VITORIA. Cuando uno escucha un tema de Gov"t Mule, siente que en ese surco musical no sólo crecen semillas de rock contemporáneo. No se trata de un evolucionado transgénico, pero sí de una variedad que tiene mucho que ver con piezas básicas de su código genético, con unos hermanos -una auténtica hermandad- mayores que observan con orgullo -desde la tierra, desde el cielo- como su estirpe crece.
Ecos de hermandad...
Cuando uno observa fotografías de The Allman Brothers, los pantanos cajunes se llenan de una primavera hippie, de un buen rollo que se inocula inmediatamente en sus melodías. Porque, a pesar de ser estampadores del mejor rock sureño -At Fillmore East-, y cultivadores de un blues-rock que no elude las arquitecturas del jazz, que se deja llevar hasta las fronteras de lo progresivo, Allman Brothers son, ante todo melodías de rock en estado de gracia, una hermandad donde la sangre fluía -y aún fluye- en ríos de pentagrama. Y se desborda en el lenguaje de la improvisación, de la jam como fiesta efímera y eterna de la música sobre el escenario.
Cuando uno observa a Gov´t Mule en directo -ya visitaron Azkena Rock Festival en 2005-, los Allman están con ellos. Lo estuvieron desde el principio, allá por 1994, cuando Warren Haynes y Allen Woody trazaron una línea paralela a la mítica banda de Georgia e inauguraron este nuevo grupo, que alcanza un punto álgido de conexión con el público con su álbum Dose, una delicia que añade a las raíces sureñas un tallo enérgico de rock, una intensidad extra -ni mejor, ni peor- que habla de los decibelios de otra generación.
Esos decibelios retornan a Gasteiz este verano, un lustro después, para volver a epatar al público del macrofestival vitoriano por excelencia, para ejercer esta vez de cabeza de cartel en la primera jornada del ARF, proponiendo una nueva ración de platos de su nouvelle cuisine, que se reinventa un poco cada día -Work in progress, In itinere, Panta rhei...-, con cada nuevo escenario que pisan.
En medio de su infinita gira norteamericana, Matt Abts (batería), Penny Louis (teclados), Jorgen Carlsson (bajo) y Warren Haynes hacen un hueco para viajar hasta la vieja Europa y trasplantar el sur de Estados Unidos en plena Llanada Alavesa. By a thread enhebrará la cita del jueves con los trigos al borde de la cosecha. En el sur de Euskal Herria y de Estados Unidos, con ecos de melodías hermanadas.
...besos de metal...
VITORIA. Hay quien todavía se relame del beso de metal de hace tres años. Aún quedan rastros de maquillaje. Fue en un Kobetasonik que este año duerme barbecho de recuerdos. Y uno de los más fulgurantes en la historia de este festival lo labró, a golpe de intensidad, la banda norteamericana Kiss. El ósculo se repetirá en breve. Un beso que resonará esta vez 60 kilómetros al sur de Bilbao, con una intensidad de show que promete un tremendo eco sobre el papo de Mendizabala, haciendo temblar el cemento.
También habrá lengua, eso seguro. Porque muchos la sacarán para bailar no confundir con Los Ronaldos, no confundir con Mick Jagger y, sobre todo, para mover cuello y melena rindiendo tributo a esta visita inesperada en la segunda cita del ARF. No hará falta ir bien arreglado. Los protagonistas lenguas viperinas serán los que vistan, como siempre, las mejores galas. Porque Kiss es contenido... Y mucho continente. No en vano su disco Alive! fue el directo más vendido de todos los tiempos. Kiss es continente, y muchos continentes.
En Estados Unidos son leyenda. Y otro tanto en el resto del globo, donde han vendido 100 millones de discos. Por todos lados cuajó, allá por los años 70, una forma de entender el rock que huía de las raíces aunque todo es blues, al fin y al cabo y arraigaba en la melodía del decibelio, en la distorsión y ese estilo de canción onda heavy coreable hasta la extenuación. No es que en Kiss se acerquen forma y fondo. Es que forma y fondo son, al fin y al cabo, la misma cosa.
Porque el rock de esta banda neoyorquina es difícil de analizar sin su puesta en escena. Es rock para escuchar y para ver. Para estimular todos los sentidos desde otro sentido, el del espectáculo, que se ha ido sofisticando a base de fuego y humo, de sangre y plataformas, de brillos y eternos disfraces con los que el músico se convierte en intérprete. Y el actor se conjuga a través de la música. El tiempo verbal es ahora futuro presente. Futuro cercano. Tras una primera cabeza del ARF rendida a la profundización del riff, a la indagación de lo imprevisible, llegará una sesión opuesta. Show planificado. Show cargado de trailers compartimentados. Show uno de los mejores del mundo por todo lo alto para rendirse a un set list de ritmos previstos. Pero con esa previsión de tortilla de patata. Siempre lo mismo. Huevo y fécula. Pero es que la tortilla de patata y no es una alusión al vecino monte siempre gusta.
...y aires de leyenda