El cierre de la Sala Amárica ha sacudido el sector de las artes visuales en Álava. No solo está en juego el destino de una sala, sino el papel de la cultura en las políticas públicas de nuestro territorio.
La Diputación Foral de Álava ha justificado su decisión por los bajos índices de visitantes. Pero si la rentabilidad de un espacio cultural dependiera solo de su afluencia, no quedaría en pie ningún museo de la provincia, ni siquiera Artium. Aplicar este criterio llevaría a la desaparición de la oferta cultural. Y el acceso a la cultura es un derecho recogido en cualquier Constitución avanzada e, incluso, en los Derechos Humanos.
Otro argumento para justificar el cierre es su baja rentabilidad social. Esta idea, en apariencia razonable, es errónea. Medir un equipamiento cultural con indicadores ajenos a su función desvirtúa su propósito. Un espacio cultural debe evaluarse por su impacto cultural, no por criterios sociales. Si la Sala Amárica es un espacio expositivo, su valor no radica en atraer grandes volúmenes de público, sino en su función como bien público que acerca el arte contemporáneo a la ciudadanía y fortalece el tejido artístico local.
Pedir a la Sala Amárica un “uso más social” equivale a exigir que un centro de arte funcione como un centro sociocultural. Pero, del mismo modo que a un centro sociocultural no se le pide que produzca arte, a un espacio expositivo no se le puede exigir que cumpla con funciones ajenas a su naturaleza.
La rapidez con la que el sector del arte local ha reaccionado demuestra que no es una queja aislada. En menos de una semana, más de 800 personas han firmado en contra del cierre, y se ha constituido Amárica Elkartea, una asociación que ya reúne a 130 artistas y agentes culturales.
Esta respuesta debería ser suficiente para que la Diputación reconsiderara su postura. Recordemos que la medida se ha tomado sin consulta previa con el sector cultural, que ha respondido con rapidez y claridad.
Más allá de cifras y debates sobre el uso del espacio, el cierre supone una traición al legado de Fernando de Amárica (1866-1956). El pintor legó su patrimonio, incluida la actual plaza Amárica, a la sociedad alavesa para la exhibición de arte. Convertir la sala que lleva su nombre en un Centro de Emprendimiento e Innovación, desvinculado del arte, no solo desvirtúa su legado, sino que cuestiona el compromiso institucional con la memoria, la historia y el patrimonio cultural del territorio.
Quizá la solución pase por un enfoque salomónico que contente a todas las partes: permitir que el espacio expositivo y el Centro de Innovación convivan, como ocurrió hace unos años cuando la sala acogió Aulas de la Tercera Edad. Hay espacio: la sala expositiva es solo una parte de la Sala Amárica, que también alberga oficinas, almacenes y una sala de conferencias.
Cerrar la Sala Amárica no es una decisión técnica, sino política. Si la intención es vaciar Álava de arte, esta es la vía.