DOblan las campanas de San Pedro. Las cuatro torres juegan su partida. Pero, si uno afina más allá del tablero de la almendra, puede escuchar otra música en el interior de la parroquia, la del órgano Juan Melcher, ejemplar romántico que sopla sus melodías a misas dominicales, bodas y funerales. A cuatro manos, Isabel Ruiz de Larrinaga y Floren Unzueta conservan su estado de forma. Lo tocan "casi a diario". Y lo hacen "por gusto", sin sueldo. Por devoción... musical. "En los 80 y 90 era el órgano del conservatorio, las clases eran aquí", explica Floren. "Quise hacer la carrera de órgano y así tomé contacto con él". Isabel, años más tarde, escuchó sus notas. Y se rindió al canto de sirena. "Lo oía siempre al pasar; un día entré, subí las escaleritas y le dije a Floren ¿me dejas probar?".

Más envolvente que sus hermanos barrocos, con un tono "más sensual y emotivo", define Floren, el Melcher se deja acariciar por sus protectores, que caminan sus tres teclados, ajustan sus botones y masajean sus pedales. En su particular isla. "A veces no te das cuenta del tiempo al tocar, yo me podía tirar hasta ocho horas en época de exámenes".

Mendelssohn, Franck, Messiaen... Los románticos convienen, claro, al órgano, que seduce a sus dos tácitos náufragos, brilla en sus festivales anuales y convierte en adicto a su oyente. "Después de misa, la gente oye siempre un coral de Bach, y lo agradece. En los funerales igual, tras la comunión. Dicen que es lo más bonito de la misa", sonríe Floren. "La gente escucha en silencio", afirma Isabel. Y es que el silencio es parte de la música.

REbato constante. Es lo que vive cada día la Escuela de Música Luis Aramburu. No en vano atesora un enjambre de 850 alumnos de todas las edades, desde 4 hasta más de 70 años. "Más los 33 profesores", puntualiza Belén Vallejo, directora del centro de la Correría. "El horario más ruidoso es a media tarde, cuando vienen los peques. Es un poco gallinero, pero interesante; significa que hay movimiento".

Hay movimiento de alumnos, de padres, de amigos que se acercan a escuchar un concierto... Es la música de los cuerpos. Porque la música es libre de interpretarse como uno quiera. "Aquí no es hoy voy a hacer cincuenta cajas. Cada alumno, por ejemplo, es de una edad diferente y eso condiciona cómo le vas a enseñar, el repertorio, el vocabulario, la relación. Es un trabajo que es un regalo de los dioses".

Belén enseña violín. Y del instrumento surge el estereotipo. "Hay gente que piensa que una escuela de música sólo imparte clásica, y no es así. Aquí se enseña a manejar el instrumento y luego a hacer el tipo de música que quieres. Tocamos Bach, pero también los Beatles, los Rolling... Música de países árabes o Sudamérica, del norte de Europa... Hay mucho donde aprender".

La música tiene sus reglas. Pero aquí no es reglada. "El título más importante es lo que hacemos". Heredera del impulso de José Ángel Cuerda -"iba a muchos conciertos del conservatorio"- y Carmelo Bernaola, la escuela nació en 1992 y recaló en Corre una década después. Antes pasó por Zapa. "Tenía encanto por la distribución, estábamos más cerca... y también nos oíamos más... No estaba insonorizado. Fue un boom, 300 matrículas de entrada, y ha ido in crescendo cada año". Porque Aramburu escala. "Podemos crecer internamente, en varias asignaturas, y no nos importaría que alguien nos facilitara el piso de encima del auditorio para una biblioteca multimedia". Un buen concierto siempre merece propina...

MImético, un bajo de la vecina Zapa esconde también un misterio más allá del repertorio de lonjas. En 1997, el beasaindarra Juanan Ros ideó aquí el estudio El Cantón de la Soledad, un local discreto que no da pistas de todo lo que aquí se cuece.

El orfanato, Kamchatka, Spanish Movie, Frágil... Más de cincuenta bandas sonoras de largometrajes, además de discos clásicos y de jazz, han salido de este íntimo negocio, que crece en el corazón medieval. "Quería ponerlo aquí, porque el Casco Viejo tiene vida propia. Y Vitoria me arropó, por entonces había una serie de planes para reactivar el Casco y nos echaron una mano", recuerda Juanan.

Y lo hace con nostalgia. "Con las sucesivas épocas municipales se ha convertido en lo contrario. Durante un tiempo hemos vivido casi una persecución, impidiéndonos desarrollar nuestra actividad". Accesibilidad, carga y descarga... "Nos han hecho la vida imposible. Luego a los políticos les encanta llenarse la boca con el Casco, que se está reactivando, que hay actividad..., y lo que hay es a pesar de ellos". Juanan echa de menos una protección real del comercio. Cree que se trabaja de cara a la galería. Más por el turista que por el que habita y trabaja estas calles. Y lo ve a través de sus clientes. "Trabajo mucho con gente de fuera, con compositores, directores y algún actor de cine, y siempre que ven las rampas dicen ¿pero qué han hecho aquí?.

Sería sencillo mudarse a Madrid, donde crece la semilla musical. "Traer a esa gente es difícil, requiere un esfuerzo, pero al final uno decide que quiere vivir donde quiere vivir y adapta el resto de cosas a ello". El mercado se diluye, desaparece, pero Juanan sabe que, tras una nota en falso, la siguiente puede despertar la melodía. "Si un economista cogiese este negocio, hubiese cerrado desde el momento en que salí. Podía haber cambiado mi estilo, tirar al audiovisual, pero me lo pensé y dije no. Voy a hacer lo que me gusta. Quiero ser optimista y pensar que siempre habrá sectores que valoren la calidad. La música se oirá siempre, no habrá manera de acabar con ella".

FAtigado se queda uno al oír a Patxi Lebrancón, que llegó a impartir hasta cincuenta clases particulares a la semana. Todo para completar el sueldo y medirse con la hipoteca en igualdad de condiciones. Antes, durante tres años de su vida, Patxi se dedicó "a una cosa diferente a la música, de la que sentí la necesidad imperiosa de huir". Es entonces cuando decidió montar La Fusa, en la calle Zapatería.

Siguiendo el modelo de una tienda parisina, este vitoriano retomó en 1998 su pasión. Y la convirtió en su negocio. Pero pronto se dio cuenta de que "Vitoria no es París, y lo que comenzó pretendiendo ser una librería de música ha terminado siendo algo más". En la tienda, junto a métodos y partituras -sigue dando clases en Altsasu, Miranda y Gasteiz-, percusiones y baterías desvelan su vertiente predilecta. El baterista vende baterías a otros que, como él, adoran las baquetas. En La Fusa hay dos tipos de cliente, el "estacional de Luis Aramburu, cuando se inicia el curso, y una clientela muy fiel. Es una zona donde no hay tránsito de peatones, y el que viene hasta aquí es que viene buscando algo concreto".

Gora, Parral, Extitxu... Patxi observa un buen "movimiento a nivel privado" del ambiente musical. El mismo que echa de menos en su calle. "No hay comercio. El tránsito de gente es una de las cosas de las que adolecen profundamente la Zapatería y Herrería. Sin comercios no hay gente en la calle".

Eligió la Zapa para ubicar su negocio porque "era lo único que nos podíamos permitir". Presentó su proyecto ante un tribunal, tras un concurso de ideas, y recibió, por entonces, la ayuda de la Agencia de Renovación Urbana. Ahora se lamenta al ver la calle llena de lonjas en alquiler. Pero el rostro le cambia cuando se le pregunta por el nombre de la tienda: La Fusa. "Es una figura musical, pero también un local que había en Buenos Aires, donde Vinicius de Moraes grabó dos de los discos más vendidos de la historia". Dos discos que un amigo le regaló en un momento especial. Sonríe. Dentro de sí, escucha una melodía cálida, llena de esperanza.

SOLeados mediodías de otras melodías presi den la "joya de la corona" del Iguana, sus bailes vermú, citas lúdicomusicales en las que una decena de Djs se pasan los platos, y otro menaje, el catering-cuchipanda ejerce de aperitivo. Es una de las muchas iniciativas que ha lanzado este bar de la calle Correría, adicto a la participación del cliente. "Por aquí circula un montón de gente relacionada con la música y cada uno aporta sus cosas; una clientela nada conflictiva que responde a la llamada de la música", explica Braun, coordinador del ciclo de discjockeys del local.

Soraia Marrodán lo regenta desde hace cinco años. Un lustro que ha dado para mucho. Para contar, por ejemplo, con una incesante programación de conciertos -los viernes y gratuitos- que acercan desde hace tres años a bandas emergentes de toda la península. Y de más allá. "Los conciertos son deficitarios", apunta Soraia. Pero es que, quien quiera forrarse, que no se dedique a la música. Esto se hace por un latido diferente. Y la programación, con el calendario siempre lleno, habla a las claras de que la apuesta es fuerte. Y también ganadora.

Además de los bolos, Iguana ha organizado mercados de segunda mano, con vinilos y otras viandas culturales. Entre ellas ropa, otra forma de expresión. De la barra cuelgan las esculturas del reptil preferido, creadas por el artista Pablo Laín y decoradas por los propios parroquianos, a su libre albedrío. Y hay otras formas de esculpir este proyecto más que hostelero. La cuidada cartelería, el poblado blog y un myspace "desde el que contactan muchos grupos; aunque también lo conocen por el boca a boca".

LAboca se abre y comunica la información. Y la opinión. Es la radio. Y en la calle Bueno Monreal es libre, como el cielo que transmite sus ondas. Desde hace doce años, el programa Hiru Kortxea de Hala Bedi (107.4FM) radiografía -nunca mejor dicho- la música actual. "En Hala Bedi hay programas que empiezan porque simplemente viene gente y quiere hacerlos, pero éste salió de la asamblea de la radio, más que nada dirigido a dar salida a las novedades musicales".

Lo explica Eñaut Iraeta, que hace tres años llegó de Bilbao y, desde entonces, comparte micrófonos con Joseba Baleztena, guitarra de Sexty Sexers, y Jon Basaguren, cantante de Akatu, al frente del programa. "¡Soy el único que no toca!", bromea, pero los viernes (de 19.00 a 21.00) y los sábados (de 14.00 a 16.00) demuestra que el que sólo escucha la música también puede interpretarla. El programa no se hace en antena. No prueben a llamar. Es un falso directo que el trío fabrica con mimo durante la semana y graba los miércoles, presentando "todos los discos que llegan, repasando la agenda de conciertos -principalmente los de Gasteiz- y haciendo también algunas entrevistas".

Lo cuenta en el cubículo de Hiru Kortxea, en la recién ordenada fonoteca. "Choca bastante la infraestructura, cuatro estudios, espacio, mogollón de gente trabajando...", reconoce Eñaut, que no es ajeno al universo de las frecuencias libres, por el que también se multiplica el programa. "Hay radios más pequeñas que no tienen capacidad para llenar la parrilla, y entonces aprovechan para llenarla con Hiru Kortxea en vez de tener puesta música no sé cuántas horas al día".

Un dial empático que va más allá. Porque el programa organiza un concierto mensual en el Parral, fiestas puntuales y Hala Bedi Rock, una muestra de grupos locales en el verano del Gaztetxe. Y es que hay mucha vida musical en la almendra de adopción de Eñaut. "Llevo tres años y cada vez va a más. Comparando con Bilbao, en cuanto a sitios para tocar y movimiento de grupos, con la población que hay aquí, hay un movimiento muy importante".

SI hablamos de movimiento, Jabolo Sagastume tiene la patente. Aprendió a oboe, saxofón, piano, violín... y canta. Es técnico de sonido. Tiene en barbecho sus dotes de luthier. Organiza festivales como Arabatakada. Dirige el coro Dzast Ahotsak, que cultiva música culta del siglo XX.

"Es más curiosidad que otra cosa", asegura, "al final la música tiene un montón de formas de acercarse a ella". Jabolo prefiere picar que empacharse. "Para ser muy bueno en algo necesitas una especialización descomunal, y eso no va en absoluto conmigo; prefiero tocar muchos palos y tener esa sensación de mirar atrás y decir qué de cosas he hecho, qué guay. No tengo interés en ser número uno en nada".

Lo importante es hacer. Tener el espíritu... e inevitablemente el teléfono perpetuamente candente. "Hay demasiado artista y poco artesano en la música. Mucho genio y poco currela, bueno, como en la vida". El Casco Viejo es su hogar. Y su territorio. "El problema es el tamaño de sus locales, las salas han tenido que salir fuera. Pero cosas hay un montón. Y los bares temáticos musicales siguen estando en el Casco, para la gente que disfruta de la música. Y está el Gaztetxe, que sigue con una programación semanal...". Jabolo se despide y retoma la melodía. Su leit motiv: seguir buscando.

DOblan las campanas. Como Jabolo, la música pasea por el Casco. En un pegadizo tarareo, en unas rítmicas huellas, en una vaporosa conversación... Nuestros siete protagonistas entonan siete notas. Como las de tantos músicos y aficionados que pueblan, se acercan y entonan la melodía del Casco Viejo. No conocen de gerencias musicales. Lo suyo no es el dinero. Son más de injerencias. Música... vida.