VITORIA. Hacia el final de la novela, el protagonista dice: "La verdad es tan complicada que nadie quiere oírla". ¿Su novela es el empeño de retratar esa complejidad?
Uno de los impulsos que me guiaba mientras escribía era precisamente dar una idea, narrativamente, de la complicación tremenda que tiene la verdad y de lo ingrato que es aceptarla en su totalidad: a todos nos gustaría sólo tomar una parte de la verdad y dejar otra. Pero la verdad está llena de aristas y de pinchos; la verdad pincha mucho y hay partes que te producen fervor y alegría, y otras que te da mucho miedo mirar. Y a los personajes de esta novela les pasa eso. Esa frase pertenece a una parte del libro que es la única en la que el protagonista habla mucho rato; durante toda la historia, es un hombre metido para dentro que escucha a los demás. Él está con Negrín que le cuenta una cosa; está con Moreno Villa que le cuenta otra. Sólo al final se explaya, y lo que quiere decir es que la verdad es muy complicada y muy desagradable.
Ha mencionado a Moreno Villa. ¿Hay una reivindicación del poeta menos visible de la Generación del 27?
Está contado desde el punto de vista de Moreno Villa, un personaje del que sabemos mucho porque escribió unas memorias que animo a leer. Me llamó la atención de su libro que siendo Moreno Villa una persona ecuánime y templada, que se da cuenta de tantas cosas, tenga una idea desmedida del valor de su propia poesía. Lo que dice Moreno Villa en la novela no lo estoy diciendo yo. Me interesa el personaje, no porque yo lo quiera reivindicar, sino porque estos personajes laterales -ves las fotos de la época y parece que no cuadra- dan mucho juego.
Pero es indudable que algunos personajes salen mejor parados que otros: Juan Negrín aparece como un hombre que hace lo que puede, que opta por quedarse cuando los demás se van, y Alberti, en cambio, está en un plano más frívolo.
Las memorias de Alberti y su mujer cuentan con todo detalle su baile de disfraces en la alianza de intelectuales, aparte de muchos otros testimonios que existen. Ves los libros de la época y siempre sale haciéndose fotos... ¡Yo no tengo la culpa! Y, casi al final, en la última visita que hace Negrín el protagonista se da cuenta de algo, que Negrín también está contaminado por la maraña de la guerra.
¿Qué queda hoy de la España del 36?
No queda prácticamente nada, salvo una cierta tendencia a la intolerancia, a calificar a la gente en términos radicales y en virtud de las apariencias. El discurso privado es más respetuoso, pero en el público, que es el que se ve, hay una aspereza innecesaria, que hace la vida más difícil. Es algo a lo que he dado muchas vueltas cuando estaba escribiendo la novela: la violencia verbal, que parece que es gratis. Dices a este me lo cargo y no pasa nada.
Es una pequeña paradoja: una novela de casi mil páginas, que advierte en varias ocasiones del peligro de las palabras. La amante del protagonista dice: "Empezamos a hablar y las palabras nos traicionan. Uno las piensa y cuando las oye al decirlas en voz alta ya significan otra cosa".
Exactamente. ¿Cuáles son las consecuencias de lo que dices? ¿Cuáles son las consecuencias de lo que haces? Cuando estás discutiendo con una persona a la que quieres, te das cuenta de que no piensas lo que estás diciendo. La importancia de lo que se hace y lo que se deja de hacer está muy presente en el libro. Es el nexo común de la parte más política y la erótica o emocional de la novela: las consecuencias de los actos. Por eso me interesaba contar en la novela toda la secuencia del asesinato de Calvo Sotelo. El 14 de abril del 36, en la celebración del aniversario de la República, hay un tiroteo y muere el alférez Reyes. En su entierro, hay otro tiroteo y cerca del cementerio la Policía dispara contra los manifestantes que no han obedecido la orden de disolverse. Uno de los que se disparan contra los manifestantes es el teniente Castillo. Los amigos de aquel manifestante al que han disparado matan al teniente Castillo. Cinco horas después de su muerte, los amigos del teniente Castillo matan a Calvo Sotelo. Es algo escalofriante, mucho más complicado que una batalla épica y abstracta entre el bien y el mal, o entre el progreso o la religión, o entre la República y la Monarquía. Es mucho más complicado.
Otra idea que atraviesa la novela es que su protagonista, aunque es de izquierdas, no deja de ver lo que hace mal en su bando. Con el personaje de la hija de Rossman también se cuestiona el régimen soviético...
Eso sólo pasa en España, no en Francia ni en Italia.
La novela dice en un momento: Ellos merecen perder, pero nosotros no merecemos ganar...
Eso se lo leí literalmente a Julián Zuazagoitia, bilbaíno, que fue director del periódico El socialista y ministro de Gobernación de Negrín. No podía estar más comprometido con la República. Los nazis lo detuvieron en el 40, lo entregaron a Franco y le fusilaron en España. Pero escribió un libro maravilloso y desgarrador, Guerra y vicisitudes de los españoles, en el que se niega a defender los crímenes que cometió el bando en el que estaba luchando. Es curioso que eso llame la atención todavía en España. El Holocausto se hace en nombre de la superioridad racial en Alemania, pero es que, amigo, en nombre de ideales tan bellos como la fraternidad humana, la igualdad y la justicia, han existido el gulag, Pol Pot... Eso no es propaganda anticomunista, es mera documentación histórica. Lo que me llama la atención es que las personas que se declaran progresistas tengan algún problema en aceptar eso. Lo que me define como progresista no es lo que pienso sobre lo que ocurrió o no ocurrió hace 50 años, sino sobre la educación, la sanidad, la preservación del medio ambiente, los derechos de las minorías... Parece que vivimos en una fantasmagoría permanente con el pasado. Aunque es un poco absurdo decirlo después de lo que he escrito, el pasado no debería pesar tanto.
¿Cree que la gran novela sobre Euskadi se escribirá dentro de un tiempo, como sucede ahora con la Guerra Civil?
Se escribieron libros muy ecuánimes entonces. Uno de los mejores libros de ficción sobre la Guerra Civil lo publicó Manuel Chaves Nogales en París ¡en enero de 1937! A sangre y fuego, seis relatos magistrales; no le hizo caso nadie. Tiene un prólogo que recomiendo a todo el mundo. Igual sobre el País Vasco se han escrito grandes novelas y no nos hemos enterado. Tengo mucho cariño a esta ciudad, una vinculación emocional muy fuerte. Esta tarde (por ayer) estaba mirando La Concha, la belleza del paisaje, la prosperidad de la gente... y pensaba en la fuerza venenosa de las ideas. Las ideas son muy peligrosas. Son demasiado brillantes, demasiado abstractas. Kafka decía que le emocionaban todos los himnos y le convencían todos los oradores. Cada vez me gustan menos las ideas y más las cosas prácticas, por eso quería que el personaje de esta novela fuera un arquitecto, que hiciera cosas, dejarnos de fantasmagorías, preocuparnos de que la gente viva mejor. No me creo nada, ya sólo me creo los actos de las personas.