Vitoria. El último día del Azkena Rock Festival iba por muy buen camino. El sábado, Dylan incluido, estaba transcurriendo como estaba previsto incluso a pesar de algunas gotas caídas a media tarde. Pero tanto en lo musical como en lo climatológico, la madrugada fue otra historia muy diferente. Para lo bueno y para lo malo, esa recta final del macroencuentro gasteiztarra, con más de 17.900 almas en el recinto, será recordada durante tiempo.
El cielo estaba de que no. Los rayos se agolpaban y en los minutos finales del concierto de Toilet Boys ya empezó a caer de lo lindo. Pero como la actuación estaba transcurriendo en el segundo escenario (es decir, bajo la carpa), la lluvia no era molestia. Además, muchos esperaban que, como había sucedido a la tarde, la cosa no fuera a mayores y durase sólo unos minutos. De eso nada.
En esto que llegó uno de los momentos más esperados de este año, la actuación de Chris Isaak en el escenario principal (vamos, sin protección alguna). Y ahí, justo en ese momento, empezó algo antológico tanto por parte del músico como del público.
En lo artístico, el de California se salió. Sin más. No es que su concierto fuera uno de los mejores de este año, es que ya está entre los más destacados de las nueve ediciones. Se bajó donde estaba el público para cantar bajo el paraguas, bromeó con su magnífica banda, agradeció a cada momento a los espectadores su aguante por la lluvia... pero, sobre todo, no paró. El concierto, baladas incluidas, mantuvo un ritmo y una calidad constantes, viviendo sus momentos más álgidos con Blue Hotel, su versión de Love Me Tender y Wicked Game. Pero la cosa ya explotó con el recuerdo a Roy Orbison y su Oh! Pretty Woman. Justo en ese instante, Isaak subió al personal al séptimo cielo para reinar sobre la lluvia.
Y eso que sobre los que estaban abajo caía lo que no está en los escritos. Algunos estaban bajo el paraguas (lo cual dificultó ver mejor a los músicos, máxime teniendo en cuenta que, por problemas técnicos derivados de la lluvia, las dos pantallas grandes del escenario se apagaron). Otros, directamente, estaban recibiendo gota a gota sin parar. Pero les dio igual. El concierto estaba siendo tan bueno que una multitud aguantó de principio a fin, en una actitud épica imposible de agradecer como se merece. Los espectadores cantaron, bailaron, aplaudieron, gritaron... Fue algo digno de vivir.
Cosas de la vida, terminó Isaak y paró de llover, lo cual sirvió a alguno para hacer un chiste mal intencionado. Llegaron entonces The Hives y los suecos le ofrecieron al público justo lo que más necesitaba en ese momento, un chute de energía, diversión y show acompañado por buena música. Vestidos de marineritos, montaron lo que es habitual en ellos, una fiesta dirigida por el cantante Pelle Almqvist (con un castellano bastante aceptable), que era más que consciente de que pasada la medianoche y la tormenta, la gente de Mendizabala pedía a gritos algo con lo que secarse la mala leche generada por la climatología. A ellos no les costó nada meterse al personal en el bolsillo con un repertorio en el que se incluyó incluso alguno de los nuevos temas que formarán parte de su próximo disco.
Ya a las tantas, le tocó el turno a Bad Religion, encargados de poner los últimos sonidos a esta novena edición en su regreso al ARF para celebrar sus 30 años sobre los escenarios. Pero los norteamericanos salieron un poco fríos y les costó demasiado intentar remontar el vuelo sin llegar a conseguirlo. Aún así, es evidente que tienen sus argumentos para dar un concierto correcto y así lo hicieron en Gasteiz. Lo que pasa es que sólo con eso no vale. Además, el personal presente, después de tres días sin parar y de aguantar la tormenta, estaba ya a esas alturas para pocas concesiones. Una pena.