Hay palabras feas en circulación. Absentismo, por ejemplo. Suena fatal porque, de saque, arrastra connotaciones negativas. Parece que se refiere a currelas tarambanas que se pillan bajas a discreción porque tienen cosas mejores que hacer que acudir al tajo. Así, la acusación difusa que conlleva se cierne sobre los trabajadores que legítimamente se acogen a una incapacidad temporal porque, como su propio nombre indica –y aquí el término no es ambiguo–, no están en condiciones físicas de desempeñar su tarea habitual. Urge encontrar otra forma de denominar una circunstancia, por lo demás, tan frecuente. Me pasa algo parecido estos días con el vocablo que se emplea en el debate (más bien, gresca) sobre la acogida por parte de las comunidades de menores migrantes no acompañados. Hablamos de reparto o, en el mejor de los casos, de distribución. Se diría que nos estamos refiriendo a una derrama para arreglar el tejado y estamos decidiendo qué cantidad le toca aportar a cada vecino. De hecho, en la conversación pública se usa también ese verbo: “A Euskadi le tocan tantos, a Madrid le tocan cuantos…”. Tratándose de seres humanos, no puedo evitar que me chirríe, aunque también confieso que no soy capaz de dar con una expresión mejor. Quizá deba pedirle unas clases a Pedro Sánchez, maestro en el arte de encontrar sinónimos jacarandosos de palabras con ecos chungalíes como rearme. “A mí el término rearme no me gusta en absoluto”, sentenció Sánchez, emulando a aquel cura que decía que no era partidario del pecado. Se refería al título del plan europeo para aumentar el gasto en seguridad (si decimos “gasto militar”, arde Troya) y que incluye el término maldito. Lo mejor es la propuesta para sustituirlo. Dice el lexicólogo que duerme en Moncloa que habría que hablar de “salto tecnológico”. Se lo juro. La explicación no puede ser más cínica. Sostiene que hay que dirigirse de una manera más positiva a la ciudadanía. Tratarnos como niños, vamos.
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