Desde las gazetas europeas del XVII hasta hoy, la crónica de sociedad aparece como elemento informativo para acercar la actividad de los individuos más dinámicos y con eco social, al escaparate mediático. Hace más de trescientos años, los heraldos del periodismo reflejaban nacimientos, defunciones, bodas y viajes de personajes de la ciudad, lo que pone de manifiesto el interés de los compradores de la información por estas cuestiones, en principio, relegadas al ámbito de lo familiar o personal. Aquellas publicaciones avanzaban lo que ahora es contenido obligado de cualquier periódico, serio o menos serio, que por demanda de los consumidores, abre sus páginas a las negritas para servir intensa crónica social con apartado señalado a la del corazón rosa pastel. Las crónicas de eventos sociales con motivo de la inauguración de boutique, congreso médico o reunión de paisanos en la festividad del santo de turno, tienen presencia galopante en los periódicos que se han sumado a la banalización de contenidos que exigen los actuales tiempos. Se prodigan fotografías de conjuntos sonrientes y negritas remarcando identidades y ocupaciones a la espera de escuchar la frase "ya te he visto en el periódico", que certifica que eres alguien en el anonimato ciudadano. Si el nombre aparece con cierta asiduidad estamos ante uno de los personajes del territorio que ya ha alcanzado el olimpo de las negritas y goza del aura de la necesaria popularidad wharholiana en esta disparatada aldea global. Esta publicitación consentida de lo privado en un medio de pública difusión no deja de ser paradójica y obedece a la necesidad exhibicionista que todos en mayor o menor medida tenemos dentro. Uno ve su nombre subrayado con negra tinta y siente cómo se infla su ego. Está claro, o sales en las negritas de este periódico o no eres nadie, socialmente hablando.
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