciudadano".

Mirar hacia atrás...

Idas y venidas en la vida de un artista

"La vida cambia mucho; sobre todo en lo referente a la estética", aclara antes de hablar de la vanguardia artística que siempre le ha caracterizado: "El artista moderno se convierte en un intérprete de la creatividad universal, no importa de qué tiempo. Las vanguardias, el surrealismo, el cubismo, toda esa geometría, el mundo de las ciencias... esos movimientos aglutinan todas las etapas anteriores de la expresión estética del hombre".

Desde muy joven quiso Ibarrola participar de esa vanguardia que lo embelesó cuando, con tan solo 14 años -y ya sumergido en la vida laboral desde hacía tres-, visitó el Museo de Bilbao y conoció las obras de Vázquez Díaz y Arteta. "Terminé yendo a Madrid, al estudio de Vázquez Díaz, y me dijo que su primer propósito sería intentar que me pareciese menos a él, que casi podría firmar algunas de las cosas que yo había pintado", recuerda sonriente.

Años más tarde, a mediados de la década de los 50, Ibarrola se trasladó a París, como tantos otros jóvenes artistas, "para ver qué ocurría en el mundo del arte". "Conocíamos a Juan Gris, Picasso, etcétera, pero no teníamos información de lo que estaban haciendo últimamente. Íbamos a museos, a salas de exposiciones... ¡estábamos descubriendo el mundo del arte en profundidad!", dice emocionado, mientras rememora sus vivencias. "Pero también fueron años duros -recuerda-; éramos muy pobres". Él y su mujer, Mari Luz, llegaron a París con lo puesto, y buscaron trabajo de lo que podían, con su escaso conocimiento del francés, "para poder pagar una pequeña chambre, en una buhardillita y con el baño en la escalera". Pero a pesar de las dificultades, salieron adelante, y junto con otros artistas de diferentes disciplinas artísticas formó el denominado Equipo 57. "Nos centrábamos en estudiar y analizar pintura, escultura, arquitectura... éramos un conjunto de todo aquello que conforma el mundo de la estética en el campo de la plástica y el prestigio internacional nos llegó por ser interdisciplinares".

Siendo una de las pocas ocasiones en las que utiliza un adjetivo como prestigio para referirse a su trabajo, se le pregunta si con ochenta años se siente satisfecho con la obra realizada y responde categórico: "Nunca". "Si el artista se siente satisfecho mal asunto, porque aspirará a repetirse en lugar de crear día a día".

En los años de la dictadura, se involucró en el movimiento comunista hasta el punto de que algunos de sus camaradas llegaron a definir su obra como realismo socialista: "Pero yo no hacía eso, yo estaba con las vanguardias rusas, que luego hicieron desaparecer, y no con la apología del poder soviético". Las etiquetas lo único que hacen es limitar la libertad de los creadores, y esa, precisamente, ha sido siempre su máxima en el trabajo: "La libertad plena".

Oriundo de su época

"Sólo pertenezco a mi tiempo global e histórico"

Esa plenitud de libertad que añora todo creador va ligada a la idea de universalidad, en contraposición al mundo local que es, en opinión del autor de Los cubos de la memoria, "demasiado pequeño para el arte contemporáneo de las grandes vanguardias". Algo que se aprecia también en el cine, en la literatura, en el teatro... pero, ¿hay que perder las raíces para ser universal? "No pasa nada por perder las raíces -cree Ibarrola-; sería como perder nuestra condiciones de Tarzán en la ciudad".

Habla de Bilbao, habla de Urdaibai, de ser vasco, de aquí... pero sólo se siente parte de un tiempo concreto, oriundo de una época: "No pertenezco más que a la identidad de mi tiempo global e histórico", sentencia. No por ello se disuelve en el mar de lo global, sin sabor ni carácter, como lo haría un terrón de azúcar en medio del océano: "Los grandes artistas vascos actuales son muy universales y aún mantienen su sello, porque tienen mucha historia acumulada detrás".

Al atardecer, el sol va dejando sitio a las sombras proyectadas por los bosques que rodean el valle. Entre ellos el Bosque pintado de Oma, su obra más sonada, aunque "no la obra cumbre". "No hay una obra principal, es el conjunto. Uno va complementando sus conocimientos en las diferentes materias que toca", aclara, para terminar reflexionando sobre la esencia del arte y arrojar buena luz sobre el futuro del arte: "El arte es una manera de conocer el mundo, de estar en él y de sentirte identificado con él. Para ello el artista debe crear estética de gran valor, que es lo fundamental. Y hoy en día es maravilloso, los artistas jóvenes son formidables porque no hacen caso a categorías preestablecidas".