Decía Voltaire, y el tiempo le ha ido dando tristemente la razón, que la civilización no suprime la barbarie, sino que la perfecciona. La atinada frase se puede aplicar también al fariseísmo. Con el paso de los siglos, la hipocresía de los miembros de aquella secta judía que predicaban la virtud más estricta sin observarla en sus comportamientos no ha dejado de evolucionar. Hay quien ha convertido el fingimiento, la impostura o, en menos fino, el morro, en una de las bellas artes y la ejercen con denuedo. En nuestro terruño no faltan (al revés, diría que abundan) ejemplares de la doblez a la enésima potencia que se permiten sentar cátedra de ética y moral cuando apenas han superado el parvulario en semejante materia. El penúltimo ejemplo de esta exhibición falsaria es la nota de prensa que evacuó la Ejecutiva de Hegoalde de EH Bildu [sic] el pasado lunes para valorar la sentencia de la Audiencia Nacional que absuelve a la exjefa de ETA Iratxe Sorzabal de la causa por la que era juzgada porque su testimonio fue obtenido mediante torturas.
Evidentemente, se trata de una cuestión de relieve, incluso, de un hito. Hay pocos precedentes judiciales en que se reconozca con semejante claridad que las fuerzas de seguridad practicaron lo que en el fallo se califica como “tratos inhumanos”. Es algo que, desde luego, hay que valorar como un avance que ojalá vaya desbrozando el camino hacia la asunción de una verdad incuestionable: en el Estado español se ha torturado. Pero esa realidad no puede servir para que Bildu, como hace en el comunicado, se permita elevar una denuncia general a instituciones, personas y medios por su presunto silencio ante estos hechos, cuando la coalición y sus miembros más destacados tienen acreditados quintales de mutismos indecentes ante las vulneraciones de derechos humanos perpetradas por ETA. “Callar hoy es encubrir la tortura”, se afirma en el texto sin caer en la cuenta de que la frase es reversible. Callar hoy es encubrir los asesinatos. ¿O acaso no?