los ciudadanos soportamos de vez en cuando, últimamente más en cuando de lo habitual por las circunstancias políticas, económicas y financieras que atravesamos, auténticos rollazos de retransmisiones con las actividades del Congreso de los Diputados.
Asistir desde la butaca de casa a una maratón televisivo con una serie de señoras/es que desfilan parsimoniosamente desde su escaño hasta la tribuna de oradores a las órdenes de la gangosa voz de José Bono, no deja de ser un ejercicio de masoquismo mediático con resultados de audiencia supongo que deplorables.
Con la democracia, los trabajos de los representantes del pueblo salen diariamente a los medios y de forma destaca cuando se trata de sesiones plenarias por motivos de urgencia, debate del estado de la Nación o votación anual presupuestaria. En tales ocasiones se ha impuesto una narrativa televisual que debe de responder al criterio político de reparto de tiempos y modos, pero que poco tiene que ver con el interés informativo y menos con el mensaje/masaje/medio.
Cámaras que repiten una tras otra la misma secuencia con parecidos encuadres y planos, y con tiempos predeterminados sin salirse un ápice del guión; de esta guisa, el realizador nos ofrece retransmisiones secas, aburridas y de vuelo corto que terminan por agotarnos. Es como si hubieran pactado el modo de la narración y las sesiones fuesen por un carril intocable, suponiendo peligro de descarrilamiento si los planos y los momentos fuesen decididos por el responsable de la profesional realización; por el contrario, nos ofrecen una estúpida colección de estereotipos, imágenes encorsetadas y entradas y salidas del personal repetidas hasta la saciedad. Un caso claro de retransmisión estéril y acartonada.