cuando una persona muere, su patrimonio se reparte entre sus allegados. Lo habitual es que haya escrito un testamento para regularizar la distribución de su herencia. "Luz y taquígrafos", que todo quede claro y los futuros herederos no se peleen por conseguir el reloj de oro del abuelo. El abuelo habrá elaborado en dicho testamento una lista de sus bienes para repartirlos de forma ecuánime entre familiares y amigos. Aunque también puede ser que no haya acumulado un patrimonio que poder dejarnos. Pero... ¿y si nuestro abuelo nos enseñó a andar en bicicleta cuando éramos pequeños, o a atarnos los cordones de los zapatos? ¿Y si a través de él aprendimos a silbar, a hacer globos con el chicle...? Puede que no seamos conscientes de esa herencia compuesta por bienes inmateriales e inconmensurables. Bienes no por ello menos importantes que un reloj de oro. En definitiva: las personas también nos dejan, y en vida, un conjunto de riquezas mucho más esenciales que las materiales. Porque forman parte de nuestra persona, de nuestra cultura. Es una herencia etérea, que todos heredamos y todos dejamos al morir, aunque no la regularicemos a través de un testamento. Quizás deberíamos de hacerlo. Para que así todos seamos conscientes de su existencia.

Una comunidad también hereda los bienes de sus antepasados. A ese conjunto lo llamamos igualmente patrimonio. Y así existe un patrimonio histórico, arquitectónico, cultural... Y, del mismo modo que en el caso de nuestro abuelo, también solemos errar y pensar que ese patrimonio es sólo material. Y no es así: existe un patrimonio inmaterial, un conjunto de saberes, de experiencias... tan relevante o más que ése que se haya en los museos.

En 2003 la UNESCO efectúa la Segunda Proclamación de Obras Maestras del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, señalando: este patrimonio incluye un amplio espectro de formas de expresión musical, tradiciones orales, habilidades, teatro, rituales ceremoniales o cosmovisiones, que son las bases de valiosas dinámicas sociales y culturales. El patrimonio cultural intangible es fuente esencial de identidad. Por desgracia, cierto número de sus manifestaciones ha desaparecido ya o está en vías de extinción. La razón fundamental es que el patrimonio cultural intangible se reemplaza rápidamente por una cultura internacional estándar, promovida por la modernización socioeconómica. Su naturaleza inmaterial incrementa su vulnerabilidad. Y es apremiante evitar nuevas pérdidas.

En el caso de nuestra ciudad, nuestros tesoros vivos están desapareciendo: el fabricante de botas de vino de la calle Pintorería, los anticuarios de la calle Correría, la pastelería Hueto... Poco a poco, si no nos preocupamos por él, si no somos conscientes de su existencia, todos perderemos esa herencia.