madrid. Han pasado 30 años desde que el argentino Juan Gelman escribiera Bajo la lluvia ajena, su diario poético del exilio, escrito en Roma, y todavía la memoria, los ecos de la soledad y la sensación de derrota le persiguen. Ahora aparece este libro con ilustraciones de Carlos Alonso, otro exiliado.

"En realidad, lo que me duele es la derrota", dice el escritor, premio Cervantes y Reina Sofía de Poesía, en la última página del libro, y ayer, en una entrevista, señalaba: "Hemos luchado para cambiar el mundo y está claro que hemos fracasado". "Vivimos -continúa- en una época más que gris, pero hay épocas en las que los cambios están aletargados, y ésta es una de ellas. Los distintos poderes trabajan para desdibujar la subjetividad y uniformarnos a todos para convertirnos en carne de cañón. Aunque hay alguna reacción como los movimientos antiglobalización y eso.., pero no llega lo suficiente para modificar el estado de las cosas", añade.

Juan Gelman, a sus 79 años, está estos días en Madrid por muchas razones. El día 27 presentará en la Casa de América Bajo la lluvia ajena, este bello y estremecedor volumen, de textos y dibujos en blanco y negro. Pero también trae bajo el brazo su nuevo poemario. De atrásalante en su porfía (Visor) es el título que esta semana sale a la calle, y en donde, cómo no, la memoria está presente, pero también el deseo de amar y de ser amado, el deseo de justicia; el recuerdo al poeta Ángel González, o los velados reproches a esos amigos de antiguas luchas, que ahora "han abandonado el barco", por dejar de creer en los ideales por los que lucharon.

encuentro Con ojos azules y vidriosos, este poeta que lleva la poesía en la venas y la carga de una experiencia dura, desde que fue perseguido por la dictadura argentina, que le arrebató a su hijo de 20 años, a su nuera embarazada y le quitó a su nieta, que fue recuperada hace unos años, relata que el tiempo que evoca en Bajo la lluvia ajena es de lo "más particular". "Habían desaparecido muchos amigos, mi hijo, mi nuera, compañeros, y yo me tuve que ir de Argentina, no sólo por la dictadura, sino también porque la organización Montoneros me había condenado a muerte", dice. Y, en esta misma época (1980), el ilustrador Carlos Alonso, a quien también la dictadura le había quitado a una hija, estaba en Roma. Ambos creadores tejían sus trabajos sin saber el uno del otro, pero con el mismo tema generado por sus comunes experiencias. Fue hace unos meses cuando el editor del Zorro Rojo, que conocía estos trabajos, decidió unir las dos propuestas, que ahora han dado lugar a este libro. "Son reflexiones del exilio, pero no sólo políticas, sino personales, de muchas cosas, de la sensación de ser exiliado en la relación con el país donde estás, con la gente del trabajo", aclara.