Afirman fuentes de la cotilla corte monegasca que Charlene siempre será princesa. Y que ejercerá hasta el final de sus días de primera dama en actos oficiales a cambió de un sueldo real: doce millones de euros al año. Es, al parecer, el jugoso pacto al que habría llegado con el príncipe Alberto.

Donde antes hubo amor ahora habrá negocio y así la ex nadadora profesional se garantiza un sueldo vitalicio, la posibilidad de ver cuando desee a sus mellizos, que vivirán con su padre en Mónaco pero podrá visitarlos siempre que desee, y la libertad vital de poder residir sola en Ginebra. Alejada de ese trozo de tierra frívolo, y maldito, repleto de millonarios que no madrugan antes de las 11 horas. Un espacio con casino, coches de lujo, dúplex de infarto y terrenos ganados al mar que pueden volver loco a cualquiera. Y así lo ha sufrido la sudafricana más conocida del mundo desde que se instaló en el principado.

Tras meses de ausencias, misterios y rumores, la crisis ha desembocado en lo que todo el mundo ya esperaba: la separación de facto de los príncipes. Aunque un escrito, impuesto al parecer por la propia Charlene, les unirá para siempre, detalla el medio francés Voici. Se trata de un contrato de varias cláusulas aceptado por Alberto, que siempre se ha mostrado reticente a reconocer los graves problemas en su matrimonio.

Por ello ambos habrían optado por lo que en mi casa siempre se ha llamado aparentar. Ofrecer al pueblo y a la opinión pública una imagen de normalidad, cuando de puertas para dentro todo son caras largas, desaires y canciones de Conchita. Basta con analizar las últimas apariciones públicas de la familia para cerciorarse de que llevan años sin celebrar juntos los cumpleaños y la Nochevieja. Ni Alberto ni Charlene sonríen delante de las cámaras. No les va eso del... ¡dientes, dientes!