Vitoria. Primera madrugada la que el jueves vivió el Azkena Rock Festival con la presencia, según los datos de la organización, de 9.124 personas, aunque el comentario general era que había bastante más gente que en otras jornadas inaugurales del macroencuentro. Pero más allá de percepciones y números, la música fue la gran protagonista, causando división de opiniones en las tres actuaciones que cerraron el cartel: Gov"t Mule, Airbourne y The Black Lips.

Los primeros volvían a Gasteiz tras su paso por el certamen en 2005. Ya entonces, Warren Haynes y los suyos regalaron un más que apreciable concierto pero a una hora un poco más temprana y, por lo tanto, con menos minutos disponibles. Aquella vez, la mayoría salió como en una nube (sobre todo, los más fieles al rock and roll sin más aditivos), pero los hubo también que o se aburrieron o no terminaron de conectar.

El jueves por la noche, el grupo salió un poco más tarde y con más tiempo por delante. Y lo que sucedió incluso mejoró lo de hace unos años. Sí, Haynes tendrá unos años más y esa barriga suya va camino de ser otra persona por sí misma, pero es todo un maestro a la guitarra que además cuenta con una gran voz. Temas de su nuevo trabajo y canciones anteriores se fueron alternando en toda una lección de lo que es el rock con mayúsculas, para paladares de todo tipo que tengan, eso sí, menos gusto por las cuestiones paralelas. Aquí no hay show. Es música y punto.

Como la cosa se alargó un poco, los Airbourne ya salieron con algo de retraso. Dio igual. Eran multitud los que les esperaban tras su paso hace un par de años por el KobetaSonik bilbaíno. El ritmo cambió de forma radical. Hard rock en vena, el volumen más alto, coreografías imposibles para cualquier cuello más o menos normal, melenas al viento, actitud, energía... Todo eso y más son los australianos, a los que algunos acusan de querer parecerse a AC/DC como si eso fuera algo de lo que arrepentirse. Ellos no lo hacen. Es más, lo asumen con toda naturalidad. Es cierto que lo suyo es sencillo y básico. Pero como todo en la vida, aunque se haga algo ya conocido si no se realiza con criterio, termina siendo una chapuza.

Los de Joel saben cuáles son sus armas y cómo utilizarlas. Serán limitadas, pero las controlan a la perfección. Así que le metieron un buen chute de energía a un Mendizabala, por lo general, entregado desde el primer segundo. Porque el público saltó, cantó, botó... y volvió a ver a Joel subido en un sitio imposible para darle a la guitarra. En esta ocasión, el también cantante se encaramó a la estructura del escenario para tocar a varios metros de altura. Todo sea por el espectáculo.

Eso sí, a Airbourne les pudo en un momento dado el lado verbenero. No fue Paquito chocolatero, pero casi. A estos trucos fáciles, el personal suele entrar pero eso no quiere decir que sean beneficiosos. Eso sobró, igual que faltó un poco más de variedad en el listado de canciones. Pero bueno. Así que otro concierto en el que la mayoría gozó, mientras otros se quedaron con ganas de ver algo más en el aspecto musical que en el del show.

Ya a las tantas, fue el turno para The Black Lips. Tras los australianos, muchos espectadores tomaron el camino a casa u hotel, depende el caso, pero aun así Mendizabala presentaba un buen aspecto. Los de Atlanta salieron con intenciones de arrasar, con más actitud y energía que otra cosa.

A los grupos de cierre de cada jornada se les pide, sobre todo, fiesta, más que nada para que el sueño no pase factura. Y los Black Lips lo intentaron de todas las formas, incluso llenando el escenario de papel higiénico, pero los efectos especiales por sí solos no son suficientes. La banda adoleció de recursos, de variedad, de una oferta musical con más base que cuatro cosas bien ejecutadas.