El tiempo es un producto cultural. Una afirmación que puede parecer simplona, pero que al detenernos en ella revela cómo la humanidad ha creado un concepto que organiza nuestras vidas, modela nuestras rutinas y estructura nuestras percepciones del mundo. Sin embargo, los animales no entienden de segundos, minutos ni años. No necesitan calendarios ni relojes. Para ellos, el tiempo es otra cosa: el paso de las estaciones, el ciclo del día y la noche o el ritmo de sus propios cuerpos. Para nosotros, en cambio, el tiempo se ha convertido en una construcción cultural que regula cada aspecto de nuestra existencia.
¿Quién inventó el tiempo? Quizá no haya una respuesta sencilla. Los egipcios dividieron el día en veinticuatro horas, los babilonios nos legaron la base sexagesimal que utilizamos para medir los minutos y los segundos, y los romanos introdujeron el calendario juliano que evolucionaría hasta el que usamos hoy. Cada civilización aportó su grano de arena para domesticar algo tan abstracto como el tiempo. Así, a lo largo de la historia, hemos desarrollado formas cada vez más precisas para medirlo, desde los relojes solares hasta los atómicos.
El tiempo también ha sido una fuente inagotable de inspiración para las artes. Poetas como Jorge Manrique hablaron de cómo “nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir”. Pintores como Dalí lo representaron derritiéndose en relojes blandos. Músicos como Philip Glass exploraron su naturaleza cíclica y repetitiva en obras como Einstein on the Beach, donde los patrones musicales nos hacen cuestionar nuestra percepción del paso del tiempo. Y cineastas como Christopher Nolan han jugado con su estructura, haciendo del tiempo un personaje más del guion. Las artes no solo reflejan nuestra relación con el tiempo, sino que también nos invitan a cuestionarlo, expandirlo o, incluso, imaginarlo de otras maneras.
En estas fechas de inicios de 2025, el tiempo cobra un significado especial. Cambiar el año en el calendario es un acto cargado de tópico simbolismo: una página que se pasa, un nuevo capítulo que comienza. O que se repite. Como Bill Murray en Atrapado en el tiempo. Pero también es una oportunidad para reflexionar sobre cómo lo medimos, lo vivimos y lo entendemos. Quizá podamos aprender algo de los animales, que viven el tiempo de manera instintiva, ajenos a las obsesiones humanas por fraccionarlo y controlarlo. Al fin y al cabo, el tiempo no es más que una creación nuestra, una herramienta que, bien utilizada, puede ayudarnos a vivir mejor.
Este nuevo año podría ser una ocasión –sin calificativos grandilocuentes– para reconsiderar nuestra relación con el tiempo. Quizá sea el momento de darle menos poder sobre nosotros y aprender a saborearlo de maneras más humanas y menos mecánicas, sin querer estrujarlo. Sin que nos provoque estrés. Porque, al final, el tiempo es nuestro, y somos nosotros quienes decidimos cómo vivirlo.